Narra Alia
Observé con tranquilidad el paisaje frente a mí, dejando que el aire azotara mi cabello y este danzara al son que Archer dirigía.
—Hace mucho que no salimos... —Mi frase quedó colgante en el espacio, esperando una respuesta por el silencioso mago apostado a mi lado.
—Yo mucho más que tú, pues si recuerdas, cuando fuisteis a Fearas y trajisteis a Minta hace un mes yo no fui. —El chico rió levemente, y sin miedo desenvainó la espada a su lado; regalo de mi persona por el Eius.
—Lo recuerdo perfectamente, me sentía extraña al separarme tanto tiempo de ti. Es como si algo me faltara...
—Como si no te sintieras completa. —Terminó de decir el chico, adivinando mis pensamientos y dirigiéndome una sonrisa.
—Exacto, pero no tenemos por qué pasar por ello mucho más; solo debemos permanecer unidos. —Sonreí de vuelta y me separé del barandal, para más tarde irme del balcón. Todo esto siendo perseguida por mi rubio compañero.
—Todavía queda uno, y temo que le ocurra algo... Es el mago de Ytzal, podría ser manipulado por cualquier mago negro y convencerle de no provocar la leyenda... Nos quedaríamos muy cerca. —Archer decidió salir de la habitación, y le perseguí escuchando sus dudas.
—Lo sé, la suerte no nos suele acompañar, mas eso no quiere decir que no haya posibilidades de que le encontremos. Sea quien sea no debe de estar tan lejos... y mucho menos le debe ser fácil esconderse. En estos tiempos casi todos en el sur conocen la leyenda, tenemos ayuda repartida por media península; solo rezo a Belyan porque aparezca sano y salvo... Que no le ocurra nada a él o a ella. —Suspiré un segundo y me paré a mitad de las escaleras, observando a Archer un par de escalones por encima de mi persona—. ¿Es tanto pedir?
—Ni mucho menos, es una petición solidaria... Lo que dudo es que se haga realidad. Tenemos muchos problemas juntos, mas separados somos como unicornios en época de caza. No distingo que es peor; si vivir sin preocupaciones y morir "sin sentido", o vivir en busca de algo y morir sin encontrarlo.
El resto del camino nos mantuvimos callados, dejando que el único sonido a nuestro paso fuera el de nuestras pisadas y respiraciones; y cavilando las palabras del otro. Buscando la manera de ganar, de vencer en un juego cuyos impedimentos son superiores en gran medida a nuestra ayuda.
La sala estaba repleta, y todos nos observaron con indignación a nuestra llegada; estando Marga al frente. La mujer nos miraba con una mezcla entre rabia y locura, rozando la inquietud. Y entre tanto barullo la figura de un chico se hizo presente en la sala.
Cabellos morenos y rizados, ojos ambarinos y piel tostada. Su mirada me parecía tremendamente familiar, y la forma en que sus ojos brillaron cuando se cruzaron con los míos despertó todos mis recuerdos.
—¡Giles! ¿Cómo es que estás aquí? —Me acerqué con alegría al chico, quien me recibió con una sonrisa y un cálido abrazo.
—Marga me envió hace cosa de un mes un mensaje avisando de tu buen estado, y quería venir en persona para cerciorarme. Siento que no pudiera ser antes, pero el trabajo se ha disparado estas semanas y no encontré días para viajar... Bueno, así fue hasta principio de semana, cuando decidí venir fuera lo que fuese. —El chico se postró ante mí, y tras ese gesto cortés me entregó un saco; repleto de pergaminos y dulces.
—¿Y esto? —Saqué algunos de los mensajes y comprobé los destinatarios: en todos estaba escrito mi nombre.
—Son presentes de habitantes de Crez y Eloria; conocidos míos que supieron de lo ocurrido y quisieron mandarte todo su apoyo y cariño. —Poco a poco fui vaciando la bolsa; y desde pergaminos de todas las formas y colores pude oler el perfume de flores, recipientes aromáticos y velas.
—Pues cuando regreses no olvides agradecer a todo el que puso algo en esta bolsa, me alegra saber que están todos tan preocupados por nosotros. —Giles se quedó algo más de tiempo, y mientras tomábamos algo decidimos preguntarle sobre temas triviales; a la vez que se divertía con las niñas y escuchaba con interés relatos que contaba Marga.
[...]
La noche se hizo presente con rapidez, y antes de que nos diéramos cuenta ya había llegado la hora de que el burgués se marchara. Todos los que quedábamos presentes nos despedimos de él, y tras algunas risas y ver como el chico se alejaba en su vehículo todos nos fuimos a nuestras habitaciones.
—¡Alia! —El grito de Castiel me hizo detenerme en el lugar, justo frente a la puerta de mi alcoba.
—¿Ocurre algo? —Agarré con más fuerza el tirante de la bolsa y me giré a su encuentro, observando cómo se acercaba entre suspiros cansados.
—Que...quería saber s...si necesitas ayuda con eso. —El chico señaló el saco, y negué con la cabeza al entender sus intenciones. Había podido notar su tartamudez, y deduje que necesitaba descansar; no trabajar aún más.
—Ya lo ordenaré yo, no hace falta que te quedes en vela por esto. —Intenté despedirle, pero la terquedad del chico no me dio otra opción que dejarle entrar; y con ello que me ayudara a guardar todos los mensajes.
Primero saqué todos los objetos, y los fui colocando en las mesas de la sala; evitando una posible caída de alguno de ellos. Cuando todo eso estuvo colocado lancé los pergaminos en la cama y junto a Castiel los comencé a leer uno a uno.
En el quinto dejé el orden que había adoptado, y simplemente me decidí por el que más llamaba mi atención. La mayoría eran de colores térreos, característicos de Crez, pero bajo un gran montón encontré uno de un color sospechoso.
El rojo del pergamino destacaba con fuerza, y la cinta que lo cerraba me era terriblemente familiar.
—¿Ocurre algo? —Castiel dejó de doblar el mensaje entre sus manos, y su mirada se posó sobre mí; preocupada y curiosa al mismo tiempo.
—Voy a leer este. —Sin dejar al chico emitir opinión deshice el lazo del mensaje; y los desenrollé con lentitud, encontrando al final un sello negro con la forma de un corazón atravesado. Mis manos comenzaron a temblar, y mientras las lágrimas atacaban mis ojos solté el pergamino, dejando que este cayera lentamente al frío suelo.
—¡Alia! ¿Qué ocurre? —El chico se acercó rápidamente a dónde me encontraba, y con sus manos logró que mi mirada se posara sobre la suya; pues antes divagaba entre puntos diversos de la estancia—. ¿Qué te ocurre?
—E...el pe...pergamino e...es de Roug...rougeville. —La mirada de Castiel se volvió triste, y sus manos dejaron de agarrar mi rostro con fuerza para solamente sostenerse en el sitio; acariciando mis mejillas.
—¿Quieres que lo lea? —Asentí sin dirigirle la mirada, y mientras mis ojos estaban pegados en las sábanas pude sentir como el chico se bajaba del mueble; agarraba el pergamino arrugado en el suelo y volvía a su lugar inicial—. Bien, allá vamos...
Querida Alia:
No sé si seguirás recordándome, y si lo haces, que siga siendo del mismo modo que lo hacías hace años; pero yo lo hago. Recuerdo perfectamente aquel fatídico día, el que creí sería un día para recordar. Al final lo fue; pero no del modo que yo quería, ni mucho menos.
Este mensaje viene de tu tierra, o al menos fue escrito dentro de ella. Sé que no hay forma de que volvamos al pasado que ambos vivimos, y mucho menos que seamos felices para siempre; pero quiero verte. Observar tu rostro una última vez, explicar en persona cómo ocurrió, y que si me das ese placer, perdones mi cobardía cuando tu más que nunca necesitaste mi ayuda.
A lo mejor los modos para lograr que vuelvas no son los más adecuados, pero sé que esta es la única forma de que vengas; te interese o no hablar conmigo. Tengo al mago que tanto buscáis tú y tus amigos.
De: Evan
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Alia y la leyenda de los ocho [CSAwards2016]
Fantasy✴Tercer puesto en el concurso CatsAwards2016, categoría Fantasía. Al principio era solo un planeta, Ypalion. Este fue elegido por los dioses para comenzar a crear su propio mundo, pero no todo salió como planeaban... ¿Cómo iban ocho dioses, algunos...