Capítulo 5

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Cristian se colocó el sombrero en la cabeza y comenzó a andar rumbo a su casa. Cuando conoció a Philippe años atrás, nunca pensó que sería el pretendiente de Ana. La vida da vueltas impredecibles, pensó antes de subir la escalinata y abrir la puerta del piso que compartía con su madre en la ciudad.

Amparo Rueda había contraído matrimonio demasiado joven. José Sevillano tenía un futuro prometedor y además era un buen hombre. Durante algunos años había sido un matrimonio feliz e incluso la llegada del pequeño Cristian significó una dicha inmensa para la pareja. Pronto, aquellos años de bonanza acabaron cuando José comenzó con dolores en el pecho que se acentuaron, sin dar tiempo a que el médico llegara para verlo. El ataque cardíaco había sido fulminante. Fue entonces cuando su gran amigo de la infancia, Carlos Barrera, decidió hacerse cargo de la educación del niño, velando por su vida y por la de su madre.

Cristian avanzó, distraído, hasta el recibidor, donde su madre se encontraba inmersa en una conversación con una muchacha. Se detuvo antes de que las mujeres pudieran verlo, odiaba aquellas visitas de té que su madre acostumbraba a tener. Amparo estaba empecinada en conseguir una novia para su hijo y aquellas tretas lo agotaban. Intentó volver sobre sus pasos para salir nuevamente a la calle, evitando todo tipo de encuentro, pero sus pies no fueron lo suficientemente rápidos ni silenciosos.

—¿Cristian, querido? —escuchó que su madre lo llamaba.

Blanqueó los ojos en un gesto de fastidio que nadie fue capaz de apreciar. Se dirigió a la habitación y sonrió forzosamente.

—Buenas tardes, madre, señorita —saludó con una inclinación de cabeza.

Acercándose, besó la mejilla de su madre y luego tomó la mano de la extraña entre las suyas y depositó un breve beso al tiempo que sostenía el sombrero en su mano derecha.

—Cristian, hijo, quiero presentarte a Sofía —Amparo tenía una amplia sonrisa en los labios —. Está de visita en casa de su tía, Pilar del Castillo.

—Bienvenida, señorita Sofía —dijo Cristian mirando a la joven.

—Muchas gracias —Ella inclinó la cabeza y le devolvió la sonrisa.

—Si me disculpan, debo retirarme.

No quiso detenerse a esperar que Amparo replicara que no lo disculapab por retirarse, porque entonces sí se vería obligado a compartir una tediosa tarde de té y conversaciones banales.

Pilar del Castillo era también viuda, amiga de su madre, se había casado y su marido había muerto al poco tiempo, dejándola sin hijos y sola. Vivía de la herencia familiar, nunca había vuelto a casarse y actualmente era una señora simpática, aún agraciada, a la que muchos viudos codiciaban pero ella rechazaba. Su sobrina había heredado, sin duda, parte de la belleza familiar.

Cristian buscó a su caballo Arthur, nombre que había elegido en honor a su abuelo, quien también había amado montar caballos. Luego de cepillar el pelaje negro brillante y acariciar las crines del animal, colocó la montura sobre su lomo y decidió dirigirse hacia las tierras de Carlos Barrera para poder cabalgar libremente. Visitar la casona de los Barrera no había formado parte de los planes que tenía para aquella tarde, pero al sentir la brisa en su rostro y el suave galopar de Arthur en el camino, decidió que era una idea mejor que aguantar las visitas de su madre. Al llegar visualizó a Ana montada sobre Avena paseando a lo lejos, podía distinguir el cabello castaño de la joven que ondeaba al viento. Debía ser incómodo para ella montar de costado, siempre se había preguntado cómo hacía para mantener el equilibrio y manejar tan bien a su caballo. Recordaba los golpes que ella le propinaba en el brazo quejándose de que él ganaba las carreras contra ella sólo porque podía montar con una pierna a cada lado. Sonrío ante el recuerdo y dirigió a Arthur hacia la joven que ahora bajaba de su caballo y caminaba a su lado.

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora