16: Se han ido

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Dos días...

La sola imagen de Mitch en el altar era suficiente para ponerle los pelos de punta a Scott. ¿Entonces éste era el fin? ¿tendría que verlo casarse y partir lejos para siempre?

Intentó mantener sus malos pensamientos a raya mientras pedía un bandeja con té para Mitch, sabía que necesitaba tiempo para estar solo, pero él necesitaba verlo, necesitaba confortarlo de alguna forma, aunque significara oprimir aún más el nudo en su corazón, sabía que mucho tiempo después de que Mitch se fuera, él seguiría tirado en su cara, mirando al techo, pensando en cómo era estar envuelto en la esencia del muchacho, en cómo sus ojos estaban llenos de constelaciones, en cómo se sentía cuando era digno de merecer una sonrisa del dulce chico.

Iba a mitad de las escaleras cuando el mayordomo lo interceptó con una nota, era del detective Olusola, con un apurado "gracias" la metió en el bolsillo de su pantalón y siguió subiendo, tenía algo más importante que hacer, alguien más importante que ver.

Cuando alcanzó la puerta de la biblioteca, sostuvo la bandeja de plata en una mano para girar suavemente la manija, sólo para descubrir que se encontraba cerrada con llave.

-Mitch?- Habló con su tono más suave.

Ninguna respuesta. Golpeó la puerta con sus nudillos y nada. Otra vez más fuerte, pero no hubo ninguna respuesta.

-Mitch por favor, háblame!

Scott fue consciente de cómo sonó su voz llena de pánico, pero no le importó, lo único que quería era que se abriera la maldita puerta y ver que Mitch estaba bien. Pero no había respuesta alguna.

-Demonios Mitch! Abre la puerta por favor!

Otra ola de terror recorrió su cuerpo y no pudo evitar pensar en lo peor, así que antes de ahogarse en el miedo que lo invadía, dejó la bandeja en piso y se alejó unos pasos de la puerta. Tomó impulso y cuando su hombro colisionó con la superficie de la puerta, se oyó el sonido seco del material quebrándose, La puerta fue arrancada de su marco y Scott pudo por fin entrar en la habitación, buscando frenéticamente a Mitch con la mirada.

Lo encontró pronto, junto al fuego, pero la imagen lo dejó sin aliento. El alivio de encontrarlo con vida, fue mitigado por la dolorosa sensación de sus ojos vacíos, pegados en las llamas de la chimenea. Se abrazaba las rodillas con un brazo, mientras el otro sostenía una hoja de papel, lista para ser arrojada al fuego. Estaba tan perdido en sus pensamientos que parecía que ni siquiera se había dado cuenta de que Scott acababa de romper la puerta para entrar.

Scott avanzó hasta él, arrodillándose a su lado, entonces pudo darse cuenta de cuál era la labor que tenía tan ensimismado a Mitch. Junto a él, estaba el mismo libro que había descubierto en el campo, su libro de Sueños y Deseos. Más de la mitad de las hojas y su contenido había desaparecido, miró la escena con el ceño fruncido y el corazón agitado. Al mismo tiempo que las lágrimas se deslizaron por las mejillas de Mitch, estiró un poco su brazo para que el papel en su mano fuera consumido de una vez y para siempre por las llamas de la chimenea.

-Se han ido...-Dijo el chico con una voz pastosa, sin emoción alguna -Todos los sueños se han ido.

Incapaz de permanecer un segundo más sin tocarlo, puso delicadamente su mano en el hombro de Mitch y sólo entonces desvió su rostro de las llamas, pero cuando sus ojos se encontraron, su mirada estaba tan vacía, esos ojos que expresaban sentimientos especialmente creados por Mitch, no demostraban emoción alguna, nada, fue un puñetazo directo al alma. Más que nunca quiso tomarlo en sus brazos y sostenerlo hasta saber que todo estaría bien.

Lentamente, se acercó al muchacho y lo envolvió con sus brazos, sintió como Mitch contuvo el aliento por unos segundos, antes de relajarse y apoyar su cabeza contra su pecho. Scott hubiera pensado que por fin se había tranquilizado, su respiración era mucho más calmada, pero las lágrimas seguían y seguían, empapando su camisa, recordándole lo lejos que estaban de estar bien, porque jamás lo estarían, todo se estaba acabando, para mal, para siempre. 




Luego de un largo rato y de muchas palabras tranquilizadoras susurradas, que estaba lejos de creer, Mitch se quedó dormido en sus brazos. Puso una brazo atrás de sus rodillas y lo levantó, atravesó el marco sin puerta y caminó por los pasillos hasta la habitación provisoria para Mitch.  

Una vez depositó al chico en la cama, dudó por largos minutos, luchando contra la urgencia de recostarse a su lado y esperar el amanecer con Mitch en sus brazos, pero sabía que era un límite que no podía cruzar, no ahora, ni nunca. 


Con mucho más esfuerzo del que creyó necesario, cerró la puerta y dejó durmiendo a  Mitch, solo. En el pasillo, sacó la nota de Kevin de su bolsillo, le dio una rápida mirada, pero el texto era tan extraño que tuvo que repasarla varias veces. Necesitaba escribirle, no, necesitaba hablar con él. Bajó las escaleras con rapidez, esperando encontrar pronto un carruaje en la calle, pero antes de llegar a la puerta, lo interceptó el amable mayordomo. 

-Señor Hoying...¿Sabe que sucedió con la puerta de la biblioteca?


Mierda.

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