Capítulo 43

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Philippe acudió al llamado de Sebastião a su despacho. No había desayunado con ellos aquella mañana y según Tereza, había pasado la noche entera encerrado, luego había desaparecido durante horas; supuestamente había ido al mercado pero al regresar tenía las manos vacías y una sonrisa cansada en el rostro.

Cuando Philippe accionó el picaporte y empujó la puerta para entrar, sintió el ambiente viciado con olor a alcohol y tabaco; no dijo nada pero permaneció parado en el umbral hasta que su amigo le hizo señas para que se acercara. Tenía el semblante pálido y parecía perturbado.

—Tengo buenas noticias —anunció poniéndose de pie. Philippe pensó que no podían ser tan buenas si lo habían puesto en ese estado.

—Dime —murmuró acercándose y tomando asiento en el sillón contrario al escritorio.

—Podrán regresar a Europa —Con esas palabras había captado toda la atención del francés —. Tengo unos amigos que los ayudarán a llegar hasta Espírito Santo y podrán embarcar desde el puerto Vitória, el problema es que es un largo viaje hasta allí.

—¿Es seguro? —preguntó conteniendo la respiración, una presión en su estómago le indicaba que había algo malo acerca de esa idea pero no podía asegurar qué.

—Es seguro —asintió Sebastião —La isla Vitória tiene un puerto pequeño y no está demasiado poblada.

—¿Cuál es el costo? —el brasileño negó con la cabeza.

—Es una tajada importante de dinero Philippe, pero no tendrás que arriesgar la industria de tu familia.

—¿Cómo haremos con las semillas de seringueiras? —Las preguntas se amontonaban en su cerebro, formulándose con rapidez, quería estar seguro de que todos los sacrificios que había atravesado en esa tierra valdrían la pena para que Ana no tuviese que pensar más en la tortura que había vivido.

—Las enviaré luego, ocultas en un cargamento de granos de café, llegarán a Europa unos meses después que ustedes, sólo por seguridad —Philippe asintió con la cabeza, confiaba en Sebastião, desde el momento en que pisaron Brasil él solamente había actuado para beneficiarlos, no tenía por qué dudar.

Lo escuchó con cuidado y finalmente sonrió, el brasileño le devolvió el gesto pero la culpa lo invadió por unos minutos. Había pasado toda la noche intentando planificar cómo ayudarlos. A la madrugada había salido rumbo al mercado; esperó por Diego durante lo que le pareció una eternidad y luego de discutir el plan un millón de veces con él, tenía en mente una idea bastante clara de cómo llevarlos al Patrao de una manera menos peligrosa. La isla Vitória comercializaba a través del mar, sus productos necesariamente iban hasta Río de Janeiro y desde allí eran enviados al resto del mundo; irían por tierra y luego volverían por el mar, tomarían el barco rumbo a Europa desde el puerto de Río pero Diego se encargaría de que Dos Santos estuviese en el puerto de Vitória, donde él tendría más oportunidades de actuar.

*-*-*-*

Ana tomaba aire en el jardín, era un día de sol radiante y el calor comenzaba a hacerse notar, se sentía asfixiada y para aliviarse un poco agitaba con frenesí un abanico que echaba pequeñas ráfagas de aire en su rostro. Philippe se acercó con una sonrisa radiante y Ana no pudo evitar sonreírle. Aunque las pesadillas no se habían ido y a veces la invadía un sentimiento de culpa que no podía explicar muy bien desde dónde provenía o por qué lo sentía, Philippe había podido devolverle las ganas de sonreír.

—Volveremos a casa —anunció tomando sus manos.

Ana sintió una corriente fría recorrer su cuerpo, la idea de regresar había estado azotando sus pensamientos durante los últimos meses, pero ahora que se convertía en algo real sus emociones la traicionaban, haciendo que sus ojos se llenaran de lágrimas y que su corazón latiera más fuerte.

—¿Cómo?, ¿Cuándo? —preguntó entrecortadamente. La sonrisa en los labios de Philippe se acrecentó al ver la tormenta emocional que azotaba a su mujer.

—En unos días. Sebastião ha arreglado todo, partiremos desde una isla que está fuera de Río, él no cree que João nos siga hasta allí.

—Ha hecho mucho por nosotros —murmuró. Philippe asintió con la cabeza y luego besó su frente.

—Ya falta menos mon coeur.

El corazón de Ana se saltó un latido y un sentimiento pesado -de inseguridad e incertidumbre- la invadió. Quería huir más que nada en el mundo, quería poder ver a su familia de nuevo pero un presentimiento extraño le dictaba al oído que las cosas nunca salían como ella quería.

*-*-*

La estadía en Río de Janeiro llegaba a su fin. Habían preparado el equipaje y las valijas estaban amontonadas en los rincones de la habitación, esperando a ser cargadas en el carruaje que los llevaría a cumplir la primera parte del viaje de regreso.

Ana despertó esa mañana con el sol acariciando su rostro y los brazos de Philippe envolviéndola. Giró sobre su cuerpo y miró al hombre que yacía a su lado; su cara relajada por el plácido sueño, los párpados cerrados. Pasó su mano con los dedos abiertos por el pelo desordenado que él aún no había hecho cortar, le parecía increíble que fuese suyo, que la amara a pesar de todo lo que habían vivido en esos últimos meses. Sus ojos se abrieron, verdes como las hojas de los árboles del Amazonas, como las plumas de los guacamayos.

—Buenos días, ¿me mirabas dormir? —preguntó con una sonrisa somnolienta y ella rió.

—No seas engreído —Le reprendió y mordió su labio inferior mientras sonreía, sintiendo que sus mejillas se ruborizaban.

—No me mienta Madame, no le conviene —La atrajo hasta él, apretándola en un abrazo.

—¿Qué va a hacer Monsieur? —Philippe no contestó, pero comenzó a hacerle cosquillas y no paró hasta que ella rogó que lo hiciera.

La risa fresca de Ana invadía sus oídos como si fuese música, adoraba escucharla reír y saber que en cierta forma él era el culpable de sus sonrisas.

—Hoy emprenderemos el viaje de regreso. ¿Estás ansiosa por ver a tu familia? —Ana acomodó sus cabellos y asintió con la cabeza.

—En realidad estoy ansiosa por verlos a ellos, por cabalgar, por sembrar esas semillas y esperar que crezcan. ¿Cómo haremos?, el clima de Europa no es para nada como el clima de Brasil.

Aquella misma pregunta se la había hecho él mismo una infinidad de veces.

—Hay una isla cerca de la India, se llama Ceilán pero también le dicen Lágrima de la India, es una colonia británica. Han llevado plantines de caucho a esa zona y prosperan bien. Tengo pensado hacer lo mismo, de cualquier forma primero deberemos cultivarlos en un vivero y esperar a que tengan el tamaño suficiente para ser trasplantados.

—¿Será difícil sacar las semillas de Brasil? —Philippe asintió con la cabeza.

—No te preocupes, Sebastião nos ayudará con esa parte —Besó su frente y luego comenzó a levantarse, un largo camino a casa los esperaba.

Cuando sus pertenencias estuvieron cargadas en el carruaje que los trasladaría en dirección a la Provincia de Espírito Santo, se despidieron de brasileño; Philippe estrechó su mano y luego lo abrazó como un hermano, sentía un agradecimiento infinito hacia todo lo que había hecho por ellos. Sebastião sentía el peso de la culpa sobre sus hombros, quería contarles el plan pero si lo hacía sabía que Philippe pospondría el viaje y todo saldría mal. Diego ya había emprendido la marcha hacia Vitória. Aceptó el abrazo del francés y luego besó la mano de Ana, quien agradeció su hospitalidad.

Subieron al carruaje, Ana observó la casona hacerse pequeña a medida que los caballos avanzaban a trote ligero por el camino. El mal presentimiento se acentuaba, evitándole pensar con claridad. Philippe tomó su mano y la apretó con delicadeza, ese gesto lejos de tranquilizarla, la llenó de ansiedad y los pensamientos más oscuros surcaron su mente.

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Hola!, capítulo nuevo!! gracias por el aguante, sé que estoy demorando un poquito más en publicar, mil perdones! ¿Cómo vamos?, ¿qué opinan?... gracias por sus estrellitas y comentarios! un abrazo!

AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora