Capítulo 31

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Ana caminaba silenciosa unos pasos más adelante, con la mirada perdida, seria. Durante los últimos días solamente había hablado con las mujeres que habían rescatado, con quienes además se mostraba amable y cariñosa, pero al dirigirse al resto sólo emitía monosílabos o frases entrecortadas. Philippe la observaba con una mezcla de resignación y preocupación. A pesar del tiempo que compartían juntos, ella se había negado a contarle cualquier cosa relacionada a la plantación y a João Dos Santos; cambiaba de tema o directamente se mantenía en silencio. Incluso después de despertarse sobresaltada por sus propios gritos, cubierta de transpiración y con el rostro de Lorenzo grabado en sus pupilas, aún con sus mejillas bañadas en lágrimas, había rehusado contestar a todas sus preguntas. Aceptaba que Philippe la tocara, sus caricias, abrazos, besos, pero no respondía a ellos, se mantenía ausente, en otra dimensión donde se imaginaba cabalgando por el lago con el viento despeinándola y el aroma a primavera a su alrededor.

El suelo estaba cubierto de restos de plantas. Aquellos que iban primero avanzando a través de la vegetación la azotaban con sus machetes para abrirse paso. Ana se limitaba a seguir el camino demarcado por ellos en silencio. Escuchaba el ruido de la naturaleza a su alrededor y a pesar de su deseo desmedido de regresar a su casa también tenía dudas, no sabía qué la esperaba en España, cómo sería su vida una vez que pisara la casa de su padre, una vez que Philippe se apartara de su lado. Arrastraba los pies al caminar y uno de ellos tropezó con una piedra que no había visto por estar cubierta de hojas. Se vio caer y estiró sus brazos para protegerse del impacto que nunca llegó, ya que un par de manos la tomaron de la cintura, evitando que se estrellara contra la tierra. Supo que eran los brazos de Philippe sin mirarlo, su cuerpo reaccionaba al tacto de su marido como si tuviese voluntad propia, fuera de la que le dictaba su mente. Quería apartarse de él pero la sensación de seguridad que le brindaba iba más allá de sus deseos.

—¿Estás bien? —preguntó la voz de él a sus espaldas, sus brazos se aflojaban a su alrededor, comenzaba a soltarla.

—Sí, gracias —Ana giró y se encontró con su cuerpo más cerca de lo que creía que estaba. Levantó la vista y los ojos verdes se fijaron en los suyos. Dejó escapar el aire contenido en sus pulmones y sintió cómo se entremezclaba con el aliento de Philippe.

—Ana...

—Vamos, nos quedaremos atrás —Se apresuró a girar para darle la espalda de nuevo.

Mordió su labio inferior, comenzando a odiarse a sí misma por no ser capaz de contarle lo que sucedía, de hablar con él. Suspiró y comenzó a avanzar. Philippe la miraba sin comprender, cada día que transcurría era como si ella colocara nuevas defensas a su alrededor que le impedían acercarse.

*-*-*-*

Llegaron hasta el barco de Auré agotados. Apremiados por la posibilidad de que los hombres de Dos Santos aparecieran, cargaron la embarcación y sin demora comenzaron a avanzar entre el agua del Amazonas que parecía sereno de a momentos. Aún faltaba un largo camino hasta Río y el futuro una vez que estuvieran allí era incierto.

Ana se recostó en una hamaca tejida que colgaba en la cubierta del barco, le dolía cada centímetro de su cuerpo. No había permitido que Philippe viera su desnudez, avergonzada de los magullones que cubrían su cuerpo debajo de la tela de su ropa. Se quedó dormida escuchando el ruido del agua y los pájaros que cantaban a su alrededor.

Abrió los ojos sintiéndose observada y se asustó al comprobar que Philippe estaba parado a su lado, mirándola. Estaba raro, no le sonrió sino que sus ojos estaban rojizos y la miraban con una expresión que nunca antes había notado en él.

—Ana, ¿podemos hablar? —dijo con un hilo de voz que tampoco parecía la suya.

Lo observó unos minutos sintiendo que su corazón se estrujaba y su estómago se achicaba al tamaño de su puño; finalmente asintió con la cabeza y se incorporó para bajarse de la hamaca, él tomó su mano ayudándola.

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora