Capítulo 14

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    Philippe terminó de colocar el cravate alrededor del cuello de su camisa blanca. El chaleco color beige y el saco de su traje negro finalizaban el atuendo. Se contempló unos segundos en el espejo, peinando sus cabellos hacia atrás.

La fiesta de compromiso se llevaría a cabo en España y la boda en Francia. François había llegado un par de noches atrás; con un apretón de manos y una sonrisa de lado había felicitado a su hijo por la boda y luego se había encerrado a conversar con Carlos sobre los pormenores del negocio. Era un hombre de pocas palabras, y luego de la muerte de su esposa Annette, cuando Philippe era aún un niño, su vocabulario se había reducido aún más. Aparentaba que sólo le interesaban los negocios pero la preocupación por que su hijo se convirtiese en un hombre de bien siempre dominaba sus acciones. Estaba seguro de que el matrimonio con la hija de Carlos sería bueno para él en el futuro, le daría independencia en sus negocios y una familia.

Philippe se sentó en un sofá de la habitación, agachó su cabeza y entrecruzó las manos detrás de la nuca. Estaba confundido; Ana en un principio no quería saber nada con él, después de aquella noche en que la había encontrado, su actitud había cambiado. Era bueno sentir que confiaba más en él, pero lo confundía el hecho de que ella quisiera casarse, sabía que aún amaba a Cristian, lo notaba en la forma en que lo miraba y cómo era con Sofía. Se rascó la oreja pensativo y luego se puso de pie para caminar hacia el salón.

El pasillo estaba desierto y al pasar frente a la puerta de Ana escuchó voces en su interior, probablemente Clara estuviese ayudándola a vestirse. Sintió el impulso de escuchar, pero se contuvo y bajó las escaleras. En el salón Carlos, Claudia y su padre esperaban, se acercó a ellos y comenzó a conversar con su futura suegra. Unos minutos más tarde oyeron pasos en la escalera. Ana apareció vestida con un hermoso vestido color obispo, sus brazos estaban descubiertos, el escote era recto debajo de la línea de su clavícula y en su cintura tenía detalles de pedrería sobre una delicada tela blanca que marcaba su silueta. El pelo recogido y ornamentado con una pequeña diadema. Al llegar donde estaban ellos, sus ojos se fijaron en los de Philippe y le sonrió mientras se acercaba haciendo ruido con sus zapatitos. Él se puso de pie, caminó hasta ella con una sonrisa plantada en el rostro, comenzaba a volverse loco por aquellos ojos salvajes y dulces al mismo tiempo.

—Se ve hermosa Ana —. Besó sus manos, cubiertas por un par de guantes del color del vestido que se agarraban con un fino anillo de tela alrededor de sus dedos índices pero dejaban las puntas al descubierto. Philippe la besó sobre la piel y Ana sintió un revuelo de alas en su estómago.

—Gracias —dijo mientras sus mejillas enrojecían.

—¿Ya nos vamos? —Carlos se había puesto de pie para ir hacia el lugar donde se llevaría a cabo la fiesta, los terrenos de un amigo de él que tenían una hermosa vista de las montañas.

En el corto trayecto subidos al carruaje nadie emitió palabra, los vaivenes que producían las ruedas al avanzar por el camino pedregoso que llevaba al lugar, hacía que Ana sintiera náuseas, lo que sólo empeoraba sus ganas de huir, "solamente es un negocio, nada más que eso" se repetía mentalmente para tranquilizarse. Finalmente llegaron y Philippe le ayudó a bajar sosteniendo su mano. Frente de donde se detuvieron, una fuente de agua ornamentaba el ingreso al recinto; con una escultura ridícula que representaba un pequeño ángel regordete, de cuya boca emanaba agua que caía al espacio donde otros ángeles aparentemente jugaban y de sus bocas también caían chorros de agua un poco más pequeños. Avanzaron por un camino delimitado hacia donde se encontraba el resto de los invitados. Todo estaba hermosamente decorado con flores, luces, y en un rincón un grupo de músicos tocaba. La velada pasó de mil maravillas, la comida era deliciosa. Algunas parejas danzaban al compás de la orquesta, Philippe se acercó a Ana con una sonrisa en los labios y extendió su mano en su dirección, invitándola a bailar. Sentía su mano quemándole la cintura y tragó saliva mientras intentaba sonreír para disimular sus nervios. Llevaban unos momentos moviéndose al son de la música cuando Cristian se acercó hasta ellos y Ana aceptó bailar con él. Una punzada de celos atravesó el cuerpo del francés mientras los observaba al tiempo que él bailaba con Claudia.

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora