[10] Pequeñas venganzas.

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DIANA.

Observé con alivio como llegábamos por fin a nuestra primera parada. Después de medio día bajo un tenso silencio–que se hizo imposible de romper tras el detalle que Rick había tenido conmigo–, sentía ganas de abrir la puerta de golpe y salir corriendo de allí mientras gritaba por la tensión. Aunque sabía que no lo haría, cada célula de mi cuerpo me empujaba a ello.

Estaba saturada y cansada. Jamás me había esforzado tanto por ignorar a alguien: me repetía como una oración que no debía mirarle, que no apartara la mirada de la ventanilla, que observara como el paisaje cambiaba lentamente y me acercaba a mi primer destino y a la solitaria libertad; también me había costado horrores no captar su aroma, que se había extendido por el coche y me había envuelto sin compasión, recordándome al notar aquel rastro silvestre lo que había ocurrido días atrás. Había tenido que respirar por la boca durante horas para no captarlo y no echarme a llorar como pretendía hacer en cuanto me quedara a solas. Sin embargo, lo que más me había costado había sido mantener el silencio. Cada parte de mi cuerpo y de mi mente me suplicaba, me rogaba, que le hablase. Que le pidiese explicaciones. Que le gritara enfurecida. Pero no iba a arriesgarme a volver a hacerlo para recibir nuevas palabras dañinas; al menos, no por ahora. Esperaría a sanar mis heridas y volvería. Porque no me iba a rendir, con Rick jamás. Y me importaba bien poco todo lo demás.

Miré el paquete de galletas que tenía sobre mis rodillas, todavía sin abrir, y maldije mentalmente mientras lo guardaba en la bolsa. No podía evitar pensar que había sido una ofrenda de perdón, pero era más lista que eso. Rick jamás diría que lamentaba alejarme de él; me había dejado muy claro que eso era lo que quería. Solo teníamos que ver quién era más fuerte de los dos.

Y estaba empezando a dudar de mí misma.

  –Ya hemos llegado –dijo Rick de pronto, como si no fuera obvio–. Vamos.

Apreté los dientes al oír la orden en su voz. Sabía que era algo innato, que ni siquiera procesaba que lo hiciera. Y jamás me había molestado tanto como ahora. Yo no recibía órdenes, yo las daba. ¡Maldito fuera! Por un momento, deseé que mi Compañero de Vida no fuera un Sucesor como yo; aunque sabía que no podría ser de otra forma. Necesitaba un alma tan dominante como la mía, pero estaba empezando a creer que él era todavía peor que yo. 

Rick salió del coche y yo le imité segundos después. En cuanto salí, una corriente cálida me golpeó en el rostro como una dulce bienvenida. Una sonrisa se extendió por mis labios mientras me quitaba la bufanda, apreciando la temperatura calurosa. Sin poder evitarlo, miré a Rick de reojo mientras éste se quitaba la chaqueta. Grave error. Aparté la mirada al instante.

  –¡Diana! –la dulce voz de Amalia me llegó desde lejos, como el canto de una sirena. Sonreí todavía más y caminé rápidamente hacia ella para fundirnos en un apretado abrazo, contenta por ver que las cosas que me había contado Marie eran ciertas– ¡Cuánto tiempo sin verte!

Me eché a reír mientras nos separábamos. Miré los ojos profundamente rojos de la vampiro, su melena negra y su esbelta figura. Era muy guapa, demasiado diría yo. Sentí una sana envidia hacia ella, pero me alegré de ver el brillo vivo en su mirada y el color sonrojado en su piel pálida. La última vez que la había visto había estado pálida y ojerosa, a las puertas de la muerte. 

No me había podido creer del todo las descripciones de Marie sobre ella hasta este instante. La Alfa había repetido varias veces la palabra ''feliz'', pero Amalia parecía mucho más que eso. Una sonrisa se extendía por su rostro como un rayo brillante y el amor rebosaba por cada poro de su piel. Mi estómago se encogió.

  –Rick –dijo entonces Amalia, clavando sus ojos en él. Observé como Rick asentía levemente a modo de saludo, pero sus labios ni siquiera se curvaron. Era un maldito trozo de hielo que me enloquecía–. Me alegro de verte aquí –Amalia nos miró entonces a ambos y notó la tensión que nos cubría; agradecí que no comentara nada–. Jake está ocupado con unos asuntos en este momento, pero me ha pedido que os lleve a vuestra cabaña para que podáis empezar a alojaros mientras termina.

Casi me atraganté con mi propia saliva cuando escuché la palabra ''vuestra''. Una maldición empezó a nacer de lo más profundo de mi garganta, pero me sorprendí cuando Rick me interrumpió antes de que pudiera soltarla.

–Gracias Amalia –me miró seriamente, retándome a que dijera algo para contradecirle–. Eres muy amable.

Contuve un gruñido furioso y apreté los puños con fuerza, deseando lanzarle la bolsa a la cabeza. A pesar de que era un punto a mi favor, odiaba que mintiese de esa forma. ¿Tan poco le importaba, que ni siquiera le molestaba que durmiésemos bajo el mismo techo de nuevo?

Amalia agachó la cabeza para ocultar una sonrisa. Contuve un bufido.

–Acompañadme –la voz de Amalia sonaba entretenida pero algo tensa. Al parecer también le afectaba el ambiente pesado que llevábamos continuamente con nosotros. Era síntoma de que el muy idiota se dejara morder por otra.

Mientras caminábamos por la enorme aldea, recibí varios abrazos amistosos de los lobos que allí vivían. No podía evitar sentirme feliz por estar aquí, pues había pasado la mayor parte de mi vida criándome con ellos. 

Sin embargo, no podía olvidar los rostros de varios jóvenes que también se acercaron a saludarme. No perdí la oportunidad de vengarme de Rick un poco más, saludándolos más efusivamente que a los otros. Los abrazos eran más largos y no podía evitar mirar a Rick descaradamente mientras me hundía entre los brazos de otro lobo. Él se mantenía a varios metros de distancia, en silencio, sin apartar los ojos de mí. La tensión aumentaba por momentos, pero era eso lo que quería.

¡Jódete, Rick! ¡No tienes ningún coche al que golpear ahora! 

  –Bueno –Amalia me cogió del brazo antes de que pudiera fundirme en un nuevo abrazo. Cuando sus ojos se clavaron en mí, vi la enorme diversión que le estaba causando mi comportamiento, mezclado con algo de miedo por la reacción que podía tener Rick; sin embargo, también podía encontrar algo de afirmación en su mirada–. Ya podrás seguir saludando esta noche, Diana. Ahora nos tenemos que ir.

Yo asentí lentamente, pero no me olvidé del último lobo, que había reservado para el final. Acercándome al chico que tendría solo unos pocos años más que yo, recordé cuando había peleado por mi mano meses atrás, en la fiesta de Celebración por la victoria. A pesar de haber ganado, no acepté el compromiso... Y por eso, ahora me miraba completamente asustado.

Sonreí levemente y me incliné para besar su mejilla. Me separé segundos después, cuando un gruñido amenazador surcó el aire. Cuando volví a mirar a Rick, tenía la mandíbula apretada y sus ojos grisáceos brillaban tormentosos. 

  –Hasta esta noche –le dije al lobo en voz baja, pero no lo suficiente para que no se oyera. El lobo me miró entre extrañado y alegre, y asintió con la cabeza. Me giré entonces y miré a Amalia con una amplia sonrisa, que ella me devolvía sin poder evitarlo pero con sus ojos gritándome un mensaje bien claro: ''Te vas a meter en un lío''– ¿Nos vamos?

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora