Cap 16

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Nunca me había gustado el café, ni los refrescos; ni siquiera el agua con gas. Pero últimamente le había cogido el gusto a la leche manchada. Era, como se suele decir, "una poser". Lo cierto es que pese a ser tan crítica con los estereotipos y los clichés, había ciertas cosas típicas que sí que me gustaban y una de ellas era escribir con una taza de leche manchada (O Cola Cao en su defecto) al lado, en especial si llovía. Era una escena que siempre me había gustado e inspirado. Pero esta vez no era el caso.

Había ido, durante el recreo, a comprar un café manchado a uno de los bares cercanos que ofrecían bebidas para llevar.

Derek necesitaba hablar de algo supuestamente importante con uno de sus compañeros de fútbol y había tenido que salir del instituto para llamarle. Podría haberle acompañado, pero no estaba de humor como para pasarme el recreo atendiendo a una conversación telefónica ajena que ni siquiera entendería, así que había tenido que convencerlo de que me dejase quedarme escribiendo sola en clase.

Abrí mi libreta y me sumí en la ardua tarea de encontrar el folio perfecto para redactar el borrador del soneto que tenía en mente. Era muy quisquillosa con esas cosas, no podía escribir algo creativo ni dibujar en un folio cualquiera, necesitaba un folio muy concreto para hacerlo. Uno que no tuviese dobleces, ni garabatos, ni absolutamente nada que lo corrompiese, solo en uno así podía plasmar mi creatividad.

Y me habría puesto a ello en aquel preciso momento de no haber sido por la aparición de una molesta e indeseada persona. O por lo menos intento de persona.

— ¡Ey! Janet.

Me paralicé en el mismo momento en el que aquella voz, aquel grave timbre, atravesó la estancia para llegar hasta mis oídos. Contuve la respiración, rezando en lo más hondo de mi mente porque alguien lo llamase y se fuese, pero no parecía que fuese a ser posible. Fijé mi mirada en la tapa del bolígrafo que tenía entre mis dedos, la cual había colocado en la parte posterior de este, como siempre. Una vez más, mi mente escaba de él centrándose en lo más insignificante que hubiese cerca, algo como la tapa del bolígrafo que estaba usando, cualquier cosa servía con tal de no mirarle a él.

Sentí cómo unos pasos se acercaban a mí a grandes zancadas, haciendo que las suelas golpeasen el suelo con violencia y emitiesen aquel característico ruido que a ninguno nos gusta escuchar cuando la habitación está en silencio y somos nosotros quienes lo provocamos. No pude evitar que mi cuerpo se descontrolara y que una vez más, empezase a enfriarse por dentro, o al menos así lo sentía yo. Bajé la cabeza esperando que en el último momento cambiase de opinión y retrocediese. Pero no fue así y su figura, mucho más alta y musculada que yo, se colocó ante mí.

— Quería hablar contigo desde hace un tiempo.

«Vete, por favor...»

— Buah, chorvo ¿De verdad me tienes miedo? No fue para tanto.

Sentí cómo mis ojos comenzaban a arder progresivamente, como si los hubiese mantenido abiertos durante horas y no hubiese pestañeado ni una sola vez durante todo aquel tiempo y cómo mi nariz se cargaba a medida que esto ocurría. Mi campo de visión se nublaba a medida que el tiempo corría, hasta que solo pude ver manchas borrosas. Estaba consiguiendo contener las lágrimas, más no aguantaría mucho más.

— ¡Ey! Mírame, no es para tanto.

«Me encuentro mal... ¿Por qué no viene ningún profesor a decirnos que no podemos estar en clase?»

— ¡Que me mires, hostia!

Aitor me arrancó la libreta de entre las manos y la elevó en el aire, llevándola lejos de mí y dejando que todos los papeles que había guardados en su interior se precipitasen al vacío y se extendiesen por la superficie del suelo. Levanté la mirada suplicante, casi no podía ni ver a causa de las lágrimas que nublaban mi vista.

Ya es tarde para decir lo siento (versión 2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora