[17] Conversación.

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DIANA.

Estaba de pie en medio de la pequeña plaza, observando como la Manada se reunía para despedirnos. Forzando una sonrisa, abracé a varias lobas mientras le observaba acercarse a mí casi con desesperación. Llevaba el pelo castaño despeinado y su rostro parecía una máscara irrompible, al igual que el frialdad que brillaba en su mirada. Mi garganta se apretó cuando le vi pasar de largo hacia la casa de Jake, con la mirada fija al frente y haciendo como si no estuviese allí.

Había pasado una semana desde que nos habíamos besado y todo estaba complicándose a pasos agigantados. A pesar de vivir en una misma cabaña, hacía cuarenta y ocho horas que no le veía aparecer y sabía que intentaba alejarse de mí durante el máximo tiempo posible; aquello me destrozaba el ánimo. La única vez que le había visto dentro, había estado a punto de salir mientras yo entraba. A pesar de que había estado intentando encontrar su mirada, ni siquiera había parpadeado, como si no hubiera estado allí. Había sido muy incómodo, sobre todo cuando me dejó con las palabras atragantadas en la garganta y desapareció con rapidez sin siquiera mirarme. Suspiré. Amalia llevaba días intentando por todos los medios animarme, hacerme creer que al final se daría cuenta de lo que estaba rechazando. De que me estaba rechazando, y que eso no era normal. Me pasaba las noches despierta, pensando en la razón que podría tener Rick para negarse a completar su alma, para negarse a unirse a mí. ¿Cuál era el secreto que no quería contar? ¿Qué tan horrible podía llegar a ser?

Mi garganta se apretó por la injusticia, pero me negué demostrarlo. Sin disimulo alguno, observé como su cuerpo desaparecía entre las calles, deseando mentalmente que fuera capaz de responderme.

  –Diana –dijo entonces Amalia en un tono tan bajo que solo yo había podido oírla y apareciendo a mi lado con una forzada sonrisa–. Sonríe. 

Al instante recordé dónde estaba y con quién. Hice lo que Amalia me pidió, pasando mi mirada por todas aquellas jóvenes lobas que parecían estar obsesionadas conmigo desde lo ocurrido en el bosque. Al parecer, Rick era alguien muy apetecible para otras, y no solo por su puesto de Sucesor. Contuve un gruñido amenazante. Imaginar a Rick con otra me enfurecía, sobre todo porque no estaba segura de que él fuese a rechazarlas. El olor de aquella loba que había marcado a Rick quemó en mis fosas nasales. ¿Eso era lo que él buscaba? ¿Una loba que no fuera su mitad? ¿Prefería a otras? 

Aquellas preguntas quemaron dentro de mi cabeza, pero las borré al instante. Mi sonrisa forzada aumentó cuando vi las miradas curiosas de las jóvenes, preguntándose qué era lo que ocurría entre él y yo.

  –Bueno –dijo de pronto Amalia sonriendo ampliamente–. Diana y yo tenemos que marcharnos, todavía queda mucho por arreglar, y dentro de dos días se celebrará la reunión en Keros.

–Gracias por venir a despediros de mí –dije con una sonrisa falsa; sin embargo, no pude evitar remarcar mis últimas palabras– y de Rick. 

Observé como el rostro de algunas se contrarían con molestia. Amalia me lanzó una mirada divertida y después negó con la cabeza, despidiéndose nuevamente. Agarrándola del brazo, tiré de ella hacia la cabaña de Alessandra. Todavía tenía algo que hacer allí.

* * * * * * * * * * * 

 RICK.

Miré fijamente a Jake, que me devolvía la mirada con la misma intensidad mientras una mesa de madera nos separaba. Mi lobo gruñó con desafío, pero me negué a hacérselo ver. No quería tener problemas con él, pero no podía dejar de notar el olor que salía de su piel y su ropa: Diana. Era un rastro leve, casi imperceptible, pero sabía que estaba allí. Quizá era el rastro de un abrazo o de un beso en la mejilla, pero el simple hecho de imaginar que él podía hacer lo que yo no podía, me enfurecía. 

Era injusto, pero era lo mejor. Sobre todo para ella.

Aunque llevaba varios días que tenía que recordarme continuamente el por qué.

Desde que había probado sus labios, todo era más difícil, más confuso. Antes, me había encontrado dividido entre mi conciencia, que me había prohibido acercarme a ella y besarla, y mi instinto, que me había estado torturando para hacerlo. Ahora que lo había hecho parecía haberme vuelto adicto a ella y eso era algo que no podía ocurrir.

