[9] Detalles.

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DIANA. 

No sabía como actuar, no sabía qué decir. Tenía la garganta ardiendo por las lágrimas contenidas y el alma destrozada por sus palabras. ¿Por qué se había ensañado tanto conmigo? ¿Tanto le había molestado mi reacción? Sabía que había sido impulsiva, pero el dolor de la traición todavía me estaba pasando factura, y eso que habían pasado cerca de dos días. Maldije mentalmente.

Cuando se había acercado a mí con el olor de otra loba y las marcas de sus dientes en su cuello, simplemente no había podido contenerme. Ni siquiera ahora, con el olor de su sangre seca en el aire dentro del coche intentando enmascararlo, podía olvidar el olor silvestre de aquella desconocida chica. Apreté los dientes con furia y cerré los ojos con fuerza para evitar una nueva ola de lágrimas. No podía demostrarle el enorme corte de cirugía que me había hecho en el corazón; solo tenía que esperar medio día más para poder alejarme de él y pensar con claridad. En cuanto llegásemos a nuestra primera parada, estaría lo más alejada de él para poder lamer mis heridas y expulsar todo mi dolor, sin vergüenza y sin palabras frías e hirientes. 

Y después me vengaría. ¿De verdad pensaba que él era el único capaz de revolcarse con otra? ¡Pues lo tenía muy negro si se pensaba que iba a seguir aguantándome!

  –Voy a bajar a por algo de comer –dijo de pronto Rick sin ningún rastro de sentimiento en la voz, aparcando delante de lo que parecía ser un área de servicio humano. Era como un jodido helado con ojos... Unos preciosos ojos grises, que actualmente quería arrancar y pisar con las ruedas del coche. Quizá así conseguiría no sentirme tan hipnotizada cada vez que me miraba– ¿Qué es lo que quieres?

No aparté la mirada de la ventanilla mientras veía el desolado lugar. Hacía medio día que habíamos abandonado el frondoso paisaje de bosque para internarnos en una horrible y poco transitada carretera. Hice una mueca.

–Nada –dije con la voz seca, intentando igualar aquel rastro de inhumanidad en la voz. Sin embargo, intentar imitarle en ese aspecto era como clavarme a mí misma puñales en el corazón. 

Ni siquiera le miré, no me atreví a ello. Todavía notaba mis ojos rojos por las lágrimas, y no quería darle nada más para que se burlara de mí. Me negaba completamente a ello.

El coche se quedó en silencio, ni una respiración se oía. Casi estuve tentada de pedirle que saliera, pues su mirada estaba tan fija en mí que estaba creando estragos en mi mente y alma. La notaba.

  –Llevas dos días sin comer –dijo él con voz seria pero con un rastro de reproche en la voz. Casi tuve que aguantarme una irónica carcajada. ¿Se preocupaba por si comía o no, pero no por intentar no pisotearme el corazón? 

–No quiero nada –repetí lentamente, sintiendo como la ira y el rencor se acumulaban en mi pecho. Le miré fijamente, intentando trasmitirle todo el odio que sentía hacia él y hacia aquella zorra rubia, como tan bien él la había descrito–. Nada. ¿Qué es lo que no entiendes, Rick? 

Jamás iba a perdonarle lo que me había hecho. O al menos, no en un futuro cercano. Tenía más orgullo y dignidad que eso; sobre todo, tenía amor propio. E iba a vengarme pero bien. No iba a permitir que tuviese ventaja sobre mí por haberle demostrado mis sentimientos. ¡Yo seguía siendo su Compañera de Vida, seguía estúpidamente enamorada de él, pero no era ninguna estúpida! ¡Iba a ser la Alfa de mi Manada, lideraría a hombres que me duplicaban en tamaño, no podía dejar que un idiota con el corazón helado me mangoneara! ¡No iba a permitirlo!

Rick gruñó levemente y salió rápidamente del coche. Casi pude sentir como mis pulmones volvían a procesar el oxígeno que entraba en ellos; suspiré con agobio. No podía aguantar mucho tiempo más así. Necesitaba liberarme de todo, necesitaba correr. ¡Necesitaba sangre! 

Sin embargo, la única sangre que buscaba era la de una zorra rubia que no conocía, pero que tenía intención de conocer. Un gruñido agresivo se escapó de mi garganta; era mi loba, afirmando mis pensamientos. Tanto ella como yo queríamos asegurarnos de que ninguna perra en celo se volvía a cercar a Rick. ¡Incluso si él lo permitía!

Apreté los dientes cuando la puerta del conductor se abrió y Rick se sentó en el sillón. Me obligué a mí misma a no desviar la mirada hacia él, hacia su perfil distraído y su habitual mueca indiferente. Solo esperé a que arrancara y para que pudiéramos seguir nuestro camino. Salvo porque no arrancó. Mi corazón empezó a acelerarse mientras escuchaba el sonido del cuero del sillón al moverse Rick, y la sensación de presión en el aire aumentaba por culpa de su mirada. 

Tuve que contener un grito cuando una bolsa de plástico cayó sobre mis piernas. Aparté la mirada de la ventanilla y la clavé en mi regazo, sorprendida. ¿Pero qué demonios?

  –Te he dicho que no quiero nada –mi voz sonó nerviosa y aguda. No entendía por qué me había comprado algo... Algo que todavía no sabía que era, pero que una parte de mí ansiaba descubrir. ¿Qué era lo que me había comprado Rick? ¿Por qué sentía agradecimiento por algo tan mínimo? ¡No podía permitir que algo así me ablandara!–. ¿Por qué has...?

  –Si no te gustan, no te las comas –dijo él con una mueca, girándose y apoyando las manos en el volante para que no pudiera verle la cara. Clavé la mirada en el espejo del retrovisor, repasando su rostro una y otra vez, aprovechando que parecía estar tan concentrado en medir sus palabras–. Solo las vi y recordé que te gustaban esas galletas.

Yo apreté los labios y no pude evitar sacar la pequeña caja. Las lágrimas habían acudido al instante, recordando la primera y única vez que había comido aquellas galletas. Y había sido con él, en una reunión de Alfas. Habían pasado tres años, pero todavía seguían siendo mis favoritas. Había disfrutado mucho comiéndolas junto a él. Y él se había acordado, maldito fuera.

  –Eres un imbécil –le susurré con las lágrimas cayendo por mis mejillas sin poder evitarlo, volviendo a mirar hacia el espejo retrovisor y encontrándome con su grisácea mirada. ¿Por qué se encargaba de destrozarme el corazón y de intentar reconstruirlo? ¿Por qué me tiraba al suelo y luego me tendía la mano para que me levantara? ¿Cuántos golpes más tendría que recibir para que jamás pudiera recomponerme, para que nunca más pudiera levantarme?–. Un completo imbécil.

Y lo era, porque no tenía consideración con mi corazón ni conmigo. Y yo era demasiado débil como para resistirme a estos detalles y aquellas expresiones perdidas que aparecían solo unos segundos en su rostro, y que ponían vendas alrededor de mi heridas.

–Sí que lo soy–susurró Rick entonces de manera tan insignificante que creí que había sido un producto de mi imaginación y mi dolor.

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora