CAPÍTULO 21

11 3 0
                                    

Suicidio.

El médico forense había sido categórico. Ramiro Montiel se había disparado una bala de revolver 32 Mágnum en la sien y había muerto instantáneamente. Entre bufidos y maldiciones, Lucas Santillán cerró la carpeta y la arrojó con fastidio dentro de la caja de archivo. Ya no había nada más que hacer al respecto y el caso estaba irremediablemente cerrado.

En las oficinas de Investigaciones, las últimas horas del viernes tenían siempre la misma particularidad. Los golpes de los cajones y las puertas, los llamados a gritos, los teléfonos sonando sin que nadie los atendiese y el devenir de personas de una oficina a la otra intentando dejar las cosas más o menos acomodadas hasta el lunes siguiente. Todos estaban alborotados pensando en los programas del fin de semana y apurados por salir de allí.

Consciente que el mundo continuaba girando a pesar de su mal humor, el comisario había decidido liberar a su equipo más temprano para poder quedarse a solas con sus amargos pensamientos. Solo le restaban archivar los documentos elaborados durante los meses anteriores y no necesitaba que, cuatro oficiales bien intencionados, revolotease a su alrededor intentando conseguir cambiarle el estado de ánimo.

El golpe en la puerta le arrancó una nueva colección de maldiciones. No estaba interesado en socializar pero el buen censo que aún le restaba le indicó que no podía evadirse totalmente del resto de sus congéneres.

- Pase – gruñó fastidiado.

Un joven oficial asomó la cabeza y titubeó un poco antes de entrar.

- Siento molestarlo, señor – murmuró nervioso -. Estoy buscando a la Oficial Inspector Lara Braun.

Brusco y sin levantar la mirada de sus papeles, Lucas resopló contrariado.

- Ya se retiró – informó secamente.

Vacilante y cauteloso, el policía se adentró en el cubil agitando un sobre con papeles como si fuera una bandera de tregua.

- Tengo estos documentos para entregarle – explicó cada vez más inquieto por la evidente rudeza de su superior -. ¿Puedo dejárselos a usted?

Lucas levantó la vista y lo observó por algunos segundos. El muchacho era un novato y parecía atemorizado por su descortés actitud. Apenas arrepentido, esbozó una sonrisa condescendiente y estiró la mano hacia él.

- Bien, dámelos – aceptó algo más civilizado -. Yo me encargo de entregárselos.

Considerando cumplida su cuota de buenos modales, Santillán dejó los papeles sobre el escritorio y se abocó una vez más a su tarea. Algunos minutos después, un tímido carraspeo le hizo erguir nuevamente la cabeza y vio que el joven continuaba parado en el mismo lugar. El comisario levantó las cejas en señal de interrogación.

- ¿Necesita algo más? – preguntó curioso.

El interpelado se removió nervioso y asintió levemente.

- Quería decirle que me alegro que haya vuelto a la Fuerza – manifestó cohibido -. Yo estaba totalmente de acuerdo con usted sobre el caso de la esposa del juez.

A pesar de su mal humor, Lucas no pudo evitar hallar gracia en las declaraciones del pobre oficial que lo observaba expectante.

- Bueno, eso me genera una gran tranquilidad – comentó burlón -. ¿Y exactamente en que estamos de acuerdo?

El joven policía pareció animarse ante la atención que el veterano le estaba prestando.

- Pues en el asunto del homicida, señor – explicó alentado -. Coincido con usted que estamos frente a un asesino serial.

EL INFIERNO DE EVADonde viven las historias. Descúbrelo ahora