Capítulo 19

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Un disparo resonó en la sala, provenía de la oficina donde Philippe estaba, Ana se puso de pie con el corazón latiendo de tal forma que parecía querer escapar de su pecho. Dio un par de zancadas en dirección al lugar pero la mano de Fábio la retuvo, la agarró con firmeza y comenzó a tirar de ella mientras gritaba y se resistía. Auré se acercó con sigilo a la puerta y la entreabrió, solo lo suficiente para que la punta de su cerbatana pudiera ingresar sin ser visto. Sacó de la bolsa que colgaba a su costado un pequeño dardo y untó la punta en una pasta de color verdoso, colocó la cerbatana cerca de su boca y sopló dando justo en el blanco.

—Señora, no grite, por favor —. Ana no entendía razones, por lo que Fábio se vio obligado a cargarla y silenciarla tapando con una mano su boca. Se escurrió por los pasillos evitando las puertas principales donde hombres hacían guardia.

La bajó, apoyándola contra la pared. La casa parecía un laberinto y todos los caminos estaban bloqueados. Miró hacia ambos lados y luego fijó su vista en los ojos de Ana, quitó con cuidado la mano de su boca suplicándole que no gritara.

—Philippe —susurró entre sollozos cuando pudo hablar de nuevo.

—Él estará bien señora, no se preocupe. Lo importante es sacarla de aquí —. La dejó sola unos segundos para acercarse a una puerta lateral, miró al exterior y volvió sobre sus pasos, tomó la mano de Ana y la arrastró hacia afuera.

Corrieron hasta llegar a la zona de chozas que habían visto al llegar. Una de ellas se veía más grande que el resto, Fábio la condujo hacia allí. El interior estaba oscuro y por unos segundos no pudieron ver nada, cuando sus ojos se habituaron a la falta de luz descubrieron que en una esquina había un montón de paja y un bulto que se había contraído al entrar ellos. Ana ahogó un grito al ver que se trataba de una mujer aprisionada; a sus tobillos se ajustaban dos grilletes de metal oxidado y cadenas clavadas en la tierra. El lugar olía fatal, a alcohol, orina y heces. Fábio arrugó su nariz y Ana sintió su estómago revolverse. La mujer se apretaba contra el piso manteniendo la posición fetal; las vértebras de la columna se marcaban en su piel y podían ver la lentitud de su respiración. Era tan sólo piel y huesos –raquítica– debía llevar varios días sin comer y era imposible calcular su edad, ya que su cuerpo semejaba al de una niña pero sus ojos habían atestiguado mucho tiempo de dolor y maltrato, no tenían brillo, sólo eran cuencas vacías.

—No podemos quedarnos mucho tiempo aquí —dijo Fábio asomándose por la abertura de la choza.

—No vamos a dejarla así —Ana se había acercado a la mujer que ocultaba su rostro entre sus manos con temor.

—No podemos llevarla con nosotros señora, seguramente no puede caminar.

—Volveremos por ti —susurró Ana agachándose a su lado pero ella se apartó aún más con las pocas fuerzas que tenía —Lo prometo —murmuró cuando Fábio volvió a tomar su brazo para llevarla fuera de la choza y la plantación.

Caminaron un par de pasos adentrándose en la selva, podían oír gritos y disparos que provenían de la casa, haciendo que la adrenalina fluyera en sus cuerpos y pudieran correr más rápido; Fábio la llevaba sujeta de la muñeca y prácticamente la arrastraba por el camino. El corazón de Ana se estrujó pensando en Philippe y tuvo miedo. Las plantas a su alrededor se movían y las hojas crujían mientras escuchaban voces acercarse. Fábio se acomodó protector frente a ella, cubriéndola con su cuerpo como escudo humano y sosteniendo un arma frente a él. Varios hombres aparecieron rodeándolos, gatilló varias veces haciendo que los disparos resonaran cortando el silencio; pudo derribar a dos pero pronto se quedó sin balas y lo golpearon sin piedad, dejándolo tirado por muerto sobre la tierra húmeda. Sujetaron a Ana torciendo sus brazos hacia atrás y la arrastraron de nuevo al campamento. Le pegaron en el rostro para callarla cuando intentó resistirse, la amordazaron con un trozo de tela sucio y ataron sus manos, dejándola encerrada en una choza. Uno de los hombres se acercó y besó su cuello al tiempo que olía su cabello. Ana sintió náuseas al percibir el olor a cigarro mezclado con alcohol que emanaba de su boca e intentó gritar pero su voz fue silenciada por la mordaza que se ajustaba a su boca. Él sonrió, mostrando una hilera de dientes manchados de tabaco.

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora