[1] ¿Cita?

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DIANA.

Sonreí débilmente mientras aceptaba la taza de café que me ofrecía. No estaba segura de cómo había acabado aceptado aquella cita, pues solo recordaba haber salido aquella mañana a dar un paseo por la aldea... E instantes después, Jacques había aparecido de la nada y había conseguido embaucarme para aceptar aquella taza de café. ¿Cómo? Pues no lo tenía muy claro.

Me mordisqueé el labio con nerviosismo mientras lo veía sentarse delante de mí, con esa imperturbable sonrisa en los labios. A pesar de la enorme belleza que poseía, jamás me había dado cuenta de lo guapo que era hasta ahora; con su cabello oscuro y sus ojos del color de la plata, estaba segura de que había conseguido cautivar a más de una loba. Lo que no entendía era por qué intentaba acercarse a mí.

 –Bueno Diana –dijo él de pronto, recostándose en el sofá y mirándome fijamente. Empecé a sentirme algo incómoda, pero no aparté la mirada de sus ojos. La Sucesora aquí era yo, no él–. Tengo entendido que pretendes volver a tu Manada, ¿no? 

Tuve que contener un gruñido molesto. ¿Cómo había sido capaz de enterarse de algo que no había hablado casi con nadie? Las únicas personas que lo sabían era Marie y el Sanador. Cerrando los ojos momentáneamente, me obligué a sonreír. 

–Sí –afirmé. A pesar de que no se lo había dicho a nadie, no era ningún secreto. Tenía pensado volver con los míos por una temporada; lo suficiente para poder relajar la enorme tensión que se estaba creando entre Rick y yo–. Quiero ver qué tal van las cosas por mi hogar, y quizá también visite a Jake y Amalia.

El rostro de Jacques se agrió por un momento. Al parecer, él y Jake no habían conseguido congeniar del todo.Por un momento me di cuenta de la enorme diferencia que existía entre él y Rick: el rostro de Jacques demostraba cada uno de sus sentimientos, era tan fácil darse cuenta de lo que le gustaba o lo que no, que parecía un niño pequeño; y luego estaba el rostro de Rick, que era tan increíblemente impasible que podría asemejarse a una roca. Mi loba gruñó con molestia. ¿Por qué me había tenido que tocar el chico difícil?

–Pero vas a volver, ¿no? –me preguntó él, volviendo a recomponer aquella brillante sonrisa y sacándome de mis pensamientos–. Dentro de poco más de un mes será el festival de invierno, ¿recuerdas? 

Apreté los labios con fuerza y me obligué a sonreír, aunque realmente quería maldecir. ¿Cómo había podido ser tan tonta de olvidarme? Recordé aquel día en el que acepté su invitación instantes antes de que Rick apareciera tras los árboles convertido en un enorme lobo plateado. Por unos segundos, había deseado que hiciese algo, que se abalanzase sobre Jacques por atreverse a tocarme, pero no lo había hecho. Rick no era como los demás, era más complicado, más esquivo... ¡Y me estaba volviendo loca!

–¿Diana? –dijo Jacques en todo divertido, arqueando una ceja– ¿Estás conmigo?

Me obligué a reír levemente. Asentí.

–Sí, perdona –susurré mientras dejaba el vaso de café sobre la pequeña mesa–. No he olvidado nuestra... cita. Estaré aquí para esa fecha, puedes estar tranquilo –mentí descaradamente, pero él no pareció darse cuenta–. Bueno Jacques, creo que será mejor que me vaya...

Mientras decía aquellas palabras, me levanté con rapidez del sofá. No podía seguir mucho tiempo aquí, no entendía por qué pero a cada segundo que pasaba cerca de Jacques, me hacía recordar más a Rick. Maldito fuera aquel lobo, estaba empezando a ocupar cada maldito espacio en mi mente.

–¿Te marchas ya? –preguntó él nervioso, levantándose del sillón y lanzando una rápida mirada a mi café. Maldije mentalmente–. No has tomado nada.

Inspiré lentamente mientras negaba con la cabeza. Cogí la bufanda gris y el gorro, que descansaban sobre el respaldo del sofá y empecé a caminar hacia la puerta de salida mientras balbuceaba improvisadas excusas.

–Lo lamento por eso pero... tengo el estómago revuelto –mentí con una falsa sonrisa.

Jacques hizo una mueca pero asintió. Abrió la puerta de entrada y una brisa helada me golpeó el rostro. Lo agradecí. 

  –Bueno –me dijo él con una amplia sonrisa; por un momento, pensé que sus ojos se habían dirigido hacia mis espaldas, pero tras un rápido parpadeo me di cuenta de que su penetrante mirada no se había despegado de mí–. Gracias por haberme acompañado durante un rato, Diana. Tu compañía siempre es algo por lo que agradecer.

Me sentí algo incómoda mientras me reía. A pesar de que mi risa era demasiado forzada, él no parecía darse cuenta de la enorme incomodidad que me creaba. Maldije mentalmente, de nuevo. Quería escapar ya.

  –Gracias por el café, Jacques –le respondí mientras me ponía el gorro. ¿Sería muy extraño si me alejaba corriendo?

A la vez que pensaba en lo raro que eso sería, no tuve tiempo de reaccionar a sus acciones. Inmóvil, noté como se acercaba a mí y posaba sus labios contra mi mejilla. Abrí los ojos estupefacta, pero antes de que mi loba atacara inconscientemente, él ya se había alejado de mí. Mi mejilla ardió cuando el viento helado golpeó sobre ella. Tuve que tensarme para no limpiármela delante de él.

El rostro de Jacques brillaba victorioso. Tras un guiño y una sonrisa descarada, se despidió de nuevo de mí y se internó en su casa. En ese instante, restregué mi mejilla con fuerza.  Mientras empezaba a alejarme de aquella casa, sentí que mis músculos se relajaban considerablemente. Casi habría suspirado de alivio, si no hubiese sido por lo que me encontré a varios metros de mí. Mi corazón se aceleró.

  –Rick –mi tono fue de estupefacción. Casi sentí la rabia quemando mi pecho cuando entendí las acciones de Jacques. ¡Maldito fuera aquel lobo!

Me quedé anclada al suelo por aquella feroz mirada. Por un momento vislumbré al enorme lobo plateado dentro de sus ojos; recordé el momento en el que me salvó, la ira que refulgía en ellos, y no pude evitar pensar que ahora mismo se asemejaba demasiado a ese instante. 

Sin embargo, su rostro no mostraba nada más. Sus ojos eran los únicos que hablaban, pero eran tan confusos que no podía estar segura de nada. ¿Cómo podía pensar que él estaba celoso, cuando ni siquiera quería aceptarme? Cerré los ojos y negué con la cabeza.

  –Diana –me saludó él con la voz neutral, como si lo que acabara de ver fuera normal.

Casi le insulté en voz alta cuando me habló de esa forma. Odiaba profundamente que fuese indiferente, ¿cómo podía fingir que no le importaba lo que acababa de ver? 

Y sobre todo, ¿de dónde sacaba la esperanza de que él realmente quisiera unirse a mí? 


LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora