12: Sueños y Deseos

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La vida de Scott había caído en una rutina totalmente nueva para él, partiendo porque pasaba gran parte de su día regañándose a sí mismo por perder el hilo de sus pensamientos entre los recuerdos que había compartido con Mitch. Le era increíblemente fácil quedarse mirando el infinito perdido en las sensaciones que ahora llevaba grabadas a fuego en los sentidos o quedar embobado mirando al muchacho cuando él no lo estaba viendo. Acciones que lo confundían y enojaban en mismas proporciones, ¿cómo un hombre tan metódico como él podía olvidar cómo comportarse ante un jovencito de la alta sociedad?

Sin embargo, a pesar de todas sus dudas y preguntas sin respuesta, tenía algo claro y eso era que los aristócratas son personas falsas, traicioneras y obsesionadas con el dinero. A pesar de que había algo en Mitch que le gritaba que él era diferente, Scott seguía recordándose su elaborado discurso, sabía que lo deseaba, pero no podía permitirse sentir algo más por él. Mitch se iría y él debía continuar con su vida después de su partida.

...

Llevaba horas sin saber el paradero de Mitch, cuando comenzó a caminar por los pasillos de la casa, buscando en cada salón, sin éxito. ¿Cómo iba a protegerlo si ni siquiera podía encontrarlo en su propia casa?

De pronto un sonido casi imperceptible llegó a sus oídos, justo detrás de la puerta que estaba a su derecha, se asomó con cuidado sin hacer ruido alguno, pero no vio nada. Se adentró en la estancia que era iluminada escasamente por el fuego de la chimenea y supo que se trataba de una biblioteca. Volvió a escuchar ese sonido y lo siguió por entre los estantes llenos de libros. El corazón se le hizo un puño cuando vio a Mitch en una esquina al fondo de la habitación. Estaba en el suelo, con varios libros en el piso y uno abierto en su regazo. Scott lo examinó con la mirada entre las sombras que lo inundaban, tenía la cara tapada con sus propias manos, entonces volvió a escuchar el extraño sonido, eran...sollozos. Mitch estaba en el piso, llorando en silencio.

-Llevo un buen rato buscándolo...joven Grassi- dijo con su voz más suave. No entendía porqué verlo llorar le causaba tanto dolor.

Mitch saltó cuando escuchó su voz, obviamente pensaba que en ese lugar podía estar solo y desahogarse por un rato. Se limpió las lágrimas rápidamente y se puso de pie, el libro que tenía en sus piernas cayó al piso con un golpe sonoro.

-yo...si mmm lo siento- dijo Mitch mirando a todas partes menos al hombre que estaba en frente -se me pasó el tiempo.

Con movimientos nerviosos comenzó a recoger los libros del piso, poniéndolos de manera descuidada en los estantes, Scott guardó silencio, sin encontrar las palabras adecuadas para la situación. Por último, Mitch tomó el libro que estaba previamente en su regazo y lo miró por unos momentos. Incluso con la poca luz de la estancia, Scott pudo notar como se volvieron a llenar de lágrimas los ojos de chico.

-Jov.

-Es tarde, creo que me iré a la cama- lo interrumpió rápidamente.

Dejó el peculiar libro al final del pasillo, muy al fondo del estante. Y con una última mirada furtiva hacia el detective, se encaminó hacia la puerta con paso decidido.

-Espere...

Como si no lo hubiera escuchado, siguió caminando sin siquiera mirarlo. Cuando pasó por el lado del detective en su carrera por salir de ahí, fue detenido por una mano en su muñeca. Aún así no se giró y mantuvo la cabeza baja, avergonzado de que el fuerte y siempre compuesto detective lo hubiera encontrado llorando, solo comprobando las teorías de todo el mundo, de que era chiquillo débil, un cobarde.

-Joven Grassi, si pued.-

-Odio cuando me llamas así...Joven Grassi- Murmuró Mitch, pero fue suficiente para que Scott lo escuchara y notara lo cargada de tristeza que sonaba su voz. Scott se encontró otra vez sin saber qué decir, fue Mitch el que rompió el incómodo silencio -Me recuerda lo lejos que estamos...todas las malditas normas que hay que seguir, las clases...las odio.

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