Capítulo 15

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La valija estaba apoyada en un rincón de la habitación; llena a tal punto que se la veía abultada en los lados y había sido complicado para Clara poder cerrarla. Ana sostenía en sus manos los zapatos que completaban su atuendo de novia; eran de satén, blancos, tenían un delicado moño adornado con una perla en el medio. Contempló con recelo el vestido de novia que reposaba sobre la cama; estaba tapado con un cobertor de tela, colocó los zapatitos encima. No podía dejar de formar en su mente la imagen de ella entrando a la Iglesia vestida de blanco. Jugó con un mechón de su pelo y se sentó en el banquito de su tocador mirando hacia la cama. No podía creer que se casaría, y al final lo haría sin amor, se casaría cumpliendo la voluntad de su padre. Sintió un dolor en su orgullo que estaba abatido, pisado y rendido.

Golpearon la puerta haciendo que diera un pequeño salto por la sorpresa. Se puso de pie y caminó arrastrando los pies hacia donde provenían los golpes; abrió pensando que sería Clara, pero su cara quedó rígida cuando vio a Philippe parado en el pasillo, con las manos en los bolsillos de su pantalón y una sonrisa en el rostro.

—¿Podemos hablar unos minutos mademoiselle?

—Sí — Ana salió al pasillo cerrando la puerta —¿Qué sucede?

—Me gustaría saber ¿por qué hace días que no me dirige la palabra Ana? —preguntó con dulzura, haciendo que ella se sintiera hasta cierto punto culpable.

—No me gustan las mentiras —. El tono cortante de su voz lo sorprendió y levantó sus cejas.

—¿Yo le he mentido?, ¿Cuándo?

—Ocultar cosas es una forma de mentir.

—¿Qué he ocultado? — Su ceño continuaba fruncido a medida que su cerebro trataba de comprender a qué se refería ella con sus acusaciones.

—No me dijo que luego de casarnos debemos viajar a América. ¿Cuándo iba a decírmelo?, ¿Cuándo estuviéramos subidos en el barco o cuando arribáramos al puerto?—. A medida que iba pronunciando las palabras, los ojos del francés se fijaban en sus labios; al darse cuenta comenzó a sentirse incómoda.

—Lo hablé con su padre Ana, pensé que él se lo diría.

—Estoy cansada de que todos decidan por mí, sobre qué haré, cuándo, dónde, con quién. Estoy hastiada de que todos supongan cosas por mí—. El enojo y la frustración se evidenciaban en cada palabra que decía.

—Perdóneme Ana. Tiene razón en enojarse; debí haber hablado con usted también. ¿Me perdona?, por favor.

—Bien, está perdonado, ahora váyase—. Philippe la miró unos segundos y luego sonrió.

—Eso no suena como si me hubiese perdonado realmente.

—Philippe, retírese antes de que me arrepienta de haberle perdonado y decida no dirigirle la palabra por el resto de mi vida.

Le dio la espalda y volvió a meterse a su habitación; dejándolo con más interrogantes de los que había llegado.

*-*-*-

Todo estaba listo para el viaje, terminaban de guardar el equipaje mientras Andrés alistaba los caballos para los carruajes que llevarían a los señores hacia Francia. Ana contemplaba todo parada en la escalinata que conducía al interior de la casona. Apoyada en una columna pensaba en lo que le deparaba el destino; comenzaba a ser consciente de que luego del casamiento partirían rumbo a América, al Amazonas. La idea hacía que un sentimiento extraño -mezcla de miedo y ansiedad- recorriera su cuerpo. Suspiró tratando de calmar la avalancha de nervios que la recorría y se encaminó hacia el interior de la casa. Philippe parecía tan tranquilo sentado con las piernas cruzadas en uno de los silloncitos del salón, tenía una taza de café en su mano y bebía mientras conversaba con Carlos sobre qué harían una vez que la plantación fuese de ambos y comenzara a producir materia prima para la industria de su familia. Ana lo contempló con detenimiento: tenía una incipiente barba de dos días y su cabello había crecido un poco comenzando a ondularse. Sus labios se movían pronunciando las palabras bajo su mirada expectante. El color verde profundo de sus ojos resaltaba debajo del marco de sus gruesas cejas negras. Se rascó la oreja con desdén como siempre hacía y luego dirigió sus ojos a Ana, al encontrarse descubierta ella miró hacia otra parte mientras Philippe dejaba escapar una sonrisa.

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora