[46] La verdad. (1)

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RICK.

Dos días después...

Cerré los ojos con un suspiro y contuve el enorme bostezo que me acechaba por momentos. Con el cansancio clavándose en mi cuerpo con más fuerza que nunca, sentía como si mis huesos estuvieran hechos de metal y mis párpados fueran imanes que se atraían. Necesitaba dormir, pero no me atrevía a cerrar los ojos. No me atrevía a descansar, pues temía que todo esto fuera a desaparecer. 

Habían pasado dos días desde el ritual en el lago, desde que Jacques me obligó a salir del lago apresurado y tomó mi lugar, sin entender por qué. Y aunque deseaba saber la verdad, él todavía no había despertado de lo que fuera que nos había ocurrido, del enorme cansancio que nos había inundado desde aquel momento; además, el maldito Sanador se negaba a hablar, a pesar de que estaba seguro de que sabía lo que había ocurrido.

En aquel momento, sentí como el cuerpo de Diana se acercaba todavía más a mí, frotando su mejilla contra mi pecho. Una pequeña sonrisa surcó mis labios mientras ella suspiraba, como si se alegrara de que todavía estuviera allí. Por unos instantes, me quedé sin respiración al darme cuenta de lo mucho que la quería, y de lo poco que había podido demostrárselo; ella había sido tan valiente durante tanto tiempo, había sido tan terca y decidida, que a pesar de que había querido y deseado con todas mis fuerzas el no amarla, había sido imposible. Ella me había tenido entre sus manos desde el primer momento, desde que me miró por primera vez, y pensar en todos los momentos y todas las palabras que le dije para alejarla de mí, me destrozaban por dentro.

Apreté la mandíbula mientras recordaba aquel momento en el que Diana y Jacques salieron del lago. 

A pesar de que había deseado con todas mis fuerzas el poder moverme, lo único de lo que había sido capaz en ese instante, fue observar como ambos se tiraban en la orilla y perdían el conocimiento. El terror de aquel momento inundó cada célula de mi piel, y el deseo por saber si Diana estaba bien fue lo único que me dio fuerzas para moverme. Con cada latido de mi corazón, sentía como pequeñas agujas se clavaban por todo mi cuerpo; con cada movimiento, sentía como si mi piel se desgarrara. Era una sensación horrorosa, pero nada se podía comparar con el miedo de no saber si mi Compañera estaba bien. Eso fue lo único que consiguió que me acercara a ella.

No supe cuanto tiempo estuve con ella, acariciando su mejilla mientras oía su corazón latir y veía como su pecho se alzaba levemente, haciéndome saber que estaba bien. Nada me importaba más que ella, y solo pude apartar mi mirada de ella cuando abrió por fin aquellos dorados ojos y los clavó en mí. Diana me sonrió entonces, y yo sentí como mi corazón volvía a latir.

Sin poder decir nada, me había inclinado sobre ella y había besado sus labios, todavía sintiendo como el cansancio entumecía mis músculos.

 –Se ha roto–susurró entonces ella con una enorme sonrisa contra mis labios, incorporándose y cogiendo mi rostro entre sus manos– ¡Se ha roto!

Sin poder creérmelo, la abracé con fuerza y hundí mi rostro en su cuello, imaginando todo lo que eso significaba: podía estar con ella, podíamos unirnos completamente. Mi corazón se aceleró de solo pensarlo, pero en el momento en el que iba a decir algo, una voz me interrumpió:

  –Saoul...

El tono triste de mi madre recorrió mi columna como un rayo. Alzando la vista sobre mi hombro, vi a mi madre de pie a varios metros de mí, mirando hacia los árboles con los ojos llenos de lágrimas. Confuso, miré hacia el lugar donde debía haber estado el cuerpo de mi padre, pero allí no había nada, solo las huellas de un enorme lobo. Mi estómago se apretó mientras sentía un agudo dolor en el centro de mi pecho. Mi padre se había ido.

–Rick tenemos que ir tras él –dijo entonces Diana con lágrimas en los ojos, aterrada al ver como mi madre caía de rodillas mientras se agarraba el pecho. Marie lloraba en silencio mientras sus hombros se sacudían con fuerza–. Podemos hacerle entrar en razón...

–No –la interrumpí con la voz ronca, abrazándola y refugiándome en su cuello, en su olor. El pensar que había estado a segundos de ocupar el lugar de mi padre, de haber podido acabar así, me dolía. El saber que mi padre ya no estaba, me destrozaba. Cerré los ojos con fuerza mientras contenía las lágrimas–. El alma de mi padre ya no está. Ese lobo ya no recuerda nada sobre nosotros, es completamente animal... Mi padre se ha ido.

  –¿Rick?–de pronto, la voz ronca de Diana me sacó de mis pensamientos y recuerdos– ¿En qué estás pensando?

Bajé la mirada hacia mi preciosa Compañera y me obligué a sonreír. No tenía sentido que habláramos de todo lo que había pasado, lo único que teníamos que hacer era alegrarnos porque la maldición, de alguna forma, había desaparecido.

–No es nada, Diana –le respondí, inclinándome en busca de un beso que ella me dio con una sonrisa–. Nada de lo que te tengas que preocupar.

Ella alzó una ceja y sonrió todavía más. 

– Me preocupas cuando dices eso, tonto–aquella respuesta me hizo reír, y ella se sonrojó levemente–. Me encanta que te rías, nunca pensé que un cubito de hielo como tú pudiera. Es todo un descubrimiento, ¿sabes?

  –Qué graciosa te has despertado hoy, ¿no? –le respondí con burla, pellizcándole la mejilla con suavidad.

Ella se echó a reír y se movió rápidamente, sentándose sobre mí y apoyando sus manos sobre mi pecho. Alcé una ceja mientras Diana se mordía el labio, aguantándose otra carcajada a la vez que yo hacía un esfuerzo titánico por no sonreír.

  –Yo siempre he sido graciosa, lobo–me explicó ella con una falsa seriedad, pues sus ojos brillaban con diversión–. Lo que pasa es que tú me haces enfadar continuamente.

Aquella respuesta me hizo sonreír, pues recordé cada discusión y cada pelea que habíamos tenido desde que todo comenzó.

–Tú tampoco te quedas atrás –dije entonces, moviéndome rápidamente y consiguiendo que nuestras posiciones cambiaran. Ahora, ella estaba acostada debajo de mí, con una mirada que brillaba con sorpresa y diversión–. Que yo recuerde, me has hecho enfadar mucho... Continuamente.

Una sonrisa traviesa surcó sus labios, junto con aquel brillo pícaro en su mirada. Parecía una niña pequeña a la que acababan de pillar haciendo algo malo, pero de lo que no se arrepentía.

  –Te comportabas como una maldita estatua viviente. Me enloquecía que no respondieras a mí, que no sintieras lo mismo que yo. ¡No era justo que yo babeara por ti y tú ni siquiera me miraras! –ella hizo un gesto molesto, pero al instante desapareció–. Además, era divertido y excitante, como una montaña rusa... No sabía como ibas a reaccionar.

Yo me reí entre dientes y me incliné sobre ella para dejar un pequeño rastro de besos desde su boca hasta su cuello. Ella se estremeció entre mis brazos, y cuando llegué al cálido hueco de su cuello, me emborraché de su olor. Sin embargo, cuando estaba a punto de marcarla, la puerta de entrada de mi cabaña sonó con fuerza. El olor inconfundible de Alan llegó hasta mí.

Yo gemí como si me hubiesen golpeado y apoyé mi frente en su hombro, deseando que Alan desapareciera. Segundos después, volvió a llamar con urgencia.

  –¡Rick, Jacques acaba de despertar! –la voz del lobo llegó a nosotros apagada, pero nuestro oído era demasiado agudo como para no oírlo– ¡Nos va a contar la verdad! ¡Vamos!

Segundos después, Alan se había ido. Mirando fijamente a Diana, vi como la sorpresa y el ansia por saber lo que había ocurrido días atrás la inundaban. Yo me sentía exactamente igual. 

Sin decirnos nada, ambos salimos de la cama con rapidez y comenzamos a vestirnos.

  –Que sepas que esto no ha terminado, loba –le dije mientras salíamos de la cabaña, cogidos de la mano–. No te me vas a escapar.

Ella me miró entonces con una sonrisa pícara y desafiante. Al instante, sentí como mi corazón se apretaba por todo el amor que sentía por ella.

–No tengo duda alguna sobre ello, Rick. Estoy deseando que me atrapes... Si puedes.

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora