Capítulo 13

3.3K 368 23
                                    


Ana avanzaba segura por el camino, esquivando las ramas y raíces de los árboles que sobresalían de la tierra a su paso. Philippe marchaba pensativo unos metros detrás de ella, le costaba seguirle el ritmo porque aún no se acostumbraba al sitio y la oscuridad empeoraba la situación, intentaba mirar dónde colocaba sus pies antes de dar un paso en falso. Su mente estaba dividida entre la atención que debía prestar a la marcha y sus pensamientos, que intentaban analizar el cambio repentino de opinión en Ana. Ella realmente había dicho que consideraría casarse con él. Philippe sabía que ella amaba a Cristian; la lógica le indicaba que la hija de don Carlos había dicho eso porque estaba furiosa y quería vengarse del joven responsable de su tristeza.

Tenues luces comenzaron a aparecer más allá de los árboles y comprendió que estaban cerca de la casona nuevamente, Ana aminoró la marcha esperándolo. Cuando él estuvo a su lado la oyó suspirar hondo y dejar salir todo el aire. Contempló su rostro, iluminado por la sutil luz que emanaba de su quinqué, estaba preocupada y en sus ojos había un brillo especial, de lágrimas contenidas.

—¿Qué sucede?

—No sé si quiera enfrentar a mi familia, no así —. Hizo un ademán con la mano señalando su cuerpo.

El saco estaba abierto y el chaleco debajo de él estaba también desabrochado. Asomaba el cuello de una camisa cuyos botones estaban abiertos hasta la altura donde sus senos comenzaban a moldearse. Los ojos de Philippe contemplaron la piel blanca y suave de la joven. Giró su rostro para evitar que ella se sintiera incómoda ante su mirada. Ana lo percibió y se puso de espalda.

—Lo siento —susurró él.

—No es su culpa —. Abrochó los botones de la camisa lo más rápido que sus dedos le permitieron.

Estaba desarreglada por haberse quitado la venda que cubría su pecho para disimular el busto. Sentía su rostro arder producto del rubor que la mirada de Philippe había hecho crecer en ella. Cuando hubo terminado de acomodar la ropa, giró para volver a mirarlo. El francés sonrió y se acercó unos pasos acortando la distancia que los separaba. Las pulsaciones de Ana aumentaron, sentía como si el corazón galopara en su pecho –y ella conocía muy bien el frenesí del galope de un caballo, el vaivén de las emociones - abrió la boca para hablar pero luego mordió su labio. Philippe extendió la mano y arregló el saco que caía sobre sus hombros; le dio dos palmadas suaves en la espalda como acostumbraban a hacer entre hombres. Ana lanzó una carcajada, mezcla de nervios y alivio.

—Perdón amigo —bromeó, haciendo que la risa de Ana volviera a inundar el aire. —Se ve bien así Ana, ellos no estarán preocupados por su ropa, estarán contentos de verla de nuevo.

—Si usted lo dice—. Se encogió de hombros. Él le ofreció su brazo.

—¿Vamos? — Ella asintió con la cabeza y comenzaron a caminar hacia las luces que brillaban en la oscuridad.

*-*-*-*-*-*-*-*-*

La familia Barrera estaba sentada en el salón principal. Claudia tenía los ojos hinchados por el llanto, finas líneas rojizas surcaban su esclerótica, las lágrimas seguían acumulándose y cayendo por sus mejillas mientras su marido intentaba en vano consolarla.

—¿No deberíamos ir hasta el pueblo para ayudar en su búsqueda? —murmuró Carlos resignado. —Cristian recoge tus cosas, iremos ahora mismo —. Los sollozos de su mujer lo irritaban y prefería estar en cualquier sitio, sintiendo que hacía algo útil.

—Bien —dijo el joven poniéndose de pie. Caminaron hasta la puerta principal y se detuvieron antes de bajar la escalinata.

Un par de siluetas aparecieron caminando por el jardín, a simple vista aparentaban un par de hombres, pero les extrañó que caminaran del brazo; como si se tratase de un hombre y una mujer. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca, Cristian distinguió bajo la amarillenta luz el cabello de Ana que caía salvaje y desaliñado. Frunció su ceño al verla vestida con pantalones y saco.

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora