Capítulo 45

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Sebastião esperaba por sus amigos en el puerto de Río; estaba atestado de gente que se movía de un lado a otro y el brasileño buscaba reconocer entre todos los rostros a la pareja que debía arribar pronto. Había recibido noticias desde Vitória, Diego había desaparecido y era arduamente buscado por la justicia brasileña; los rumores apuntaban a que se había adentrado en la selva. Lo buscaban por disparar contra João Dos Santos, aunque tampoco había rastros del cuerpo del patrao .

- ¡Están allá señor! -gritó Manoel, llamándole la atención.

En efecto, Philippe y Ana caminaban tomados del brazo por entre medio de la gente. Estaban pálidos y Sebastião sintió un vuelco al verlos, había temido desde su partida que el plan de Diego no fuese fructífero y que el portugués se saliera con la suya; si eso hubiese pasado, nunca podría haberse perdonado. Caminó a paso rápido, esquivando bultos de equipaje y gente que se movilizaba de un lado a otro.

-¡Philippe! -gritó y levantó una mano en su dirección para que pudiesen verlo.

El francés permaneció con el rostro inexpresivo. Sentía como si su amigo lo hubiese traicionado; Ana aún no caía en cuenta de todo lo que había sucedido en los últimos días, si cerraba los ojos aún podía ver el destello que había hecho el disparo, la bala alojándose en la cabeza de Dos Santos y la sangre cayendo por entre las maderas del muelle.

Philippe se detuvo cuando estuvieron frente a Sebastião; lo miró a los ojos durante unos segundos, sin decir palabra. Mojó sus labios antes de hablar y suspiró para tratar de acomodar sus ideas.

-Deberías haber hablado conmigo -dijo con resentimiento.

-De saberlo, ¿Hubieses accedido? -preguntó el brasileño en un intento de hacerle comprender que su intención siempre había sido ayudarles.

-¡Claro que no! -exclamó Philippe dejando traslucir un poco de la rabia que quemaba su interior -. ¡Fue una locura!, ¡Ana podría haber muerto!

Dio un paso acercándose peligrosamente a Sebastião que estaba dispuesto a recibir un poco del enojo que había provocado en su amigo. Philippe se sentía traicionado y además quería aprovechar la excusa para liberar su frustración.

-Pero estoy bien, y ya todo terminó -dijo Ana apretando el brazo de Philippe -. Ya todo terminó y queremos irnos Sebastião, por favor.

El brasileño asintió con la cabeza a su petición y metió la mano en el bolsillo de su saco para entregarles los papeles que les permitirían regresar a Europa; el barco partiría a la mañana siguiente. Sebastião había pedido a Manoel que buscara el equipaje de los señores, el muchacho esperaba junto a ellos con las maletas a sus pies.

-Ve a buscar el carruaje y coloca el equipaje allí -mandó y el jovencito se apresuró a asentir con la cabeza y emprender la marcha.

-Nos quedaremos en un hotel -objetó Philippe colocando una mano sobre el brazo de Manoel para detenerlo.

-Como deseen -Sebastião no discutió pero dirigió una mirada de angustia hacia Ana -. Manoel lleva el equipaje hasta el hotel donde el señor Philippe te ordene y después regresa a casa.

-Sí señor.

-Que tengan un buen viaje -extendió su mano en dirección a Philippe, quien la estrechó de mala gana -Ha sido un placer conocerla Ana, espero que en algún momento regrese a América.

-Todo es posible, muchas gracias por su hospitalidad -Sebastião besó la mano de Ana y sonrió con nostalgia.

Les dio la espalda y comenzó a caminar en dirección al carruaje que esperaba para llevarlo hasta la casona. Comprendía el enojo del francés, sabía que él también habría actuado de la misma manera. Suspiró y ordenó al cochero que emprendiera la marcha.

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora