Capítulo 7

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El agua hervía, cocinando lentamente las verduras mientras el aroma invadía la cocina. Marta cortaba cebollas en un rincón, lo hacía rápidamente pero, a pesar de su práctica, algunas lágrimas caían desde sus ojos enrojecidos por la irritación; las secó con el dorso de su mano para evitar que el ácido de la cebolla empeorara la situación.

Ana abrió la puerta con cuidado, una sonrisa radiante surcaba su rostro.

—Buenos días Marta —Se acercó hasta la mujer que seguía trabajando, intentó darle un beso pero se lo impidió.

—Señorita, buenos días. La cebolla hará que llore; ¿qué hace en la cocina?

—Dime Ana, por favor —Le regaló una sonrisa y luego miró a todos lados—. ¿Dónde está Clara?

—No lo sé querida, estaba aquí hace un momento pero ahora no sé, puede estar en la quinta o en el establo con Andrés.

Antes de que Ana saliera por la puerta que daba al exterior, Marta se apresuró a lavar sus manos con agua en un recipiente; se acercó a la mesa y descubrió una torta de azúcar que estaba tapada por un mantel. Tomó un cuchillo y cortó un trozo que colocó en manos de Ana, aún estaba tibia.

—Toma querida, sé que es tu favorita y está recién hecha.

—Gracias Marta —contestó emocionada y su estómago rugió de hambre.

Dio un mordisco a la torta de azúcar e involuntariamente cerró los ojos placenteramente mientras masticaba, Marta rió.

—Esto está exquisito —exclamó mientras pasaba el dorso de su mano por los labios para quitar los restos de azúcar.

—Me alegra que le guste querida.

—Iré a buscar a Clara —anunció con una sonrisa y dio otro mordisco al trozo de torta de azúcar.

Salió al exterior dejando que la cocinera volviera a sus quehaceres. Caminó, atravesando el jardín de la casona hasta llegar a la quinta; un pequeño espacio de tierra cercado al que se accedía a través de una puerta de madera que Ana abrió. Clara estaba al fondo, agachada en un sector delimitado de tierra removida. Quitaba con sus manos las hierbas que crecían alrededor de pequeñas plantitas color verde claro.

—Hola —saludó agachándose a su lado y ayudándole a quitar las hierbas.

—No hagas eso, tus manos van a quedar negras de tierra —La reprendió Clara.

—¿Y eso qué importa? —Rió mientras miraba las manchas verdosas que habían aparecido en sus manos.

—¿Necesitas algo?

Clara sacudió la tierra de sus manos y miró a Ana directamente a los ojos, sabía que si no había sido capaz de esperar a que regresara a la casa para hablarle era un asunto importante. Ana miró hacia todas las direcciones, asegurándose de que nadie las escuchaba ni estaba en los alrededores.

—Necesito un favor, Clara —su rostro se volvió suplicante y la muchacha tuvo miedo por lo que Ana le pediría que hiciera.

—¿Qué tipo de favor? —susurró asustada. Sabía por experiencia que, a veces, las ocurrencias de Ana eran demasiado descabelladas.

—¿Recuerdas que me dijiste que si necesitaba ayuda para salirme del tema del matrimonio podía contar contigo?

Clara parpadeó un par de veces, esa conversación había tenido lugar casi dos meses atrás; sabía que Ana no se había resignado a casarse con el francés, pero desde aquella noche en que los señores Philippe y Cristian estuvieron de visita, él no había vuelto a aparecer y el tema tampoco había vuelto a tocarse. Llevaban días sin hablar sobre el matrimonio forzado y de pronto Ana la buscaba en la quinta para pedirle un favor. Todo era raro y la incertidumbre comenzaba a calar en la mente de Clara.

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora