Capítulo 10

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Durante el almuerzo, la tortura de ver a Cristian y Sofía juntos se había acrecentado. Carlos hablaba de la importancia de la familia y los negocios bajo la mirada atenta de los otros hombres sentados alrededor de la mesa. La sonrisa carmesí de Sofía se mantenía inquebrantable y sus pestañas batiéndose con gracia cada vez que movía sus ojos para ver a su prometido, quién la admiraba y le devolvía la sonrisa. Ana estaba encogida en su asiento, con la mirada perdida en su plato de comida, meciéndola de lado a lado con el tenedor, sin probar bocado. Se sentía asqueada e incapaz de mirar a los novios sin hacer una mueca, era suficiente con tener que mantener el trasero pegado a la silla que soportaba su peso en ese momento. Claudia la observaba desde su puesto, con el ceño un poco fruncido haciendo que dos arrugas se marcaran en su frente. Philippe por su parte, miraba a Ana y se sentía perdido; no sabía aún cómo lograría atravesar la muralla de piedra que ella había comenzado a construir alrededor de su corazón, y peor sabiendo que Cristian era dueño de su amor, porque la forma en que ella se comportaba gritaba a los cuatro vientos que lo amaba, aunque se casara con otra, aunque para él fuese solamente la niña con la que se crió.

Finalmente, luego del almuerzo, Cristian y a Sofía regresaron a la ciudad, haciendo que la presión que Ana sentía en el pecho cediera un poco. Prometió volver en otro momento para devolver el carruaje y llevarse a Arthur. Los despidieron observando cómo los caballos levantaban polvo en el camino y luego volvieron sobre sus pasos hacia la casona. Servirían té para todos.

—Andrés, ¿podrías por favor preparar a Avena?, quiero dar una vuelta más tarde —Ana le pidió al muchacho que conversaba con Clara y le hizo una seña a ésta para que se acercara.

—Perdón Clara, quería preguntarte si tienes todo listo para esta noche, tal como te lo pedí.

—Sí señorita Ana, todo está listo —Mordió su labio inferior y la miró con ojos asustados.

—Bien, muchas gracias —Apretó la mano de la muchacha y le sonrió.

Andrés se acercó hasta ellas con las riendas de Avena en la mano; el caballo tenía puesta la montura y estaba listo para dar un paseo. Ana sonrió y con su ayuda montó. Solamente daría una vuelta por los terrenos y volvería, quería dejar el caballo listo para esa noche pero sin agotarlo. Mientras cabalgaba sintiendo el suave andar del animal, pensaba en que faltaban sólo algunas horas para poder ser libre. Regresó y llevó a Avena hasta el establo, donde lo dejó en su espacio, listo para huir aquella noche.

En la sala sus padres y Philippe estaban merendando. Saludó con una sonrisa y tomó asiento en la silla separada para ella. Mientras revolvía el té caliente para que el azúcar se disolviera, simuló escuchar atentamente lo que hablaban, pero en realidad su mente divagaba pensando y planificando su huída.

—Ana, ¿me estás escuchando? —preguntó Carlos, sacándola de sus pensamientos

—Perdón, ¿qué decías papá? —Se disculpó al tiempo que sentía los ojos fríos de Claudia sobre ella.

—Te pregunté si estabas de acuerdo con que la boda se realice en Francia.

—Me da igual —respondió encogiéndose de hombros. Philippe, sentado a su lado enarcó una ceja incrédulo.

—Bien, entonces está decidido, será en Francia —Carlos sonreía ampliamente satisfecho, ignorando que su hija volvía a perderse entre sus cavilaciones.

Estaba nerviosa por el paso que daría esa noche. Poco le importaba si planificaban la boda en España, Francia o cualquier lugar del mundo; ella no estaría allí dentro de unas horas. Era una decisión tomada. Levantó la vista de su taza encontrándose con los ojos verdes de Philippe que la miraban, él le sonrió y una corriente eléctrica recorrió su cuerpo. Se maldijo por no entender porqué el francés ya no le caía tan mal como antes. La frustración de saber que no era como ella había pensado le molestaba. Tampoco le agradaba que fuese considerado, que se preocupara por ella, que hiciera bromas que la obligaban a reír. Le molestaba la forma en que la miraba y lo que más la irritaba era darse cuenta de que mientras nombraba todas las características lo comparaba inconscientemente con Cristian –quien era totalmente antagónico- y sintió una puntada de dolor en la boca del estómago.

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora