Cap 1

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Vas a bloquear tu cuenta Instagram temporalmente. ¿Quieres continuar?

Presioné la opción de aceptar antes de que mis dedos titubeasen ante el botón. Antes de que mi mente tuviese tiempo de pensárselo mejor y cambiar de idea, observé cómo el pequeño círculo azul daba vueltas una y otra vez en la pantalla de mi teléfono móvil, hasta que un mensaje generado de forma automática por el servidor me informó de que la cuenta se había bloqueado con éxito.

Hacerme a la idea de que aquel mundo virtual, que había sido mi vía de escape durante tantos años, había desaparecido todavía suponía un reto. Claramente sabía que en cualquier momento podía volver a él, pero hacerlo solo entorpecería lo inevitable. Era el momento de dejar de esconderme detrás de un pseudónimo en internet y de utilizar ese anonimato para desahogarme con completos desconocidos que parecían, o por lo menos fingían, entenderme. O por el contrario de usarlo para conseguir los amigos que no tenía en mi vida real, donde no puedes eliminar lo dicho ni mandar un emoticono sonriente cuando lo que tu mente y tu alma desgarrada te exigen es abrirte en lágrimas.

Creía que el verano y la distancia me habían dado la suficiente fuerza de voluntad como para retomar el control de mi vida, aquel que había perdido en tantas ocasiones que había desembocado en una carrera en la cuál no sabía cómo agarrar al toro por los cuernos porque sencillamente no se los veía. No veía nada, pero sentía cómo el animal corría detrás de mí, bufando, amenazándome mientras mis piernas y mi mente me instaban a correr, porque si había perdido al toro de vista significaba que se avecinaba la cornada.

Lancé el móvil sobre la cama, lejos de mí, este rebotó contra el colchón haciendo una acrobacia temeraria que a punto estuvo de hacerle caer y costarle una rotura de pantalla. No es que fuese el último iphone, pero tampoco es que yo fuese una adolescente revolucionaria que pudiese vivir sin su móvil. Por patata que fuese, mi vida estaba ahí dentro, o por lo menos lo bueno de ella.

Tras haberme asegurado de que mi pequeño contenedor de vida no iba a balancearse al borde de mi cama amenazándome con suicidarse, desvié la mirada para ver, una vez más, mi rostro reflejado en el espejo que decoraba la puerta corrediza del armario. Mis ojos seguían ligeramente hinchados y enrojecidos por lo acontecido la noche anterior, pero no tanto como hacía un par de minutos.

Inspiré profundamente y dejé que el aire se escapase de mi cuerpo a través de mis labios. Había oído decir a alguien en YouTube que si cogías aire por la nariz y lo soltabas por la boca repetidamente te ayudaba a calmarte, quizás hubiese sido en uno de los vídeos que utilizaba para relajarme y, en demasiadas ocasiones, para dormirme cuando mis demonios se empeñaban en mantenerme en pie como si complejo de cafeína tuviesen.

«Eso quedó atrás, no volverá a pasar... Estoy... Bien» Me repetí una y otra vez, intentando convencerme a mí misma de que era cierto, de que todo cuanto había ocurrido había sido un error, de que cuatro años de antidepresivos e insomnio habían sido causados por mero capricho del estúpido cerebro que me había tocado tener.

Negué, negué con la cabeza una y otra vez, intentando sacar los recuerdos que me atormentaban antes de tener que salir de la habitación que me protegía del mundo exterior. Había muchas partes de mi pasado que quería borrar de mi mente y, sin embargo, siempre terminaban por volver, como una droga de la que te intentas deshacer pero a la que tu cuerpo necesita traer de vuelta para seguir funcionando. Quizás nunca llegaban a irse del todo.

Aquel año era importante, las cosas iban a cambiar y ya no solo por ellos. Aquella situación había terminado por dañarme gravemente psicológica y físicamente. Si no lo detenía solo el destino sabría cómo sería el desenlace de aquella historia, pero seguramente no habría un Happy end esperándome tras el punto final.

Ya es tarde para decir lo siento (versión 2018)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora