CAPÍTULO 14

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Iba a morir.

Fue lo primero que pensó al despertarse con la gran mano presionando su boca. No sabía por qué ni le importaba, pero no pensaba dejar este mundo sin resistirse siquiera. Eva comenzó a debatirse golpeando con piernas y manos a su agresor hasta que, maldiciendo entre dientes, él la aplastó con todo el cuerpo y le habló al oído.

- Tranquila, soy yo – dijo Lucas apenas susurrando -. Si me promete no hacer ruido voy a soltarla.

Ella sacudió la cabeza lanzándole miradas abrasivas. Estaba loco si pensaba que iba a permitirle tomarse atribuciones sin presentar contienda. Él gruñó ante la falta de cooperación e intentó hacerla entrar en razones.

- Escuche, estamos en peligro – murmuró ansioso -. Hay varios tipos abajo y tenemos que salir de aquí sin que se enteren.

Ella volvió a sacudir la cabeza como si no le creyera y se revolvió para librarse de su peso. Lucas intuyó que no conseguiría convencerla por las buenas y escogió la opción más práctica. La enroscó en la sábana de algodón cubriéndola por completo y se la echó al hombro sin grandes ceremonias.

- Si grita nos matan – declaró con tono sombrío antes de emprender su huída.

Eva pareció entender el ultimátum y dejó de debatirse, aunque siseó groseras amenazas para el caso que él le estuviera mintiendo.

Superado el primer inconveniente, el guardia salió del cuarto sin más demora. El pasillo estaba en penumbras pero él lo conocía palmo a palmo y, a pesar del peso extra, se movió con gran celeridad. Sin detenerse a verificar la retaguardia, se deslizó hasta la escalera de servicio que daba a las antiguas dependencias de los empleados y descendió sin perder un minuto. Favorecidos por la oscuridad y la confusión, los fugitivos se escurrieron por la puerta trasera hacia el jardín procurando quedar al amparo de la sombra de los arbustos.

La noche estaba despejada y quieta. La escarcha cubría todo el césped y Lucas caminó con cuidado evitando dejar huellas que llevaran a los intrusos hasta su escondite. Algunos metros más adelante, el amparo de los árboles le dio un respiro para orientarse y decidir cuál sería el mejor refugio. Sabía que las cocheras y los establos estarían dentro de la mira de los invasores y las casas del personal estaban demasiado alejadas para ser una opción segura. Decidió seguir hasta los galpones y colarse por las puertas posteriores para evitar que pudieran verlos desde la casa.

Los grandes tinglados brillaban cubiertos de hielo a la resplandeciente luz de la luna. Con mucho cuidado, Lucas abrió la puerta trasera y entró cargando su eventual rehén. Las altas ventanas permitían el ingreso de la luz lunar lo que le daba al recinto claridad suficiente para ver sin problemas. Bajó lentamente su paquete depositándola cerca de una pila de bolsas de granos. Solo ahí permitió que ella saliese del capullo.

- Disculpe el maltrato – murmuró dejando claro que en realidad no estaba arrepentido -. Usted no me dejó otra alternativa.

Eva, ofuscada, se liberó con prisa del envoltorio con la intención de lanzar un ataque letal contra su captor. Cuando la tela que la cubría cayó a sus pies se dio cuenta que realmente no estaba vestida para la ocasión. El frío la golpeó cortándole el aliento y tuvo que agacharse deprisa para recuperar la sábana y algo de protección.

- Maldición – gruñó temblando -. Me voy a congelar.

Lucas también había perdido el aliento. La visión de la mujer cubierta apenas por un diminuto y transparente camisón de raso lo había dejado petrificado. Resopló fastidiado mascullando algo sobre la dificultad de concentrarse en su labor y le dio la espalda intentando escuchar los sonidos que venían del exterior. Muy a pesar suyo, el ruido de los dientes entrechocando de su compañera, volvieron a atraer su atención.

EL INFIERNO DE EVADonde viven las historias. Descúbrelo ahora