[33] La ansiada verdad. (1)

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DIANA.

Cogí el vaso de café con ambas manos y soplé antes de darle el primer pequeño trago. El líquido ardió mientras bajaba por mi garganta, despertándome y dándome algo de energía para poder afrontar otra noche en vela, porque sabía que no sería capaz de dormir sabiendo que Rick estaba así.

Mientras bebía, empecé a pensar en todo lo que había pasado con Rick, en lo mucho que me había costado avanzar aquellos pasos que había dado con él. Al principio, jamás habría pensado que podría recibir un beso de él; ahora, estaba a las puertas de la verdad sobre todos estos misterios que le envolvían a él y a esta misteriosa y extraña Manada.

Con un nudo en la garganta, estuve a punto de dar el último trago, cuando escuché un gruñido demasiado peculiar. Levantándome de la silla y olvidándome del café, salí al pasillo para encontrarme a Rick apoyado en la pared, con una mano sobre la herida y una mueca dolida en el rostro. Mi respiración se entrecortó, y me lancé hacia él para intentar ayudarle cuando le vi tambalearse.

  – ¡¿Es que estás loco?! –le espeté furiosa e histérica, observando como la venda empezaba a mancharse de nuevo de sangre. Mi corazón se aceleró por el miedo y la estupefacción– ¡¿A dónde demonios ibas?!

  –Diana... necesito hablar contigo. Tengo que contártelo, necesito que lo sepas... Que lo entiendas –su voz sonaba tan baja, que me corazón se tambaleó por el miedo a perderlo. 

Parpadeé confusa y me quedé en silencio mientras negaba con la cabeza.

–Ahora lo único en lo que tienes que pensar es en ponerte bien, Rick, olvídate de todo lo demás...

–¡No! –gruñó él, mientras entrábamos en la habitación de nuevo. A pesar de que sabía que no estaba ayudándole para moverse, no podía apartar mis manos de él. Temía que de un momento a otro cayese al suelo, desmayado–. Tienes que saberlo...

Yo negué de nuevo con la cabeza y le ayudé a recostarse sobre la cama. Mis manos temblaban al ver como la venda se empapaba en sangre otra vez; el terror de tener que pasar otra vez por lo mismo me congeló.

–Voy... voy a por vendas, tengo que... –mi voz salía temblorosa, las lágrimas inundaban mis ojos.

Él negó con la cabeza y me agarró con fuerza la mano, tirando de mí hacia él.

  –No, no necesito vendas, maldita sea –gruñó él con el ceño fruncido. Sus ojos grises brillaban por el dolor físico, pero sabía que en el fondo lo que le dolía era aquella conversación que pendía sobre nosotros como un carámbano de hielo, a punto de resquebrajarse y de caer sobre ambos. ¿Qué ocurriría cuando supiese la verdad? ¿Y si él tenía razón?–. Lo único que necesito ahora es que me escuches. 

  –Rick, no creo que sea buen momento para... –mi voz fue un susurro, casi no la reconocí.

–Diana –me interrumpió él, alzando una temblorosa mano hacia mi rostro. La piel cálida de sus dedos fue como un vívido recuerdo de que él todavía estaba aquí, con una herida sangrante y el rostro contraído por el dolor–. Tienes que oír la verdad. Es lo que llevas buscando durante semanas... Y es lo único que puedo darte. 

Aquellas últimas palabras fueron como un golpe directo a mi corazón. Las lágrimas inundaron mis ojos, y mis labios se fruncieron en un inevitable puchero. Sentándome en el borde de la cama, asentí levemente mientras cogía con fuerza su mano, intentando encontrar el valor para no salir corriendo de aquí.

Ahora, él iba a decir lo que tanto había ansiado saber. El problema era que no sabía si estaba preparada para oírlo.

  –Para que puedas entender el por qué no podemos unirnos, primero debo contarte algo que sucedió hace muchos años, antes de que los Pactos entre Manadas se crearan –Rick comenzó a hablar, con los ojos cerrados, como si no quisiera ver mi expresión atormentada–. Sabes que las Manadas habían estado en conflicto durante largos años, que se atacaban entre ellas para conseguir los recursos el mayor territorio posible, ¿verdad? –yo asentí levemente cuando clavó su mirada hacia mí. Sentía el corazón a mil por hora, y todavía no entendía que tenía que ver todo aquello con nosotros–. La Manada del padre de Marie, mi abuelo, era una de las más grandes y poderosas, tanto que llegó un momento en el que la arrogancia que sentía le hizo caer en una emboscada, y mi abuelo murió en el ataque enemigo. Mi madre era muy joven, y el caos había reinado en su Manada, por lo que tuvo que emparejarse con un lobo que no era su Compañero de Vida para poder restaurar algo de paz y control en los pocos supervivientes que hubieron. 

Mi corazón se apretó con fuerza al pensar en lo que Marie tuvo que sacrificar: enlazó su alma con alguien que no le pertenecía, que no le complementaba. El simple pensamiento de hacer algo parecido me hacía estremecer.

  –Pasaron largos años de luchas y de supervivencia, pero al final la estabilidad volvió a la Manada. Para entonces, Jacques acababa de nacer –Rick cerró entonces los ojos y gruñó levemente cuando movió el hombro. Su mueca de dolor me puso en tensión, pero él no permitió que me levantara de la cama para atender su herida. Maldije entre dientes–. Todo iba bien para ellos, habían encontrado un lugar donde resguardarse de los ataques de las Manadas mayores, pensando que ellos no eran tan importantes como para ser atacados de nuevo. Sin embargo, tras años de paz, lo que no pensaban que iba a ocurrir, ocurrió. Un joven Alfa con ansias de aumentar su liderazgo atacó a la Manada de mi madre con la intención de arrebatar todos los suministros que tuviesen; sin embargo, jamás pensó que encontraría a su Compañera de Vida entre ellos –mi corazón se aceleró cuando Rick me miró entonces, fijamente y con la seriedad clavada en aquella mirada plateada–. El Alfa atacante era mi padre, Diana. Mi madre encontró en él a su mitad, y cuando él se enteró de que ella estaba emparejada con otro, su lobo se descontroló y acabó matándolo, dejando a Jacques huérfano de padre. Mi madre jamás le perdonó aquella muerte, que matara al padre de su hijo, pero no podía rechazar a la mitad de su alma. 

Inspiré lentamente mientras todo empezaba a encajar en mi mente. Ahora entendía por qué la Manada de Marie trataba de esa forma a Rick, con tanto desprecio. Para ellos, él no debía ser su Sucesor, sino Jacques, el hijo del primer y único Alfa que aquella Manada tuvo. 

Mirando a Rick a los ojos, pude ver como todavía quedaba lo peor por oír, que aquella historia no había llegado a su fin. 

Cerrando los ojos con fuerza, tragué saliva con dificultad y asentí. 

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora