Capítulo 22

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El boto se acercaba nadando y la rodeaba, luego saltaba sobre ella en el agua y volvía a sumergirse. Cuando emergía de las profundidades su cuerpo había cambiado, ya no era un pez, mantenía su color rosado pero era Philippe quien nadaba hacia ella, la tomaba en sus brazos y acariciaba su cabello, la abrazaba con dulzura y se fusionaban en un beso apasionado. Volvía a hundirse en el agua y cuando aparecía ya no era el boto ni Philippe; era Lorenzo que nadaba veloz hacia ella, Ana intentaba alejarse de él pero no podía moverse, las cadenas se cerraban a su alrededor y él se acercaba cada vez más, podía sentir su respiración en su oído, "muñeca" le susurraba; su nauseabundo aliento a tabaco y alcohol la mareaba.

Despertó por sus propios quejidos y sollozos, cubierta de sudor. La habitación estaba fresca y aún no había amanecido, podía oír el canto de los grillos en el exterior. Se incorporó en la cama y miró hacia todos lados. No había nadie con ella pero sabía que la puerta tenía llave y que probablemente hubiese un hombre apostado en el pasillo, vigilándola. Sirvió un poco de agua en el vaso que estaba sobre su mesa de noche y bebió, sintiendo como descendía apagando el fuego en su interior. Volvió a acostarse e intentó dormir, pero el insomnio la invadió y el amanecer la encontró con los ojos abiertos.

Neusa trajo su desayuno, Ana se sentó en la cama y la mujer colocó la bandeja sobre su falda, podía escuchar el ruido de llaves tintineando mientras se movía al caminar por la habitación, quitando un poco de polvo con un plumero, y Ana adivinó que estaban en el bolsillo del delantal atado a sus anchas caderas. Las manos de la joven temblaban un poco para tomar el líquido ámbar que contenía la taza, así que Neusa le ayudó.

—¿Cómo se siente hoy? —preguntó mientras regresaba a su tarea de limpiar el cuarto.

—Bien, sólo estoy un poco cansada —contestó Ana mientras comía con desgano un trozo de pan.

—Será mejor que se quede en la cama, la fiebre ha cedido pero aún está muy débil —Neusa se dirigió hacia la puerta y hurgó en su bolsillo buscando la llave.

—No te vayas, por favor, no me gusta estar sola.

—¿Qué quiere que haga? —preguntó con dulzura la mujer mientras se acercaba a la cama nuevamente.

—¿Sabes dónde está mi marido Neusa? —Los ojos de Ana eran suplicantes, necesitaba saber si Philippe estaba bien.

—Señora... Él no está aquí —contestó vacilante.

—¿Está vivo? —Hizo la pregunta en un susurro, no porque Ana temiera que alguien más las escuchara, sino porque temía en su interior escuchar una respuesta negativa.

—Está vivo señora, al menos así lo sacaron de la plantación hace un par de días.

El corazón de la joven dio un salto, sintió un alivio inmediato al saber que él vivía, pero así como llegó la emoción, se fue. Si hacía días que lo habían puesto en libertad, ¿por qué no había ido a buscarla? Había perdido el dinero de la plantación -ella lo sabía-, ese negocio era el único motivo que los unía, el lazo de su matrimonio. Ahora que había perdido el negocio, ¿la dejaría y diría que estaba muerta o había desaparecido sólo para alejarse?, después de todo él también había sido obligado a casarse sin amor.

—Señora, ¿se siente bien? —Neusa la sacó de sus cavilaciones y hasta cierto punto Ana lo agradeció. Levantó la vista y la miró, Neusa vio que su rostro estaba pálido y los ojos nublados de lágrimas pero impidió con éxito que cayeran por sus mejillas e intentó sonreir.

—Estoy bien, hablemos de otra cosa. Cuéntame de tu familia —Neusa sonrió ampliamente y con nostalgia en la voz comenzó a hablar.

—Mi familia vive en la selva, libres. Los hombres se dedican a la caza y la pesca, las mujeres cuidamos de los más pequeños y de los mayores. A la noche colgamos hamacas entre los árboles y dormimos arropados por las hojas, y a veces podemos ver en el cielo las estrellas y la luna que son guardianes de nuestros sueños.

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora