17: Las cosas son así y ya.

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Al día siguiente , Mitch despertó en la cama, sólo y desorientado. Poco a poco fue armando los sucesos de la noche anterior, el anuncio, el colapso y el fuerte latido de un corazón junto a su oído mientras se perdía en el mundo de los sueños. Pero la verdad era que nada había cambiado, todo estaba igual, su futuro, igual de jodido.

Se permitió ser miserable durante largas horas, se quedó en la cama toda la mañana, mirando el techo mientras las lágrimas traicioneras corrían por sus mejillas, humedeciendo la almohada hasta que fue demasiado incómodo seguir acostado.

Tenía que visitar a Lady Kirstin, aunque sabía que era una mera formalidad, de todas formas tenían que casarse mañana. No es que tuviera que preocuparse de mucho, generalmente es la familia de la novia la que arregla todos los preparativos de la boda, pero es este caso, como Lady Kirstin no tiene familia femenina, fue su propia madre la que se preocupó de todo. No es que tuviera intereses en la decoración y organización, pero para Mitch que estaba tan desesperada por deshacerse de él, que haría su mejor esfuerzo para que todo saliera perfecto.

Estaba sumido en tal estado de shock, que apenas se dio cuenta de cuando llegó a la casa de Lady Kirstin, no tuvo que esperar mucho antes de que lo recibió en una acogedora salita. Si no hubiera estado tan hundido en su propia tristeza, se habría compadecido de la dolorosa expresión en los ojos de la joven. Se veía totalmente desconsolada, Mitch conocía perfectamente bien el sentimiento.

Se sentó a su lado, pero ninguno tenía nada que decir, permanecieron en silencio por un largo rato, perdidos en sus propios pensamientos.

-Lo siento...-Dijo Mitch, apenas levantando la mirada.

-No es tu culpa, las cosas son así y ya- Suspiró -creo que eres un chico genial, Mitch...pero...-Dejó desvanecer la frase.

-Está bien, te comprendo.

Otra vez reinó el silencio, aunque unos momentos después ambos se obligaron a políticamente correctos y hablar acerca de los preparativos para el día siguiente. Mitch le contó acerca de la casa en el campo, con cariño por sus recuerdos y con melancolía por su futuro.

Cuando se iba a retirar, ambos dejaron de lado las normas sociales y bastó una mirada entre esos ojos hinchados por las lágrimas para ir al encuentro, en un abrazo largo. Un abrazo tan lleno de dolor y desesperanza, que los convertía en cómplices, mucho más que en futuros esposos unidos por la desgracia, los convertía en amigos.   


Un suspiro y un adiós. 


Mañana sería el gran día.

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