Cap 4

204 13 4
                                    

Como era de esperar y era habitual, en el segundo día de instituto la mayoría de los profesores empezaron a dar materia ya que no había mucho más que decir sobre los criterios de evaluación y les importaba más bien poco si teníamos ganas o no de comenzar. Los que no lo hacían, iniciaban el curso con una pequeña toma de contacto, presentaciones y cosas así. Lo único que odiaba de aquellas "clases" era la típica frase de profesor: "Poneros por grupos para hacer la toma de contacto" ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué teníamos que hacer esas gilipolleces todos los malditos años?! ¿Por qué todos los años nos repartían una hojita con las preguntas del millón?: ¿Qué esperas de tus compañeros este año? ¿Y de tus profesores? ¿Qué quieres aprender este curso? ¿Estás motivada? Contesta sinceramente.

Pues de mis compañeros esperaba que muriesen entre grandes dolores, pero esa no era la respuesta correcta a la pregunta, la respuesta era: Llevarnos bien, conocernos mejor, cogernos de la mano, cantar Hakuna Matata, etc... ¿De mis profesores? Que sepan explicar, que no me suene todo a chino y que no pongan trabajos grupales. ¿Qué quieres aprender este curso? ¿Es en serio? ¿De verdad algún profesor se cree que todos esos conocimientos que nos inculquen van perdurar en nuestras mentes tras haberlos vomitado en un examen? Yo retengo en la mente lo básico, es decir: Leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir, lo demás se va de mis neuronas de la misma forma en la que llegó. Y en cuanto a si estoy motivada... ¿De verdad? ¡Claro! ¿A quién no le motiva levantarse a las siete y media de la mañana durante nueve meses para aguantar por horas un tostón del que no te interesa el noventa y nueve coma nueve por ciento del contenido? Si eso no te motiva, no sé qué lo hará.

Cogí mi libreta y pasé el rato decorando con pequeños dibujos los poemas que había escrito, si había algo que me interesaba menos aún que mis compañeros, eran el inglés o el arte barroco, además eran asignaturas monótonas que tenía más que controladas.

— ¿No apuntas lo que estoy diciendo?

Pegué un respingo y levanté la cabeza hacia mi profesora de arte, que me miraba fijamente mientras alzaba una ceja y tamborileaba con los dedos sobre la superficie de la mesa.

— Eh... Sí, ya lo tengo apuntado.

— Déjame verlo.

Cogió la libreta y comenzó a ojearla sin pudor alguno, fue un detalle por su parte no leer lo que había escrito en voz alta, habría sido lo que me faltaba. Sin embargo, mis versos no pasaron desapercibidos ante algunos de mis compañeros, que se levantaron silenciosamente de sus sitios para leer, por encima del hombro de la profesora, lo que había escrito.

— Deberías de enseñarle estos poemas a tu profesora de literatura. Y también veo que se te da bien dibujar, pero por desgracia esto no es arte plástica sino historia del arte.

Me la devolvió y apuntó algo en su libreta, en esa que todos los profesores pasean para apuntarlo todo sobre los alumnos, hasta la más mínima estupidez. Mientras, Isabel que se sentaba frente a mí, se giró y miró la libreta que había dejado abierta sobre mi mesa, intentando leer lo que había escrito.

— ¿A ver?

La cerré en sus narices y la guardé sin decir nada, para posteriormente sacar una hoja en blanco y comenzar a apuntar lo que ponía en la pizarra de mala gana. Estaba harta de hacer el ridículo continuamente y alimentar sus deseos de atacarme.

— ¡Qué borde, chica! ¡Qué amargada! Así es que no tienes ni un puto amigo, joder...

Isabel era la típica popular correveidile que lo quería saber todo para contárselo a todos, me daba asco la gente como ella, por desgracia así eran la mayoría de los presentes.

Ya es tarde para decir lo siento (versión 2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora