Capítulo 27

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Dormir por las noches era un lujo del que se había olvidado hacía bastante tiempo ya. Parecía mentira que sólo hubiese pasado poco más de un mes desde aquel día en que llegó tomada de la mano de Philippe a América y se maravilló con los habitantes del Nuevo Mundo y con su naturaleza inmensa. Recordaba su emoción la primera vez que se embarcó en el Amazonas, contemplando al agua danzar, los animales, las flores. Recordó las manos de Philippe abrazando su cintura, rozando su espalda, y sintió su piel arder en los lugares que él había tocado. Se sentía traicionada y al mismo tiempo anhelaba con todo su ser poder estar entre sus brazos otra vez, sentir su respiración al despertar, escuchar las palabras dulces que le decía.

La noche estaba bien entrada y sólo un haz blanco de luz lunar penetraba por su ventana que tenía, como todas las noches, las cortinas amontonadas en los lados para permitirle observar el cielo a través de los cristales protegidos con la malla metálica que alejaba los mosquitos. Seguía siendo el mismo cielo que observaba en España y eso la maravillaba. Pensaba en su tierra, su familia, su libertad. Recostada en su cama mirando la luna que aparecía y se ocultaba entre las nubes del cielo, y pensando en cómo seguiría su vida. Escuchó pasos en el corredor y su cuerpo se puso alerta; el corazón comenzó a repiquetear y sintió cómo el miedo la invadía poco a poco, extendiéndose como veneno por su sangre. La razón de su insomnio era el temor de que alguien entrara a su habitación y le hiciera revivir la pesadilla de su primera noche en la plantación.

Quieta, sin mover un músculo, escuchaba con atención, podía percibir movimientos en el pasillo y el picaporte moverse. Se estremeció pero al cabo de unos segundos todo quedó en silencio nuevamente. Soltó el aire retenido en sus pulmones y trató de tranquilizarse, intentando respirar con normalidad. Los nervios la invadieron nuevamente cuando vio oscurecerse su ventana y aparecer una silueta que se pegó al vidrio. Escuchó el golpeteo de los dedos en la ventana y permaneció inmóvil nuevamente. Otra vez el ruido, y su corazón amenazó con salir de su pecho. La silueta se alejó.

Ana se pegó lo más que pudo contra la pared y abrazó sus rodillas, sentía las lágrimas tibias rodar por sus mejillas, los ojos le ardían y los cerró un momento. Su cerebro trabajaba pensando una forma de escabullirse, pero no encontró ninguna y comenzó a respirar agitadamente. Ahora, una vez más, los golpes eran en su puerta.

«Ana»

Percibió el débil llamado y se sentó en la cama para escuchar mejor. ¿Estaba volviéndose loca?, ¿era la voz de Philippe quien la llamaba del otro lado de la puerta? Sintió una mezcla de emociones que azotaba su cuerpo e inexplicablemente comenzó a temblar y a sollozar.

«Ana»

Escuchó de nuevo del otro lado, no era una ilusión, alguien realmente la llamaba. Se puso de pie y caminó hasta la puerta, apoyó su cara contra la madera fresca y susurró el nombre de aquel que había esperado durante días.

—¿Philippe? —preguntó entrecortadamente y aguardó unos segundos. Sintió el roce de una mano apoyándose en la madera.

—Soy yo Ana, ¿puedes abrir la puerta? —Cerró los ojos aliviada y una sonrisa se pintó en sus labios después de varios días de oscuridad.

—No —negó en un susurro —Él tiene la llave.

Del otro lado de la puerta Philippe levantó las cejas preocupado, si forzaban la puerta para abrir harían mucho ruido y despertarían a todos en la casa, y si buscaban al portugués para quitársela, estarían en iguales condiciones. Miró a Auré pidiéndole un consejo.

—Ya regreso mon coeur —dijo tratando de sonar seguro, la verdad es que no sabía qué hacer.

Caminó hasta la galería donde sus hombres lo esperaban. Sebastião aún no llegaba y los nervios comenzaban a apoderarse de él.

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora