[6] Sorpresas.

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 ¡Hooola! Solo quería preguntaros si os ha pasado una cosita. Al parecer, gracias a una amable lectora (Littleunicorn5, que por cierto, gracias) me he dado cuenta de que es posible que no os haya llegado la notificación del capítulo anterior. Si es así, perdonadme por no haberme dado cuenta antes :c 

Si os ha pasado, leedlo antes de comenzar con este. ¡Y perdonad las molestias! Gracias<3.

-Paula.


DIANA.

Abracé con fuerza a Marie y hundí mi rostro en su cuello, detectando su olor floral y bebiendo de él. La Alfa había dejado sus quehaceres por unos minutos para poder venir a despedirse de nosotros, y eso era algo que agradecía profundamente. Sonreí ampliamente cuando me soltó del abrazo.

 –Espero que no se os haga muy largo el viaje–Marie me guiñó un ojo, cómplice, y se separó de mí. No pude evitar echarme a reír.

Me quedé inmóvil mientras el viejo Sanador se acercaba a mí, entregándome una viejo libro con un encuadernado de cuero marrón. Cuando lo cogí, sorprendida, el olor a humedad me golpeó con fuerza. Le miré extrañada, ladeando la cabeza ante el extraño regalo.

  –He podido oír que pensáis ir a Keros, la capital vampira–yo asentí levemente, sin todavía comprenderlo–. Este libro pertenecía a mi hermana, la antigua Sanadora de esta Manada. Ella era muy buena en su trabajo, pero... murió –un extraño silencio se extendió por los presentes. Marie se aclaró la garganta, algo incómoda. Yo no pude entender por qué. Me sentía muy perdida–. Este libro era suyo. Aquí relata cada descubrimiento que hizo, y quizá podáis encontrar algo para despertar al pequeño niño vampiro. No he tenido tiempo de ojearlo, pero estoy seguro de que os servirá de ayuda.

Mi garganta se apretó por la pena, pero cerré los ojos antes de que las lágrimas los inundaran. Todavía no había sido capaz de asimilarlo, no podía creer que Tobías estuviera en un estado tan delicado. Apreté el libro contra mí y sonreí agradecida.

  –Estoy segura de que lo hará –afirmé–. Muchas gracias.

El Sanador asintió con la cabeza y luego miró a Rick fijamente. Casi esperé que se acercara para despedirse de él, pero no lo hizo. Casi llegué a ver que una mueca molesta se extendió por su arrugado rostro, pero se giró tan rápido que estaba segura de que me lo había imaginado.

  –Cuídate –dijo entonces la voz de Marie, acercándose lentamente a Rick. No pude evitar observarlos de reojo: Rick, con los brazos cruzados y la cabeza ladeada, observaba a su madre con gesto impertérrito. Marie, por el contrario, parecía nerviosa, sin saber cómo actuar. Me había dado cuenta de que ella era siempre así con él cuando estaban en público. Algo en mi pecho se encogió de dolor por él.

Mientras Marie le susurraba algo en voz demasiado baja como para que alguien a parte de ellos dos lo oyera, seguí aceptando las despedidas amistosas de los lobos de la Manada. Los pocos niños que había se habían reunido en la plaza para despedirse de mí, y eso me hacía querer sonreír. Sin embargo, mi expresión cambió por completo cuando Jacques apareció entre ellos. Su rostro parecía contrito mientras se acercaba a mí lentamente.

Sin poder evitarlo, miré por encima de mi hombro hacia Rick. Sus ojos estaban clavados en Jacques y los seguía como un depredador seguiría a su presa. Tragué saliva. 

–Diana –la voz de Jacques sonó muy suave, más de lo normal. Se había acercado tanto a mí que sentía el calor que desprendía su cuerpo; sin embargo, no me aparté–. Quería pedirte perdón antes de que te marcharas. No estuvo bien lo que hice.

 –No, no estuvo bien –afirmé algo molesta. Todavía me dolía la muñeca; inconscientemente la masajeé con disimulo–. Pero está bien, entiendo por qué lo hiciste.

  Jacques frunció los labios y agachó la cabeza. Casi parecía derrotado; sentí algo de lástima por él.

–Entonces eso significa que... ¿Me perdonas? –su voz sonó dudosa, casi suplicante. Sonreí levemente–. ¿Seguirás queriendo venir conmigo al Festival de Invierno? 

–Por supuesto –afirmé. Sentí entonces como la mirada de Rick me quemaba, a pesar de que no le veía notaba sus ojos clavados con fuerza en Jacques y en mí. ¿Cuánto más podría tensar la cuerda?–. Anda, ven aquí.

Abrí los brazos levemente, dándole a entender que quería que me abrazara. Mi corazón latió con fuerza mientras Jacques sonreía ampliamente, con sus ojos grises brillando agradecidos. Me sentí fatal por utilizarle, pero ahora lo único que me interesaba era saber cuanto tenía que provocar a Rick para que actuara.

Jacques cerró la distancia entre ambos y me abrazó, hundiendo su rostro en mi cuello de manera demasiado íntima. Lo escuché inspirar lentamente, y casi sentí como mis manos picaban por empujarle hacia atrás. No era a Jacques a quien quería.

  –Adiós, Diana –me susurró contra mi oído Jacques.

–Adiós –le respondí secamente, con la garganta ardiendo. 

Mi corazón latió con fuerza mientras pasaban los segundos, y Rick no hacía nada.

–Diana –la voz ahogada de Marie llamó mi atención, y fue entonces cuando me separé de Jacques.

Me giré con esperanza de ver a Rick, furioso, fuera de sí... Pero ni siquiera estaba. Parpadeé lentamente sin poder creérmelo y miré a Marie, que me observaba como si me hubiesen salido tres cabezas. Sus ojos estaban ampliamente abiertos. Me acerqué a ella. ¿Dónde demonios estaba Rick?

  –Acaba de irse –respondió a mi pregunta no dicha con un tono agudo, casi asustado. Fruncí el ceño, algo extrañada. ¿Por qué demonios se iba sin mí?–. Creo que acabas de romper la cuerda.

Abrí los ojos ampliamente, sin poder creérmelo. Sin decir nada más, empecé a correr cuesta abajo, serpenteando entre los árboles para llegar a la carretera de tierra en la que descansaban los coches de la Manada. Cuando llegué, ni siquiera podía creer lo que vi.

Me acerqué al primer coche que había, un precioso audi negro... que tenía una enorme abolladura en el capó, como si alguien lo hubiese golpeado. 

  –Oh, mierda... –susurré con el corazón latiéndome desmesuradamente rápido. Una parte de mí estaba eufórica por la reacción celosa de Rick, pero la otra estaba asustada de lo que podía pasar a partir de entonces.

Caminé con rapidez hasta el coche que íbamos a usar con la esperanza de encontrar al frío, inexpresivo e indiferente Rick. Sin embargo, no reconocí ninguna de esas tres características en el chico que había allí.

Con las manos sobre el techo del coche y la cabeza gacha, su pelo castaño caía hacia delante, enmarcando su frente. Con sus ojos fuertemente cerrados, parecía intentar controlar su respiración... Sin mucho éxito. Mientras me acercaba lentamente a él, escuchaba su corazón latir con demasiada rapidez... casi tan rápido como el mío. Me lamí los labios, ansiosa.

  –¿Rick? –mi voz salió ahogada, temiendo dar algún paso en falso. No le tenía miedo, no a él, no a su fuerza... Pero sí a sus palabras. 

  Él no respondió, simplemente se quedó ahí. De pronto lo vi apretar con fuerza los puños antes de gruñir de manera amenazante y apartarse del coche tras darle un golpe seco con las manos. 

–Quédate aquí –me avisó él, con la voz ronca más parecida a un animal, antes de salir corriendo hacia el interior del bosque.

Abrí la boca sorprendida por la rapidez con la que desapareció. Sin embargo, había que estar loco para pensar que lo haría. 

Segundos después, empecé a correr detrás de él con la esperanza de poder arreglar lo que acababa de hacer.

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora