Quería aprender a tocar el piano, esa era la tontería que había decidido inmiscuirse en mis pensamientos durante todo el camino hasta casa, podría haber pensado en Derek, podría haber pensado en Aitor, podría haber pensado en la semana de exámenes que estaba a punto de empezar, pero no. Mis pensamientos me habían llevado más lejos que todo eso, me habían llevado hasta el recuerdo de una antigua serie de televisión que veían de pequeña, en la cual uno de los personajes tocaba el piano.
No era noticia alguna que todo músico desconectaba del mundo cuando su instrumento comenzaba a sonar. Siempre me habían llamado la atención esas personas que, con los ojos cerrados, eran capaces de alejar la mente del mundo terrenal e irse lejos, adonde sólo su música y los sentimientos que esta les transmitía existían.
Un lugar donde la melodía y el alma del músico se unían y se convertían en un solo ente, teniendo al instrumento como nada más que eso, un instrumento que les permitía reencontrarse fuera de la mente del compositor.
Pero los que más habían fascinado desde que tenía uso de razón, habían sido sin duda los pianistas. Virtuosos que a veces golpeaban y a veces acariciaban las teclas del piano como si mantuviesen una discusión que nadie más que ellos podían entender. Artistas capaces de tocar dos partituras a la vez, una con cada mano y con los ojos cerrados, haciendo que la melodía fluyese sin errores ni trabas, como si se tocase sola de una forma mágica, limpia y perfecta.
Quería tocar el piano, eso era lo que mi mente había utilizado para entretenerme y que dejase de prestarle atención al recuerdo de la clase de E.Física. Pero por mucho que hubiese creado de forma inconsciente, una cortina de humo ante mis propios problemas, estos seguían ahí y lo sabía, no solo yo, sino que todo aquel que se parase a mirarme durante dos míseros minutos también lo sabía. Solo buscaba huir de la realidad, otra vez más. Como el músico que toca para evadirse.
— ¿Todo bien en clase?
— Sí... Supongo.
— ¿Se han vuelto a meter conmigo?
— No.
Con la cabeza todavía lejos de allí, le di un pequeño a sorbo al cola cao que había preparado hacía ya largos minutos y el cual comenzaba a perder su calidez. Removí el cacao haciendo cortos, cuidadosos y circulares movimientos con la taza, podría haberme levantado e ido a buscar una cuchara para hacerlo, pero no estaba de humor como para levantarme y hacerlo.
Le di un segundo sorbo a mi bebida mientras miraba fijamente hacia la televisión que teníamos instalada en el comedor, la cual emitía un programa infantil tan absurdo que me daba motivos para levantarme e ir a buscar la cuchara con tal de no seguir escuchando lo que aquellos amorfos animales tenían que decir.
Miré hacia Ryan, suplicándole con la mirada que cogiese el mando a distancia y cambiase de canal, así fuese para poner un programa del corazón, cualquier cosa era mejor que seguir escuchando la canción de aquel intento fallido de cobaya. Pero mi hermano estaba demasiado ocupado en tratar de memorizar, en el último momento, la materia que no había estudiado cuando debía y por lo tanto no cayó rendido ante el gran poder de mi mirada. Así que me vi obligada a tener levantarme para terminar con mi tormento y de paso coger una cuchara y volver a calentar mi bebida.
«Gracias, hermano...»
— ¿Estás bien? —Pregunté sin dignarme a mirarle, demasiado ocupada revisando la lista de canales disponibles. —Llevas media hora mirando la misma página.
— Estoy nervioso, esta tarde tengo una cita con Leyla. No estoy seguro de nada.
— ¿Por qué? ¿No te gustaba?
ESTÁS LEYENDO
Ya es tarde para decir lo siento (versión 2018)
RomanceLa vida es una obra de teatro para Janet. Una obra de teatro en la que ella es el principal icono dramático y Aitor, el chico encargado de dirigir todo el bullying hacia ella, el cómico. De lo que unos se ríen, es lo mismo por lo que otros lloran. D...