DIANA.
Grité de dolor y furia mientras intentaba soltarme de entre los brazos de Alan, mientras veía impotente como nos alejábamos cada vez más de lago. No podía creer que Rick me estuviese haciendo esto, que me estuviese alejando de él en este momento.
–¡Suéltame maldita sea! –gritaba enfurecida, intentando golpear a Alan para que me soltara– ¡Rick, no puedes hacerme esto! ¡Rick!
Mi voz se rompió cuando empecé a llorar sin control. Sin fuerzas, dejé de forcejear con Alan y agaché la cabeza para que no viese mis lágrimas, a pesar de que sabía perfectamente que lloraba.
El agarre de Alan se fue aflojando hasta que sentí como ponía sus manos en mis hombros, que se sacudían sin control. Rick estaba a punto de desaparecer de mi vida; él había decidido por los dos que ésta iba a ser la última vez que nos viésemos, como si mi palabra no importara.
Alejándome tambaleante de Alan, me llevé las manos al rostro y me dejé de caer de rodillas. El dolor era tan grande que no podía imaginar como iba a superarlo; la pena iba a matarme.
–Diana –Alan susurró mi nombre; segundos después, noté como ponía sus manos sobre las mías y destapaba mi rostro–. Mírame, por favor.
Lentamente obedecí a lo que me pedía; cuando lo hice, mi corazón se apretó al ver aquella enorme pena reluciendo en el fondo de sus azulados ojos, que hizo que sintiera lástima de mí misma. ¿Así sería mi vida a partir de ahora? ¿Todo el mundo me miraría como si fuera una tullida que ha perdido una parte de mí misma? Aunque realmente así me sentía: como si faltase algo de mí, algo que no iba a recuperar ni a sanar. Una herida abierta para siempre. Me estremecí con fuerza.
–Lo... Lo siento mucho –dijo Alan entonces, dubitativo entre tocarme o alejarse de mí. Cuando un incontrolable sollozo se escapó de entre mis labios tras posar su mano sobre mi hombro, me acercó lentamente a él y me envolvió en un cálido abrazo que no consiguió curar mi destrozado corazón: nada podía hacerlo–. No le odies, Diana. Él solo quiere hacer lo mejor para ti, quiere que no le veas marchar.
Sollocé nuevamente y hundí mi rostro en su hombro, abrazándome a mí misma mientras sentía una frialdad inhumana clavándose en mi pecho. No supe cuánto tiempo estuvimos así, inmóviles, hasta que mis lágrimas se secaron y lo único que me quedaba era un eterno dolor en el corazón.
–Cuando vuelvas con él, dile que vendré aquí todos los días durante el resto de mi vida, que... Que estaré aquí para verle aunque solo sea a la distancia, porque todos los sueños que tenía de ser Alfa se han esfumado, porque son estupideces comparadas con poder estar con él–cerré los ojos con fuerza y negué con la cabeza–. Dile que no habrá nadie más en mi vida, porque no puede ser de otra forma...–sollocé nuevamente y me mordí el labio con fuerza para no empezar a llorar de nuevo– Y dile que le quiero, sobre todo que le quiero.
Alan asintió levemente y me abrazó más fuerte, cuando de pronto, un agudo aullido rompió el silencio de la noche. Un aullido femenino, un aullido que recordaba muy bien.
–¿Ariadna?
* * * * * * * * * * * *
RICK.
No podía olvidar la imagen de las lágrimas de Diana, de aquellos ojos dorados que me habían mirado sorprendidos y asustados cuando Alan la obligó a alejarse de mí. Tampoco podía olvidar sus súplicas y sus sollozos, ni la expresión de traición de su rostro.
–Rick –dijo mi padre con la voz ronca, sacándome de mis pensamientos. Clavé mi mirada en la suya y pude ver la profunda pena reflejada en sus ojos, tan azules que parecían eléctricos–. Necesito que estés concentrado, hijo. Esta va a ser la primera vez que las utilicemos–lanzó una rápida mirada hacia las largas dagas que el viejo Sanador nos había dado, las cuales habían sido utilizadas por mi padre y por el padre de Jacques en la guerra–. Hace veinte años que no la tenía entre mis manos...
Mi padre miró la larga daga negra que tenía entre las manos con pesar, como si no hubiese querido nunca recuperarla. Al pensarlo bien, yo tampoco habría querido tener entre mis manos el arma que trajo consigo todo este dolor, el arma que asesinó a su contrincante; los recuerdos debían estar destrozándolo.
Su mirada rápidamente viajó a la que tenía yo entre mis manos, y la cual ni siquiera recordaba haber aceptado. Bajando mi mirada hacia el arma, supe que aquella había sido la causante de su cicatriz, de aquella larga marca que recorría su rostro como un recordatorio constante de lo ocurrido.
–Hace veinte años que no la tienes entre tus manos, pero seguro que todavía recuerdas la sensación que sentiste al clavársela a mi sobrino en el pecho–dijo de pronto el Sanador, apretando los labios en una fina línea, furioso. Sus pequeños ojos negros se habían entrecerrado, observando a mi padre como si disfrutase cada segundo de su sufrimiento–. Trajiste la locura a mi hermana. ¡Ella decidió darlo todo por la venganza! ¡Y tú ni siquiera le diste el honor a mi nieto de morir como un lobo!
–Decidí luchar como humano contra él porque como lobo le habría ganado con facilidad –susurró mi padre fríamente, moviendo su daga lentamente, observando el reflejo de la luna en el filo–. Era un lobo rápido y delgado, pero era pequeño, quizá unos cuantos años más joven que yo. A pesar de lo sencillo que me habría sido matarle como lobo, quise darle la oportunidad de luchar... De demostrar que valía lo suficiente como para cuidar de Marie. ¡Le di la oportunidad de ganar! –entonces, apretó los labios en una fina línea–. Luchamos limpiamente entre todo el caos que se había desatado alrededor de nosotros, pero gané yo –un gruñido se escapó de su boca mientras el sanador se mantenía en silencio–. Le di la opción de huir, de alejarse de aquí... ¡Y la rechazó! ¡Fue una lucha justa, maldito anciano! ¡Y a pesar de todo tu maldita hermana me condenó a un infierno por luchar por la mujer a la que amo!
Todo el claro se quedó mudo tras las palabras de mi padre. Nunca me había contado aquella parte de la historia, nunca me contó que le había dado la oportunidad de huir. Por un momento imaginé lo diferente que habría sido todo si en aquel instante el maldito lobo hubiese aceptado y se hubiese alejado de aquí; cerré los ojos y negué con la cabeza. No, no podía permitirme pensar en eso, a pesar de lo mucho que deseara que hubiese ocurrido así.
–Y ahora que sabes la verdad, viejo molesto –le espetó mi padre, mirándolo fijamente–. Desaparece de mi vista, ya no tienes nada que hacer aquí.
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LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||
WerewolfTercera temporada de LOBO BLANCO. Todo había cambiado entre nosotros. Todo. Desde que Rick me encontró en el bosque, todo se había convertido en un revoltijo de emociones crudas y violentas, de deseos gritados en silencio y de sentimientos callados...