Gruñí entre dientes y negué con la cabeza.

  –Rick –dijo Jake seriamente, mirándome con aquellos intimidantes ojos negros–. Supongo que sabrás por qué te he pedido reunirnos.

  Asentí seriamente. Solo había dos motivos realmente importantes para ambos: uno, era el asesinato de Marcella y Corina que se había producido en el bosque; el segundo, era Diana. A pesar de que tendría que importarme más el primer tema, no era así. Desde hacía meses que mi prioridades estaban cambiando sin control, y no podía hacer nada para evitarlo.

–Estás siendo un completo imbécil con ella –espetó de pronto rudamente con una mueca.

Entrecerré los ojos mientras apretaba los dientes.

–Veo que tanto tu compañera como tú estáis siendo muy molestos con el jodido tema –repliqué fríamente, viendo como sus ojos refulgían amenazantes. El nombrar a Amalia no había sido una buena idea, pero él había elegido mal el motivo de esta conversación–. No os metáis en donde no os importa, Jake. Este problema solo nos concierne a Diana y a mí.

  – ¿Problema? –preguntó con ironía, reclinándose en la silla con una imagen de tranquilidad, a pesar de que sabía y notaba que estaba furioso–. Diana es como una hermana para mí, Rick. No voy a dejar que estés jugando con ella a tu antojo. Creo que mi Compañera te lo dejó bien claro.

–Sí que lo hizo –dije con un frío asentimiento de cabeza, recordando la mirada amenazante de Amalia–. Pero quizás se te olvida una cosa: Diana es adulta para decidir, y sabe que conmigo no tiene posibilidad alguna. No le aceptaré jamás. 

Jake se echó a reír con ironía.

– Ahora entiendo por qué Diana me suplicaba que me alejase de Amalia mientras ella me rechazaba. ¿Cuánto tiempo llevas rechazándola? ¿Cuánto llevas haciéndole daño? Supongo que ni siquiera puedes imaginarlo –Jake clavó su mirada en mí de nuevo, borrando su sonrisa. Su rostro brilló con un tono agridulce, recordando los meses que Amalia se negaba a estar junto a él–. Diana es la loba más fuerte que conozco, pero desde que intenta saber el por qué de tu rechazo está perdiendo aquella fuerza. Antes se reía continuamente... Ahora, ni siquiera sonríe. Le estás contagiando tu puta frialdad, Rick. La estás apagando. Y espero que te des cuenta antes de que sea tarde de lo que estás rechazando.

Intenté no demostrar lo que aquellas palabras provocaron en mí. Sentí como mi estómago se apretaba al darme cuenta que era cierto; desde que estaba con ella, ya no la oía reír. Ni siquiera sonreía. Me clavé mis uñas en las palmas, sintiendo como el pánico me envolvía. ¿Qué podía hacer? 

  –¿Y según tú... qué estoy rechazando? ¿Qué me puede dar Diana que no pueda recibir de otra? –el simple hecho de preguntarlo creó una herida en mi pecho. Me parecía repugnante, pero no retiré mis palabras. Jake, por el contrario, parecía horrorizado.

–¿Estás de broma? –preguntó estupefacto–. Es tu mitad, joder. Ella te dará lo que quieras, y tú le darás lo que ella busque.

Mi garganta se apretó. No quería seguir con esta jodida conversación, ni siquiera podía pensar con claridad. Maldiciendo mentalmente, sabía que no tendría que haber venido a verle.

–Yo solo puedo darle dolor –mi voz salió tan ronca y en voz tan baja, que estaba seguro que ni siquiera lo oyó. Mirándole fijamente, sonreí con frialdad mientras me levantaba como si esta conversación jamás hubiera existido–. Nos veremos dentro de dos días, Jake. Hasta entonces.

 Salí del despacho mientras oía como me llamaba y segundos después maldecía. Mientras caminaba hacia la salida de la cabaña, deseé que aquella conversación desapareciera, pero no me iba a hacer esperanzas. Aquellas palabras se habían clavado con fuerza en mi mente y en mi alma, e iba a pasar muchas noches despierto pensando en ellas.

Maldije a Jake y salí con rapidez de allí, buscando a mi pequeña torturadora.

Quería salir de allí, ya.

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora