Capítulo 42

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Sebastião apuró el paso por las calles vacías, no volvió su rostro para comprobar si lo seguían; no le hizo falta porque podía ver la sombra del hombre que caminaba detrás de él, escuchaba sus pasos sobre la tierra. Divisó a lo lejos el carruaje que lo había llevado hasta allí y al cochero que esperaba por él, subió y lo apremió para que pusiera en marcha los caballos y se dirigiera hacia la casa; cuando los animales avanzaban a buen ritmo, volvió su cabeza para intentar divisar al hombre que lo había seguido, pero sólo pudo ver sombras.

*-*-*-*

Ana cabalgó hasta perder noción de dónde estaba, podía contemplar los rayos anaranjados del sol acariciando las construcciones de la ciudad y brillando sobre el agua del mar, cerró los ojos y aspiró el aire con aroma a sal y algas marinas. Se sintió extasiada ante la belleza de América, sin embargo quería huir de aquella tierra, se sentía prisionera y perdió la mirada en el horizonte, donde la línea azul del mar se fundía con el cielo que tomaba colores rosados. Anhelaba recorrer el camino de vuelta hacia la tierra que la había visto crecer. Acarició el cuello del caballo y lo obligó a girar, confiando en el instinto del animal para regresar hasta los terrenos del brasileño.

Ya podía ver el camino demarcado delante de ella y luces en la casona, cuya silueta contrastaba contra el cielo que ya había oscurecido lo suficiente como para que a Ana comenzara a escocerle el miedo y sintiera alivio por estar en un lugar seguro nuevamente. Vio a Sebastião a lo lejos, saliendo de la casona y subiendo a un carruaje que emprendió la marcha levantando polvo por el camino, alejándose rumbo a la ciudad.

—Señora Ana, menos mal que ha regresado —dijo Manoel tomando las riendas del animal y ayudándole a descender —. El señor Philippe estaba muy preocupado por usted.

—Gracias Manoel, iré a hablar con él ahora —Sonrió al muchachito y caminó con paso decidido hacia la casa, podía sentir las piernas amortiguadas por la cabalgata luego de tanto tiempo sin hacerlo.

Cuando se aproximó a la galería vio a Philippe levantarse de la silla donde estaba sentado, se acercó hasta ella con grandes zancadas y posó las manos sobre sus hombros, ejerciendo una leve presión, la miró de pies a cabeza con el ceño fruncido y la boca apretada en una fina línea que le recordó a su madre, cuando la regañaba por regresar con el vestido sucio o roto después de una cabalgata con Cristian en el lago o por nadar a escondidas en compañía de Clara.

—Ana, ¿por qué no me avisaste que saldrías? —preguntó con tono de reprobación, era la primera vez que le hablaba así —. He pensado un montón de cosas que podrían haberte pasado.

—Lo siento, no pensé que tardaría tanto en regresar. Avisé a Sebastião que saldría y Manoel preparó el caballo...

—Lo sé —interrumpió —, hubiese agradecido que me lo dijeras también a mí.

Philippe dejó escapar un suspiro que reflejaba una mezcla de alivio y fastidio; había pasado las últimas horas caminando de lado a lado en la galería, su amigo había tratado de tranquilizarlo y luego le prometió que si la mujer no regresaba hasta el anochecer, irían a buscarla.

—¿Sebastião ha salido a buscarme? —preguntó ella, sintiéndose culpable.

—No, ha ido a la ciudad y dejó dicho que cenáramos sin él. Tereza servirá la comida en unos minutos.

Philippe giró y caminó hacia el interior, se sentía demasiado enfadado para conversar sin discutir y tampoco tenía deseos de pelear con Ana. La dejó parada en la galería mientras él se dispuso a lavar sus manos para disfrutar de la cena.

Durante la velada, Ana mantuvo su mirada perdida en el plato de comida; era la primera vez que Philippe se mostraba ofuscado con ella y lo que más le molestaba era que él tuviese razón en ofenderse. Movió los alimentos de un lado al otro con el tenedor y luego llevó un trozo de pescado a la boca, lo masticó y tragó sin mirar a su marido. Él por su parte, observaba cada movimiento y sentía alivio de verla allí; había temido que se perdiera o que volviesen a alejarla de su lado. Cuando terminó de comer, Ana pidió permiso para retirarse y se encerró en su habitación, dejando a Philippe solo en el comedor. Pidió a Tereza que le sirviera un poco de Whisky y tomó asiento en uno de los sillones, no quería acostarse aún, esperaría a que Ana se durmiera y entonces iría a la cama. Miró el líquido en el vaso que sostenía entre sus manos, no acostumbraba a beber y sin embargo sentía necesidad de un trago, le quemó la garganta y dejó una sensación de sequedad y dulzor en su boca; lo saboreó unos segundos y llevó nuevamente el vaso a sus labios.

La llama de la lámpara de aceite que alumbraba el comedor, danzaba con la leve brisa que ingresaba a través de las ventanas, creando sombras oscilantes en las paredes. Philippe continuaba sentado en el sillón, el vaso de Whisky estaba vacío sobre una pequeña mesa ratona y su mente divagaba entre posibles escapes. Debía decidir pronto si aceptaba la ayuda de los hermanos Basurto o si buscaba una manera alternativa de huir. Sebastião le había aconsejado esperar pero se sentía inútil en esa tierra, sabía que Ana quería regresar a su casa y que los recuerdos de su estadía en la plantación de Dos Santos la acosaban, él era testigo de sus pesadillas y sus gritos en medio de la noche, proclamando por ayuda mientras se retorcía entre las sábanas. Apoyó sus codos en las rodillas, entrelazó los dedos y sostuvo la cabeza apoyada en las manos, suspiró agobiado por el peso de la responsabilidad que pesaba en sus hombros.

—¿No vienes a dormir? —escuchó la voz de Ana e inmediatamente levantó la vista.

Ella estaba parada en la penumbra del pasillo, mirándolo con los ojos muy abiertos, el cabello peinado en una trenza despreocupada que caía por su espalda, tenía la boca entreabierta y lo miraba mientras frotaba sus palmas una contra la otra, haciendo movimientos circulares, al tiempo que pasaba su peso de una pierna a la otra.

—Aún no tengo sueño —contestó fríamente, todavía estaba ofendido con ella o quizás se sentía mal por todos los pensamientos que lo acosaban y ella le había dado la excusa perfecta para liberar su enfado.

—Lo siento —murmuró Ana acercándose hasta él —De verdad, lo siento mucho, perdóname, por favor.

Se sentó en el suelo frente a él y colocó sus manos en las rodillas de Philippe; había intentado dormir pero al cerrar los ojos sólo veía el rostro de Lorenzo y casi podía oler su aliento a alcohol y tabaco. Philippe la miró a los ojos, tenían lágrimas contenidas y ver que podía hacerle daño hizo que su corazón se ablandara.

—¿Me perdonas? Tengo miedo de dormir sola —confesó.

Philippe se sintió desarmado, quería protegerla, cuidarla, que se sintiera segura con él. Sonrió y asintió con la cabeza.

—Ven —dijo tomándola de los brazos y ayudándole a ponerse de pie, luego la giró para que se sentara en sus piernas —. Estás descalza.

Acarició los pies de Ana y sonrío nuevamente, la miró a los ojos y besó su frente, acomodando algunos mechones sueltos de su pelo detrás de las orejas.

—Me asusté cuando no te encontré en la casa y dijeron que habías salido sola, tuve miedo. Si pudiera, movería montañas, mar, cielo, todo por hacerte feliz Ana, por protegerte —Cerró los ojos con frustración —. Y ni siquiera puedo llevarte a casa...

Ana acarició su mejilla sintiendo un nudo de emociones en su estómago, tomó su rostro con ambas manos y lo besó, primero con suavidad, con ternura, luego con necesidad. Philippe correspondió a sus besos y sintió que parte del peso que llevaba sobre sus hombros se amortiguaba.

—Estaremos bien —susurró Ana en su oído —Sólo quédate conmigo y estaremos bien.

La estrechó entre sus brazos, acariciando su espalda y hundiendo la nariz en la curva de su cuello, aspirando el aroma de su piel y su pelo. Besó sus ojos que estaban húmedos de lágrimas, su nariz, su boca, sus mejillas y el recorrido de su cuello, luego se puso de pie sin decir palabra y la alzó en sus brazos.

—Estaré contigo todo el tiempo que tú quieras estar conmigo —dijo y volvió a besarla.

*-*-*-*

Sebastião arribó a la casa cuando todos dormían, el silencio era absoluto. Cruzó la galería y el comedor con pasos rápidos, abrió la puerta de su despacho y se encerró dentro. Sirvió en una copa un poco de vino que bebió de un solo trago y volvió a llenarla, luego se sentó detrás de su escritorio y analizó las posibilidades; si Philippe se enteraba que Diego los pondría como carnada nunca aceptaría, nunca pondría la vida de Ana nuevamente en riesgo. Si aceptaba la ayuda de Lúcio y Marco Basurto, debía renunciar a una parte de la industria y probablemente, todo lo que habían hecho para conseguir esas semillas y restaurar la economía de la familia de Ana, quedaría en la nada. Bebió otro trago y decidió confiar en Diego sin decir palabra a Philippe.

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Perdón por la demora en actualizar, espero que disfruten el capítulo!, gracias por votar y comentar =) un abrazo!

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora