[43] Aullido.

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RICK.

Tras las crudas palabras de mi padre, se instauró un tenso silencio en el lago. Ambas Manadas se miraban entre sí, asimilando lo que Saoul acababa de contar, algo que lo cambiaba absolutamente todo.

  – Y ahora que sabes la verdad, viejo molesto –le espetó mi padre mirándole fijamente a los ojos, recordándole que era un Alfa y que tenía mayor poder que él a pesar de pertenecer a otra Manada–. Desaparece de mi vista, ya no tienes nada que hacer aquí.

El Sanador abrió levemente los labios, estupefacto ante la clara y concisa orden.

–Tú... ¡Tú no puedes...! –comenzó a renegar, nervioso e indignado– ¡No eres mi Alfa, no tengo por qué...!

–Obedece –le interrumpió de pronto mi madre, sin ni siquiera tener que mirarle. Sus ojos estaban clavados en mi padre, y brillaban de una manera que hacía años que no veía: felicidad y complicidad, y en el fondo, una fría furia dirigida hacia el anciano. Levemente sonreí, pues a pesar de todo lo que ocurrió y ocurriría, mi madre iba a afrontarlo sin rechistar.

–Alfa...–empezó a decir el Sanador, sin poder ocultar el veneno en su voz–. Debería quedarme aquí por si algo saliese mal, quizá...

–No necesitamos de tu ayuda aquí, Sanador –mi madre deslizó su mirada hacia él, mirándole fijamente entre sus tupidas pestañas negras–. Además, te he ordenado que te vayas, así que hazlo. No eres bienvenido aquí –luego se giró y repasó a toda su Manada con la mirada, observándolos fríamente–, nadie que se alegre de que sufrimos este injusto castigo lo es.

Muchos bajaron la cabeza avergonzados. Muchos lobos de su propia Manada la habían llamado traidora a sus espaldas durante años, pero eso había sido antes de conocer toda la historia: lo que había contado mi padre había cambiado completamente las cosas.

  Ante el silencio de todos, el Sanador bufó y dio varios pasos atrás.

–Sois todos unos traidores, unos sucios traidores –escupió entre dientes. Luego se giró y me miró fijamente–. Espero que disfrutes de tu futuro, Rick. Tú y esa sucia niñata que va tras de ti.

Gruñí con furia e intenté abalanzarme sobre él, pero mi padre lo impidió. Sentí sus garras hundiéndose en mi piel, tirando de mí hacia atrás mientras el viejo anciano retrocedía, mirándome con los ojos desorbitados. Ni siquiera sentí dolor por el duro agarre, lo único que tenía en mente era en cerrar la boca de aquel viejo.

  –No vuelvas a mencionarla, anciano –gruñí entre dientes, sintiendo como el frío odio se clavaba en el centro de mi pecho. No me importaba nada de lo que dijese sobre mí, pero no iba a permitir que insultara a mi Compañera–. Ni siquiera pongas tus sucios ojos sobre ella, o me encargaré de que sea lo último que veas.

El anciano tragó saliva y parpadeó rápidamente mientras mi padre me soltaba. Sentí como finos hilos de sangre viajaban por mi brazo con lentitud, a la vez que las heridas se cerraban al instante.

Mientras le miraba fijamente, el viejo se alejó rápidamente de mí, murmurando en voz baja y cabreado. Sin decir nada más, miré a mi padre y apreté con más fuerza el puñal. Ambos alzamos la mirada hacia el cielo, observando como la luna parecía brillar cada vez con más fuerza, alumbrando el claro y a todos los que allí se encontraban.

–Queda poco tiempo, Rick–avisó mi padre, caminando rápidamente hacia el lago–. Solo quedan unos minutos antes de que la luna esté justamente encima del lago, como avisó la Sanadora. Tenemos que apresurarnos.

Yo seguí guardando silencio y asentí mientras caminaba tras él. Sin embargo, antes de que me adentrara en el agua, mi madre me agarró con fuerza del brazo, parándome.

–Lo siento mucho, Rick –dijo ella cuando la miré. Sus grandes ojos grises estaban repletos de lágrimas, las cuales no podía contener–. Siento mucho haber sido tan dura contigo durante tantos años, siento no haber podido tratarte como te merecías, Rick. Jamás quise darte una vida así, habría dado mi vida si con eso te hubiese liberado de este maleficio –ella se limpió las lágrimas con el dorso de la mano. Sollozando, agachó la cabeza mientras temblaba por el llanto. Mi garganta se apretó.

Sin poder decir nada, la atraje hasta mí y la abracé con fuerza, hundiendo mi mano en su pelo y refugiándome en su cuello. Por unos instantes, recordé cuando era pequeño y me refugiaba entre sus brazos cuando todavía me dolía el rechazo de la que se suponía que era mi Manada por algo que no entendía. Desde que supe la verdad, no volví a abrazarla, pues sabía que eso aumentaba el rencor que se había acumulado en su Manada. 

Ahora, en el último día, en el último instante, no me importaba nada. Era mi madre, la única persona que me había querido incondicionalmente desde el principio, la única que curó mis heridas y me enseñó todo lo que sabía. 

Apretando la mandíbula con fuerza, me separé levemente de ella y posé mis labios en su frente, oyendo como ella rompía de nuevo en un desgarrado llanto. Sin poder evitarlo, le susurré al oído todo lo que había guardado en mi interior desde que era un niño, desde que supe la verdad: le dije que la quería, que lamentaba todo lo que había hecho y había dicho, que odiaba el comportamiento frío que había tenido con ella. Cuando terminé, le di otro beso en la frente y me separé de ella sin volver a mirarla.

Ella también guardó silencio mientras yo empezaba a introducirme en el lago. El agua estaba helada, y a la luz de la luna parecía del color de la plata. Por unos instantes me paralicé al observar el cielo: era la primera vez que lo vi así, tan oscuro, sin ninguna estrella iluminándolo, dejándole ese trabajo a la luna. Mi corazón empezó a latir con fuerza, y tras agitar la cabeza, seguí internándome en el agua.

Tras varios pasos, el agua me cubría hasta la cintura. Mi padre se posicionó delante de mí, mirándome con una sonrisa triste. No tuvo que decir nada para que yo entendiese todo lo que tenía que decir. Sus ojos brillaron con pesar y cansancio, como si su alma no pudiera soportar ni un segundo más bajo este dolor.  Él cerró los ojos y suspiró.

  –Ha llegado la hora, Rick –mi padre bajó la mirada y la clavó sobre el puñal que tenía entre sus manos.

Tragué saliva con dificultad, y asentí secamente mientras pensaba en lo que tendría que hacer: como último golpe, aquella anciana había ordenado que en cada sucesión debía haber una muerte como recuerdo del asesinato de su hijo. Esto significaba que cada sucesor, tras haber dejado su sangre en el agua, debía acabar acabar con la vida del antiguo Alfa. 

Esto significaba que debía acabar con la vida de mi padre.

Cerré los ojos con fuerza. Solo me quedaban unos minutos más antes de perder la oportunidad y condenar a toda mi Manada a la muerte. Sin embargo, cuando iba a pasar la cuchilla por mi muñeca y cumplir con la primera parte del ritual, un agudo aullido rompió el silencio del claro. Me paralicé completamente, pues aquel tono era inconfundible.

Con el ceño fruncido, miré hacia la castaña loba que salió de entre los árboles, con la respiración agitada y aquella mirada asustada, asustada de llegar tarde. No obstante, no pude creer lo que vi cuando un segundo lobo apareció tras ella. A pesar de que mi olfato no me podía engañar, no me lo creía.

– ¿Qué estás haciendo tú aquí? –grité. 

¡Lo siento, lo siento, lo siento!

Sé que no merezco perdón por tardar tantísimo tiempo en actualizar, pero espero que entendáis que he estado muy ocupada con todos los exámenes, trabajos y exposiciones de bachiller. ¡Son un infierno! 

También sé que podía haber actualizado nada más entrar en vacaciones, pero estaba tan saturada que me he pedido unos cuantos días libres para descansar y coger fuerzas para terminar esta historia, ya que no quería seguir escribiendo sin tener gana alguna.

Espero que me comprendáis y que me perdonéis :( 

Os quiero mucho. 

-Paula.

LUCHA DE IGUALES. || LB#3 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora