[2] Volviéndonos a ver.

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DIANA.

Observé su rasgos serios, esa expresión tan indiferente para todo, aquellos ojos plateados que eran capaces de hacerme estremecer ante su fuerza. Jamás había visto una mirada así, tan feroz y única, en un rostro tan inexpresivo. Me maldije con fuerza. Odiaba quedarme en silencio bajo ella, odiaba perder cada rastro de fuerza cada vez que me miraba. Necesitaba pensar con claridad. 

¿Qué era lo que había planeado decirle? ¿Dónde se habían quedado todas aquellas horas que había pasado en mi habitación, imaginándome lo que diría cuando lo volviese a ver? ¿Por qué me había quedado en blanco?

Habían pasado casi dos meses desde la última vez que le había visto. Todavía podía recordar aquella mañana en la que me despertó en aquella vieja cabaña, con el pelo revuelto y aquella mirada tormentosa, y me dijo que por fin iba a traerme de vuelta. Jamás pensé que después de hacerlo, él volvería a desaparecer pero desde entonces no había podido llegar a pensar que había sido un error. ¿Cómo había sido tan tonta de querer alejarme de él? ¿Por qué no había aprovechado aquella oportunidad?

Después de su marcha me había pasado semanas pensando en lo que estaría haciendo, en las razones que tendría para irse, en el por qué nadie parecía querer hablar del tema. ¿Qué estaba ocurriendo aquí? ¿Dónde demonios iba Rick, que nadie parecía preocuparse por él?

Me mordí el labio cuando él ladeó levemente la cabeza y arqueó una ceja, mirándome alternativamente a mí y a la casa de Jacques. Por unos instantes, sentí como si me estuviesen cazando. ¿Pero qué demonios tenía aquel lobo que me ponía en guardia con un simple gesto?

  –Rick –repetí estúpidamente, sin llegar realmente a creerlo. Sin poder evitarlo, pasé mi mirada por él y tuve que contenerme para no lanzarme de forma impulsiva hacia sus brazos. Con el pelo castaño cayéndole sobre los ojos y enmarcando su rostro, parecía más adulto de lo que lo fue antes de desaparecer– ¿Cómo...? ¿Desde cuándo estás aquí? 

Los músculos de su mandíbula se tensaron cuando él apretó los dientes. Por unos instantes, pude observar aquel fuego plateado arder con furia, pero desapareció tan rápido que supuse que me lo había imaginado. 

  –Llegué hace unas horas –me respondió él entre dientes sin apartar la mirada del hogar de Jacques. Me sentí nerviosa cuando me volvió a mirar fijamente–. Veo que no has estado perdiendo el tiempo desde la última vez que nos vimos, Diana.

 Me tensé al instante en el que escuché aquel extraño tono de reproche en su voz. Entrecerré los ojos, sintiendo como la ira empezaba a enrollarse en mi estómago. ¿Él realmente había sido capaz de decir eso? ¿De verdad acababa de reprocharme el haber estado en la casa de su hermano, cuando él mismo había decidido rechazarme? 

  –Espero haber oído mal, Rick –dije lentamente, intentando contenerme. De pronto sentí como si la tensión en el ambiente se electrificara, como si cada respiración que tomábamos solo añadiera más presión sobre nosotros–. No tienes ningún derecho a decir eso, lobo... Puedo hacer lo que quiera, con quien quiera.

Él se tensó, y yo le imité. Sus ojos parecían haber empezado a arder de verdad, pero cuando habló su voz tenía el mismo tono impasible e indiferente de siempre. Aquello solo hacía empeorar mi furia.

–¿Y has elegido a Jacques? –preguntó con cierto tono de burla. Me hirió profundamente el ver aquella sonrisa falsa y fría en sus labios, pero no lo demostré–. Siempre pensé que tenías mejor gusto, Diana... Después de todos los lobos que han ido tras de ti, eliges al peor de ellos. 

Apreté los labios en una fina línea y clavé mis propias uñas en las palmas de mis manos para no abalanzarme sobre él allí mismo. Estaba tan furiosa y herida que sentía un leve temblor recorriendo mi cuerpo. 

No pude responderle nada mientras le observaba marchar a paso ligero pues las palabras se habían quedado atascadas en mi garganta. Me quedé en medio de la calle durante minutos, incluso cuando él ya desapareció de mi vista, sintiendo como el frío congelaba mi cuerpo pero avivaba mi ira; no pasó mucho tiempo cuando me di cuenta de que estaba corriendo hacia él, a pesar de que no tenía nada en mente salvo unas terribles ganas de golpearle. ¡¿Quién demonios se creía?!

  – ¡Rick! –le grité furiosa, agarrándole con fuerza del brazo y obligándole a parar. Cuando me volvió a mirar, sus ojos brillaban tormentosos. Me quedé momentáneamente paralizada cuando su aroma me golpeó con fuerza; me sentí perdida por unos instantes.

  –¿Qué? –me espetó él, soltándose y alejándose de mí con los ojos cerrados y tenso. Contuve un gruñido. 

Me quedé unos segundos más en silencio intentando recomponer mis ideas y buscando las palabras exactas. Sin embargo, en cuanto cogí aire, simplemente solté todo lo que había estado reconcomiéndome durante dos largos e infernales meses.

  – ¡¿Cómo te atreves a reprocharme nada después de haberte pasado dos malditos meses desparecido?! ¡Pero quién te crees que eres! –Él se tensó como una cuerda y abrió la boca para hablar, pero no se lo permití. No ahora, desde luego que no–. ¡No puedes venir aquí a quejarte sobre lo que hago cuando no sabes nada! ¡Si hubieses estado aquí durante este tiempo, sabrías que no he elegido a tu hermano para nada, idiota!

–Desde que te conozco jamás he visto a ningún hombre rozarte sin que quisieras arrancarle la garganta –me respondió secamente, frunciendo levemente el ceño. Casi me emocioné al ver algo de expresión en su rostro; sí, expresión de enfado... Pero expresión, al fin y al cabo–. La primera vez que te vi, estabas golpeando a Jake por haberte besado la mejilla delante de todos, así que no creo que sea tan difícil de imaginar que, si mi... hermano ha sido capaz de besarte sin que le ataques, debe ser por algo más que amistad. 

No pude evitar sonrojarme. ¿Por qué demonios recordaba eso? Cerré los ojos con fuerza. 

  –Él es mi amigo –mentí con la mirada baja–. Además, ya no tengo trece años. No puedo ir golpeando a los hombres cada vez que se me acerquen –sin embargo, no pude evitar pensar que a él sí que le golpearía con fuerza; aunque seguramente después le besaría. Negué mentalmente ante mis confusos pensamientos–. E igualmente, ¿a ti qué más te da? ¿No me dijiste que jamás seríamos nada? ¿Que este... reconocimiento era un error?

Su rostro volvió a ser una máscara fría y tuve ganas de gritar. ¿Por qué? ¿Por qué cuando me atrevía a preguntarle aquello tenía que ser tan inaccesible?

  –Solo quiero que elijas bien –me dijo él de pronto, con la voz ronca y pastosa, como si le hubiese costado un mundo decir aquellas palabras; desde luego, a mí me destrozó oírlas. ¿De verdad nunca vio una posibilidad en nosotros?–. No cualquier lobo sirve para Alfa.

Mi garganta se apretó por las lágrimas y de pronto me di cuenta que cualquier rastro de furia se había evaporado. Ahora mismo, lo único que quedaba entre nosotros era la cruda realidad:

–No te preocupes –le dije con voz temblorosa, al igual que mi falsa sonrisa–. Yo ya he elegido.

Y para fortuna o desgracia, lo había elegido a él. Y no iba a rendirme sin pelear, aunque tuviera que hacerlo contra él mismo. Iba a conseguir lo que quería, y le demostraría a aquel lobo terco lo que se iba a perder si no me aceptaba.

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora