[36] Voy contigo.

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DIANA.

No pude evitar una sonrisa mientras Rick me envolvía con sus brazos, apretándome fuertemente mientras fría brisa revolvía la manta que me envolvía. Con mis ojos clavados en la fila de árboles que se extendía a unos cuantos metros del porche de aquella cabaña, lo único que era capaz de procesar era el cálido cuerpo de Rick en mi espalda, con su rostro hundido en la curvatura de mi cuello. Una pequeña carcajada de escapó de mi garganta cuando él gruñó con satisfacción.

Disfrutando de aquel pacífico momento, bajé la mirada hacia sus grandes manos, que reposaban en mis caderas y no pude resistirme a enlazar mis dedos con los suyos, sin importarme que la manta estuviese a punto de caer al suelo.

Después de las horas que habíamos pasado juntos en aquella habitación, me di cuenta de que una extraña paz se había asentado entre ambos. Quizá había sido porque jamás había estado tan cerca de alguien, o que era la primera y única vez que amaba a una persona, pero la loba agresiva que me había dominado desde que había llegado a la pubertad, ahora estaba tranquila. Sumisa. En paz. Y mirando sobre mi hombro a los ojos del causante de todo aquello, supe que él sentía lo mismo que yo. Una pequeña sonrisa se extendió por mis labios.

  –Deberías entrar dentro, hace demasiado frío aquí fuera –dijo él rompiendo el silencio, mirándome de manera divertida.

Yo me eché a reír y alcé una ceja, girándome lentamente entre sus brazos y observando que él iba sin camiseta. 

  –Creo que no eres el más indicado para decir eso –le respondí alzando una ceja a la vez que volvía a agarrar la manta–. Eres tú el que se constipará como un niño pequeño por ir andando por ahí sin ropa.

–Llevo ropa –él se señaló el pantalón con una sonrisa pícara–. Pero eso no era de lo que estábamos hablando, obstinada. Tú no estás acostumbrada al frío de este bosque, te vas...

–Bla, bla, bla –respondí yo, tapándole la boca con la mano. Él me dio un suave mordisco en la palma y yo me quejé, divertida–. Lo que yo decía, como un niño.

Sin esperar a su respuesta, me libré de su agarre y caminé rápidamente al interior de la casa, pues realmente tenía frío, e ir descalza no mejoraba el asunto. 

  –Te lo dije –señaló él divertido, cuando me vio sentada en el sofá mientras intentaba calentar mis pies con mis manos. Le miré con el ceño fruncido cuando se acuclilló delante de mí, con una sonrisa divertida y sin atender a mis miradas de reproche–. No deberías haber salido descalza, Diana.

–Oh, gracias papá –le respondí poniendo los ojos en blanco. 

Él se rió todavía más y yo me quedé en blanco cuando vi aquella amplia y franca sonrisa. Jamás había visto aquella expresión tan relajada de Rick, y ahora que lo había hecho, me había quedado prendada de ella. 

Mirando fijamente su rostro, me di cuenta de que ahora lucía mucho más guapo que nunca, y no entendía por qué. No sabía si era por el brillo de sus ojos que ahora relucían más que nunca, como la plata fundida; o aquella sonrisa con hoyuelos que le hacía parecer más cálido y accesible... O quizá era que ya no veía aquellas sombras en su rostro, ya no había nada oculto entre ambos... Ahora podía ser él, justo como quería. Me emocioné y sonreí cuando él giró la cabeza, extrañado ante mi prolongado escrutinio.

  –¿Es que tengo algo en la cara? –preguntó con una ceja alzada, mirándome fijamente a los ojos. La diversión brillaba en ellos, a pesar de que quería parecer molesto.

–Sí –le respondí con una carcajada, limpiándome los ojos. 

–¿Y se puede saber qué? –dijo entonces, sin ocultar una sonrisa. 

–Esto –susurré suavemente, inclinándome hacia él y posando mis labios sobre los suyos. 

Un agradecimiento por haberme contado la verdad, por haberme dado una paz única y por ser simplemente él. 

El beso fue tierno y cálido, como los que habíamos compartido horas atrás. Su mano descansaba en mi mejilla mientras nuestros labios chocaban lentamente. Deseé que aquel momento fuese eterno.

Sin embargo, no fue así. Rick se separó repentinamente de mí, y miró hacia la puerta de la cabaña durante unos instantes; luego, ésta sonó con estrépito, sobresaltándome.

  –Alan –dijo él, caminando hacia la puerta y abriéndola, dejándome ver que Rick no había estado equivocado.

Alan estaba delante de Rick, con el ceño fruncido y su rostro marcado por la preocupación y la desesperación. Cuando él inspiró el aroma del aire, me lanzó una rápida mirada y, al instante, sus ojos se llenaron de lástima. Mi corazón se estrujó un poco, aunque no entendía muy bien por qué.

  –Lamento mucho presentarme aquí hoy, Rick. Sé que hoy es tu último día con...

  –Alan –le interrumpió Rick, molesto. Él me lanzó una rápida mirada que no pude identificar, y volvió a fijar sus ojos en el gran hombre que tenía ante él– ¿Qué ocurre?

  –Tu padre –dijo Alan sin más. Mi estómago dio un vuelco cuando entendí levemente por donde iban los tiros; me levanté del sofá al instante y me acerqué a Rick, enlazando mis dedos con los suyos. Aunque él no lo dijera, cada noticia que recibía de su padre era como un puñal en su corazón. Yo lo sentía, y odiaba profundamente que se sintiera tan solo al respecto. Cuando Rick apretó con fuerza mi mano, le dio un leve asentimiento a Alan para que continuara. Me hizo feliz saber que yo no era una molestia para él–. A pesar de que conseguimos encadenarle, su fuerza es descomunal... Ha atacado a varios hombres y ya no podemos contenerle más. Tememos acercarnos a él, pues ya casi no tiene uso de razón –Alan lanzó una rápida mirada a la herida que Rick tenía en su hombro, y que era ya una fina cicatriz rosada–. Sé que es injusto pedírtelo, pero te necesitamos. Eres el único que consigue tranquilizarle. 

Rick apretó los dientes, con un grave gruñido estancado en sus ojos. 

  –Sal un momento, Alan. Necesito hablar con Diana.

Aquello me dejó paralizada por unos segundos; cuando el Alan desapareció  de delante de nosotros, me sentí levemente confusa.

–Rick, ¿qué ocurre? –le pregunté con la cabeza levemente ladeada.

–Diana, yo...–Rick parecía no encontrar las palabras adecuadas, y eso le daba un toque inseguro que jamás había visto en él. Sin poder evitarlo sonreí y apreté su mano, animándole a hablar–. Lo siento Diana, pero tengo que ir con Alan. Mi padre es... destructivo. Necesitamos mantenerlo atado hasta que el Festival de Invierno termine, para la seguridad de todos.

  –¿Y qué es lo que me quieres decir con eso? 

  –Que voy a tener que marcharme... Y no sé si volveré a tiempo.

Aquello fue como un jarrón de agua fría. Tragué saliva mientras sentía mi pulso acelerarse. No, no podía ser. ¡No iba a permitir que él se fuera sin mí! ¡No!

–No me importa Rick –dije frunciendo el ceño y apretando los labios en una fina línea. Aquella era mi expresión de total decisión, y nadie, ni siquiera él, podía hacer que cambiara de opinión–. Voy a ir contigo, lobo. No vas a conseguir alejarte de mí. 

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora