Desde que era una niña de escasos cuatro años, había estado visitando con frecuencia el hospital, a causa del trabajo de mis padres. Recordaba a la perfección el sentimiento que aquel lugar me inspiraba: seguridad. Cuando era pequeña, me costaba entender por qué había tantas personas que entraban con miedo en él y por qué algunas salían de allí como si saliesen de la escena de un brutal crimen. Yo, que era una niña, veía aquel sitio como un bote salvavidas en medio de una tormenta en alta mar. Era un lugar lleno de personas y de los medios necesarios para hacer frente a cualquier mal, y además era el lugar donde estaban mis padres, no había sitio más seguro que el hospital desde mi humilde punto de mira.
Y si yo, que era una cría por aquel entonces, podía entender eso. ¿Por qué veía a mi alrededor adultos que lloraban, que se abrazaban unos a otros y que hundían la cabeza entre sus manos en un acto de desesperación? ¿No se suponía que eran los adultos los que tenían que ser un ejemplo de fortaleza para nosotros? ¿Por qué se permitían entonces mostrar su debilidad como seres humanos en un sitio que era tan admirado por mí?
Durante aquellos años, Ryan y yo nos veíamos obligados a pasar casi dos horas diarias allí, esperando a que el turno de nuestros padres finalizase y pudiesen llevarnos a casa. Mi hermano optaba por aprovechar aquel tiempo y hacer los deberes para el día siguiente, esperando terminarlos y poder jugar a la consola al llegar a casa, lo que era la principal preocupación de un niño de su edad. Mientras, yo socializaba con los niños que aguardaban su turno para ser atendidos por los médicos, animándoles cuando sus padres no podían levantar cabeza. Me gustaba sentirme adulta y poder transmitir confianza al decir que mis padres eran médicos y que no había motivo para preocuparse. Por triste que parezca, esos fueron los años en los que mi vida social se encontraba en su etapa de oro.
Recuerdo perfectamente cómo los niños, algunos incluso más mayores que yo, me explicaban a grandes rasgos el motivo de su presencia allí y cómo yo, pese a no saber distinguir entre el resfriado y la gripe a tan corta edad, les aseguraba firmemente que mis padres y sus amigos (ya que tampoco sabía la diferencia entre compañeros y amigos) les iban a curar les pasase lo que les pasase, aunque no tuviese ni idea de lo que era.
Al oír salir tales palabras de mi boca, mi hermano levantaba, dubitativo, la cabeza de vez en cuando. Analizando la situación y preguntándose a sí mismo si merecía la pena explicarme o no que algunas enfermedades no se curan y que los médicos no son magos que pueden ponerle remedio a lo que sea. De vez en cuando, como si tratase de pedirles perdón por mi ignorancia, intercambiaba miradas con los padres de los niños enfermos, quienes me miraban con ternura y tristeza al mismo tiempo, mientras seguramente pensaban: "Dulce inocencia".
Pero Ryan nunca llegó a dar el paso, prefirió dejar que descubriese por mí misma la diferencia entre un resfriado, una enfermedad mental, la hemofilia, el cáncer, la diabetes... Optó por dejar que fuese yo quien descubriese la diferencia entre "estar malito", estar enfermo y estar desahuciado.
Desde mi niñez hasta el día de hoy, mi percepción de la realidad ha cambiado. Pero nunca puedes dar por finalizado un aprendizaje pues nunca puedes dar por hecho que lo sabes todo acerca de un tema. Me tocaba aprender una nueva lección, la diferencia entre estar loco y necesitar la ayuda de un psicólogo.
*****
— De acuerdo, Janet. Llevamos casi dos semanas con el tratamiento y creo que podemos dar el primer paso para intentar averiguar la identidad de tu agresor. Vamos a empezar despacio ¿Sí? Voy a darte una hoja dónde vas a ver una serie de cuestiones y una serie de respuestas, lo único que tienes que hacer es rodear la respuesta que creas correcta. A, B, C o lo cualquiera de las otras, pero si crees que no estás preparada para hacerlo todavía simplemente entrégame el cuestionario ¿De acuerdo?
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Ya es tarde para decir lo siento (versión 2018)
RomanceLa vida es una obra de teatro para Janet. Una obra de teatro en la que ella es el principal icono dramático y Aitor, el chico encargado de dirigir todo el bullying hacia ella, el cómico. De lo que unos se ríen, es lo mismo por lo que otros lloran. D...