¿Sabéis? Hay veces en las que de veras crees que todo puede cambiar. Hay veces en las que piensas que tu vida va a dar un inesperado giro de ciento ochenta grados y que todo va a ir a mejor.
He oído hablar de esos momentos milagrosos durante un incontable número de veces y he escuchado centenares de historias tristes que cambiaron radicalmente su trama tras un acontecimiento maravilloso.
En conclusión, puedo afirmar que he leído y visto muchas cosas que me ayudaron a subsistir pensando en el día en el cual ese maravilloso momento llegaría al fin a mí vida.
Y hace unos meses, puedo asegurar que de verdad pensé que ese acontecimiento había llegado, que por fin todo sería mejor, que mi miseria se acabaría y que podría tener una vida normal.
A día de hoy, siento que me comporté como una niña, como una ingenua y patética niña. De esas que siguen creyendo que Papá Noel existe y que si no se portan de manera adecuada, este no les traerá regalos. ¿De verdad pensé que por haber intercambiado cuatro palabras con un chico medianamente popular, podría solucionar todos los desperfectos que en aquel momento rodeaban mi ser? No, Papá Noel no existe y los milagros que te solucionan la vida... Tampoco.
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Abrí los ojos con dificultad, intentando acostumbrarme progresivamente al foco de luz que les apuntaba directamente, haciendo de mi campo visual una mancha borrosa y por lo tanto, complicando mi objetivo al hacer que mis párpados se negasen a abrirse por completo.
Sentía que mi cerebro tenía la necesidad de salir de mi cuerpo, o por lo menos daba esa impresión, pues mi cabeza parecía estar a punto de deshacerse a causa del dolor y de la tensión que se habían concentrado en ella.
Pasaron largos minutos, puede que incluso una hora, antes de que lograra incorporarme. Una punzada de dolor recorría mi cuerpo a cada movimiento que hacía, haciendo casi imposible este acto. Pero la parte de mi cuerpo más perjudicada, eran sin duda las piernas, ya que suponía una ardua tarea tener que soportar aquel devastador dolor que me invadía al mínimo intento de levantarlas o sobretodo de juntarlas.
Cogí aire repetidamente, intentando calmar la oleada de dolor que me invadía cada vez que trataba de moverme, como si tratase de incorporarme sobre un suelo hecho de cuchillas en vez de baldosas. Obligándome a continuar, volví a deslizarme a rastras por aquel sucio lugar. Por aquel maldito negocio que había sido testigo de semejante devastación.
*****
— Fin del camino, mi casa es por el otro lado.
— Sí.
Derek liberó mi mano de su agarre, nuevamente sin prestarle demasiada atención a aquel hecho y me dedicó una tímida sonrisa a modo de agradecimiento por haberle acompañado, como si no hubiese hecho ni pasado nada fuera de lo común. Como si fuese de lo más normal para él tomar la mano de una compañera cualquiera.
— Muchísimas gracias por acompañarme.
— No hay problema, total tengo que ir por el mismo camino para ir a mi casa, así que...
— Aun así, podrías haber ido sola y haciendo lo que te diese la gana, pero decidiste acompañarme. —hizo una pausa en su oración, como si estuviese evaluando mentalmente los pros y los contras que tendría añadir algo más a su afirmación, pero finalmente, pese a las dudas que le habían asaltado por un momento, decidió que quería hacerlo. —Tenemos que quedar algún día.
— ¿Por lo de Thalía, dices? Vale, no hay... Problema, creo.
— Bueno, realmente me apetece invitarte a algo. No sé, al cine o a tomar algo.
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Ya es tarde para decir lo siento (versión 2018)
RomanceLa vida es una obra de teatro para Janet. Una obra de teatro en la que ella es el principal icono dramático y Aitor, el chico encargado de dirigir todo el bullying hacia ella, el cómico. De lo que unos se ríen, es lo mismo por lo que otros lloran. D...