Capítulo 34

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La oscuridad se cernía sobre las calles de la ciudad, se alejaban de la zona más poblada de Río, adentrándose en la zona donde vivían los pescadores. Podían oír el susurro de las olas del mar rompiendo en la playa mientras avanzaban por caminos estrechos entre construcciones torcidas realizadas con los materiales más variados; el aire estaba teñido con notas de olor a frutas fermentadas, restos de pescado y salitre. Cuando llevaban tiempo dando vueltas en el laberinto de casuchas, lo suficiente para que Philippe no tuviese ni la menor idea de cómo regresar, Sebastião se detuvo ante una casa precaria y golpeó la puerta con los nudillos. Esperaron unos segundos hasta que un hombre vestido con una camisa desteñida por el sol, desabrochada completamente, abrió y se quedó parado en el umbral, mirándolos.

—Buenas noches Diego —saludó el brasileño. El extraño hizo una mueca con los labios, no se podría decir que fuese una sonrisa.

—¿Qué quieres? —bramó.

Philippe mantuvo su cara inexpresiva, pero en su interior se sorprendió por los modales bruscos del hombre. No estaba acostumbrado a presenciar faltas de respeto hacia su persona u otros caballeros de su clase social; sin embargo a Sebastião pareció no afectarle en lo más mínimo que su interlocutor lo mirara a los ojos y hablara con semejante descaro.

—Necesitamos hablar contigo.

Diego se hizo a un lado y les permitió ingresar a la casucha. Señaló con la cabeza una mesa y sillas que comprendían el único mobiliario del lugar. Se sentaron en silencio, Sebastião tenía una sonrisa cordial en los labios y Philippe cavilaba en sus pensamientos cómo podía sonreírle a aquel extraño.

Una figura femenina apareció detrás de la cortina rasgada que cubría una abertura, estaba desnuda de la cintura hacia arriba, dejando al descubierto su vientre y sus pechos. Su piel tersa y acariciada por el sol, parecía suave. Una falda floreada, que acentuaba las curvas de sus caderas, era todo su atuendo. Estaba en puntas de pie, descalza, imitando la pose de una bailarina y reía sensualmente.

—¿Quién es amor? —preguntó con voz ronca mientras corría la cortina. Al verlos cubrió sus pechos con las manos y soltó un grito de sorpresa.

—Vístete y vete —sentenció el dueño de la casa sin siquiera voltear a mirarla.

—Pero.... —comenzó a quejarse.

Diego giró su rostro, clavando sus ojos oscuros en la cara de la mujer. La mirada que le dirigió hizo que ella volviese sobre sus pasos y desapareciera nuevamente.

—Esperen un momento —gruñó el hombre y desapareció él también detrás de la cortina.

—¿Qué demonios es todo esto Sebastião? —preguntó Philippe en un susurro.

—Nuestra única opción —respondió el otro encogiéndose de hombros.

Podían oír la risa de la muchacha en la habitación contigua, al cabo de unos minutos apareció de nuevo completamente vestida, llevaba una blusa blanca que dejaba al descubierto sus hombros. Abrió la puerta de la casa y su amante la despidió con un beso apasionado que alborotó sus cabellos negros y la dejó con la boca abierta y los ojos brillantes.

—Mañana regreso —dijo despidiéndose de él.

Le guiñó un ojo y comenzó a caminar balanceando sus caderas mientras se alejaba. El dueño de la casucha cerró la puerta y se sentó en una de las sillas libres mientras abrochaba su camisa.

—¿Qué quieren? —Su pregunta resonó como un rugido en la noche y Sebastião se acomodó en su silla.

—Diego, ¿aún piensas vengarte de Dos Santos? —Al escuchar el apellido, el hombre se tensionó y apretó sus puños.

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora