Cap 19

165 13 0
                                    

Las fortalezas y sus murallas se venían abajo en forma de cenizas y el valor se esfumaba transformándose en humo que con el aire se disipaba. La historia llegaba a su fin, consumiéndose como una colilla, a pequeñas y ardientes caladas. Una colilla, tan placentera como venenosa, un grato placer que consumía a quienes le consumían a ella. Pero el veneno era un factor secundario en aquellos momentos, también lo era el hecho de que el tiempo se acababa, pues si algo bien sabía Aitor era que las horas no aguardaban por nadie, menos aún por los malhechores que se dedicaban a violar a chicas indefensas en los restos de antiguos comercios.

No, en aquellos momentos solo podía pedir una cosa y era que si en verdad existía un Dios piadoso, le dejase evadirse durante sus últimos momentos de libertad, los cuales sabía que se agotaban. Y no lo sabía porque se lo hubiese dicho yo, lo había sabido desde el maldito momento en el que se subió los pantalones y huyó de la óptica como la mísera rata que era.

Había dejado a Antonella por Whatsapp ¿Qué importaba ya? Una persona menos de la que preocuparse y a la cual dar explicaciones. Antonella... Sonrió de solo pensar en lo irónico de la situación. Él había violado a una chica y sin embargo había sido él quien también había cortado con su novia por ser una maldita infiel que llevaba a toda clase de hombres a su cama cuando él no estaba.

Una calada más, una por la libertad que se esfumaba, dos por todos los errores que había cometido, tres por toda la gente a la cual había jodido y seguiría haciéndolo hasta el fin de sus días.

Dejó que el humo escapase de entre sus labios y con unos suaves toquecitos, dejó que las cenizas cayesen al suelo una vez más. En lo que llevaba de mañana, había empezado y terminado una cajetilla entera de cigarrillos y había tenido que mendigar un porro, que era básicamente lo que le había dado tiempo a consumir en una mañana entera faltando a clase. Bueno, lo cierto es que sí había acudido al instituto, pero no estaba en condiciones de ir a clase.

Nada más aparcar la moto, una gran marea de gente había procedido a rodearle como si se tratase de un fugitivo en busca y captura y no hubiesen querido dejarle ni un mísero hueco por el que huir. ¿El motivo? Su reciente ex, a la cual le habían sobrado las horas para informar a todo el instituto de lo que había ocurrido y que este decidiese abalanzarse sobre Aitor en busca de más información de la cual abusar para sacar conjeturas y hacer de abogados del diablo.

Pero no era precisamente eso lo que le había hecho quedarse en el aparcamiento fumando todo lo que se le pusiese a tiro. No, había sido la sensación de que se ahogaba, de que sus pulmones se oprimían y de que el aire le envenenaba más que el propio tabaco. Él era Aitor, el que se metía en todos los marrones habidos y por haber y siempre salía ileso, hubiese hecho lo que hubiese hecho. Pero por primera vez sentía que no podía, simplemente no podía salir del agujero en el cual él solito se había metido, incluso aquella forma de hablar sonaba tan literal que le daban escalofríos.

Derek no iba a defenderle ¿Quién lo haría? ¿Quién se pondría de parte del violador y no de la víctima? Nadie, absolutamente nadie, de hecho ni siquiera lo habría hecho él mismo. ¿Quién le iba a ayudar entonces?

No quería ir a juicio, puede que tuviese más de dieciocho años, pero se sentía tan vulnerable como un niño de dos. Ni siquiera había querido buscar en internet o preguntar a cuanto equivalía la pena por violación, no sabía mucho de temas judiciales, pero había visto las suficientes películas como para saber que una de las primeras cosas que la policía siempre revisaba antes de arrestar a un sospechoso, eran sus actividades en internet.

Estaba solo y derrotado, ya no había nada que hacer, sólo fumar y esperar a que llegase la hora. Aunque... Bueno... Eso de que estaba solo, no era del todo cierto.

Ya es tarde para decir lo siento (versión 2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora