Capítulo 26

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La luna permanecía oculta detrás de una densa capa de nubes, unos minutos más tarde volvía a brillar para ser opacada nuevamente. Las hileras de seringueiras se alzaban majestuosamente, extendiendo sus ramas hacia el cielo, algunos baldes permanecían atados a sus troncos pero los profundos cortes en sus cortezas no emanaban líquido y los espacios por donde se movilizaban los trabajadores permanecían vacíos puesto que la jornada había terminado. Detrás de la última hilera de cauchos se podía ver cómo la selva comenzaba a emerger, una pared de plantas se levantaba y detrás de ella, el grupo de ocho hombres permanecía oculto, observando cómo una a una las luces de la casa se iban apagando. Podían ver en la distancia una silueta que se movía por la galería frontal, recorriéndola de una punta a la otra.

—Montan guardias nocturnas para mayor seguridad —susurró Sebastião a los hombres agazapados a su lado—. Deberíamos rodear la casa, probablemente por la parte trasera también estén vigilando pero quizás sea menor —. Sus hombres asintieron con la cabeza.

—Nos dividamos, no vayamos todos por la parte de atrás, sería mejor que Felipe y yo vayamos por adelante y ustedes por detrás —murmuró Celso, uno de los hombres del brasileño.

Estuvieron de acuerdo con la idea y dividiéndose tal como él había dicho, seis hombres se dirigieron hacia los terrenos traseros mientras Felipe y Celso avanzaban agazapados en dirección a la galería principal, escondiéndose entre los troncos de los gomeros que se levantaban imponentes delante de ellos.

Philippe caminaba sigilosamente, Auré dirigía el grupo y tenía su cerbatana lista para atacar. Se detuvieron a unos metros de la galería trasera, unas hamacas tejidas colgaban y sólo una estaba ocupada, podían distinguir la curvatura de la tela por el peso del hombre recostado, y también uno de sus pies que colgaba despreocupadamente a un lado de la hamaca. Cercana a la puerta principal había una silla de mimbre que ocupaba un hombre fumando tabaco, dirigía su mirada hacia el de la hamaca y cada tanto podían verlo reír.

Se apoyaron contra la pared de una choza y Auré midió la distancia mentalmente para saber si su disparo sería certero. Llevó la cerbatana a sus labios y sopló con fuerza, no vieron ni oyeron nada, sólo contemplaron cómo la silueta del hombre fumando se desvanecía en la silla como si se hubiese quedado dormido. Auré sin perder tiempo, buscó en su bolso de piel otro dardo, lo untó con pasta verde en la punta y se preparó para disparar a la figura en la hamaca, lo hizo y unos segundos más tarde avanzaban a paso rápido hacia la casa. El silencio reinaba, nadie había dado señal de alerta, lo que implicaba que los otros dos habían tenido éxito en silenciar al hombre de la galería frontal. Se acercaron sigilosamente hasta la casa y luego de comprobar el éxito de los disparos de Auré, Philippe atravesó la abertura que ingresaba a la vivienda. Estaba todo oscuro y no conocían el lugar, debían ser sumamente cuidadosos para no hacer ruido. El francés apretó con fuerza el arma que tenía en su mano, un revólver que Sebastião le había prestado. Le parecía estúpido, pero el simple hecho de sentir el metal del arma entre sus dedos le proporcionaba mayor seguridad.

Podían escuchar pisadas que avanzaban por uno de los pasillos, pegándose a la pared a sus espaldas, se mantuvieron quietos y listos para reaccionar pero cuando las pisadas estuvieron lo suficientemente cerca, reconocieron las siluetas de sus dos hombres. A base de señas decidieron separarse para comenzar a buscar a Ana dentro de la casona. Sebastião sugirió que debían revisar también las chozas en el exterior y estuvieron de acuerdo en que él y Celso lo harían.

Dentro de la casa, los seis hombres se dividieron en grupos de dos y comenzaron a recorrerla en direcciones opuestas, Philippe caminaba con Auré a su lado. El nativo avanzaba sigilosamente, como un felino, sus pies descalzos no emitían ningún tipo de sonido. Aspiraba el aire como analizando su contenido, como un sabueso. Se detuvieron frente a una puerta blanca doble que Philippe reconoció como la del estudio del portugués, y aunque sabía que era imposible que Ana se encontrase en su interior, ingresó. Estaba vacío y todo pulcramente acomodado, la luz de la luna que filtraba por la ventana le permitía moverse sin miedo a chocar contra nada. Vislumbró un armario contra una de las paredes y se dirigió allí para abrirlo, no sabía exactamente qué buscaba. Auré permanecía parado de espaldas a él en la puerta, vigilando en caso de que alguien apareciera. Philippe revolvió algunos papeles y libros que había en una repisa cerca de la puerta, luego de un rápido vistazo dejó todo en su lugar prestando especial cuidado. No encontró nada que le fuese útil y luego se encaminó hacia el escritorio. Varios de los cajones estaban cerrados con llave, sólo uno podía abrirse y al hacerlo se encontró con un revólver. Lo tomó en sus manos y revisó el tambor, estaba lleno. Lo colocó con cuidado en su cintura y luego salieron del despacho.

Caminaron por el oscuro corredor, Philippe estuvo a punto de chocar con los muebles más de una vez, la luz tenue que ingresaba a través de las ventanas de la sala principal, no era suficiente. Auré caminaba con paso seguro delante del francés que intentaba colocar sus pies en los lugares donde el nativo lo hacía. De pronto se detuvo ante una puerta, le hizo una seña a Philippe indicándole que esa era la indicada. El francés frunció el ceño, intrigado.

—¿Estás seguro? —susurró y el otro asintió con la cabeza.

Philippe podía sentir su corazón latir con fuerza y las pequeñas gotas de transpiración que comenzaban a formarse en sus manos cuando accionó el picaporte; la puerta no cedió. Acercó su cabeza a la superficie, pegando el oído a la madera, intentando escuchar algo en el interior, pero solamente pudo oír su propia respiración y los latidos apresurados de su corazón. Le negó con la cabeza a Auré.

—Si estás seguro de que ella está ahí dentro, podemos intentar ir por la ventana —. El otro asintió con la cabeza y volvieron sobre sus pasos para ir al exterior.

Calcularon aproximadamente qué ventana sería y desde la galería, Philippe se asomó para mirar a través del vidrio. Estaba cerrado y además la ventana tenía una tela tejida que la cubría para evitar la entrada de insectos. Philippe pegó su rostro lo más que pudo al vidrio para ver el interior. Pudo observar una parte de la cama, un par de sillones alrededor de una mesita, un placar para guardar ropa, un pequeño tocador y una biblioteca con algunos libros. La cama estaba ocupada, podía vislumbrar la silueta del cuerpo que permanecía inmóvil. Dudó unos segundos porque si no era Ana quien yacía en esa cama, se metería en problemas no sólo él, sino todos los hombres que lo acompañaban. Suspiró hondo y luego miró al nativo que esperaba a su lado pacientemente.

—Auré, ¿estás seguro de que Ana está allí dentro? En caso contrario nos meteremos en problemas y dudo que podamos salir airosos de esta situación.

Miró a los ojos al hombre que, sin cambiar la expresión seria de su cara, volvió a afirmar con la cabeza como las otras veces que le había preguntado. Entonces golpeó con un dedo el vidrio de la habitación y esperó con su rostro pegado al cristal, podía sentir la malla de tejido adaptarse a su piel. Pasaron un par de segundos pero la figura seguía inmóvil en su lugar. Volvió a golpear, un poco más fuerte, pero nada sucedió. Se sentía impaciente, Auré observaba cada uno de sus movimientos y luego de insistir una vez más, volvieron a ingresar a la casa. Encontraron al resto de los hombres esperándolos en la galería.

—La casa está despejada, no hay más hombres vigilando pero no hemos podido encontrar a la señora —informó uno de ellos a Philippe.

—Bien, creo que ya la hemos localizado. Esperen aquí —Les indicó —. ¿Sebastião no ha regresado?

El hombre negó con la cabeza y Philippe se encaminó nuevamente en compañía de Auré hasta la habitación. Se acercó a la puerta y llamó con sus nudillos, nada. Se agachó y miró por la cerradura para tratar de vislumbrar algo en el interior. Por la mirilla podía ver el mosquitero y a través de la tela, la silueta en la cama que ahora estaba en posición fetal y se pegaba contra la pared, podía ver con cierta dificultad cómo su respiración estaba agitada. Vio su cabello y supo que era una mujer, quizás Ana.

Su corazón latía ahora con más fuerza, sintió una mezcla de alivio e impaciencia al imaginar que su mujer estaba tan cerca, que la tortura de los últimos días había acabado, que podría tenerla entre sus brazos nuevamente. Se apoyó en la madera de la puerta, con una de sus manos en el picaporte y con el tono más fuerte de voz que pudo sin dejar de susurrar, pronunció su nombre.

— ¿Ana? 

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Hola gente linda!, ¿cómo les va?... por favor, agradecería infinitamente que me comentaran qué les está pareciendo la novela, sugerencias, son bien recibidas... y no olviden VOTAR si les ha gustado el capítulo :) gracias!! besitos a todos/as

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora