1. Rayos de sol

129 13 5
                                    

Editado: 19 de marzo del 2020

Capítulo 1

Lo primero que se me ocurrió al leer aquella nota fue que su remitente había tenido la consideración de no escribirlo en el propio ejemplar, resultaba demasiado irresponsable y descuidado pintar en libros prestados— incluso aunque fueran propios—. Después mi mente comenzó a imaginar el perfil de la persona que se encontraba detrás de aquella sencilla y misteriosa nota ¿Quién la habría escrito y con qué propósito? ¿Sería chico o chica? ¿Cuántos años tendría? Aquellas cuestiones quedaron interrumpidas por la voz de mi padre en la lejanía, la cual me indicaba la hora de la cena. Cerré el libro sin pararme a buscar un marca-páginas que me señalizará el lugar en el que me había detenido ya que aquella nota adhesiva hacia su función.

Me dirigí a la cocina en la cual ya se encontraba mi familia, que estaba compuesta por mi padre, mi madre y mi hermano mellizo. Tras un movimiento de cabeza a modo de saludo me senté en mi respectivo lugar en la mesa y alcancé los cubiertos.

—¿Fuiste hoy a la biblioteca? —Oí que mi padre me preguntaba mientras yo bebía un vaso de agua, por lo que asentí con la cabeza.

Mis padres adoraban el hecho de que aprovechara el tiempo en actividades que fueran más allá del dispositivo del móvil, desde que era pequeña cualquier acontecimiento que iba acompañado por obsequios siempre habían aprovechado la oportunidad de introducir algún que otro ejemplar de libros. Usualmente solían acertar con el tipo de libro que encajaba conmigo, aunque también era cierto que de vez en cuando alguno pasó demasiado tiempo acumulando polvo en la estantería de mi habitación.

—¿El primer día de vacaciones de verano y ya te vas a la biblioteca? —Estaba completamente segura que aquel comentario iba a surgir desde el primer segundo en el que mi padre formuló la cuestión. Como había predicho, mi hermano soltó la pregunta mientras me observaba con sus ojos verdosos y masticaban un trozo de pan. —¡Si sigues así te vas a leer toda la biblioteca antes de cumplir los dieciocho!

—Una cosa es que me guste leer y otra totalmente diferente es que me convierta en la profesora de literatura del instituto.

Como cualquier par de hermanos, nuestras cualidades y aficiones podían tanto acercarse como alejarse de lo común, aunque por lo general solíamos entendernos. Era cierto que existían variables que permanecía a lo largo de los años, luchas que ninguno lograba acabar en victoria y su reiteración podía ser cansina, sobre todo para la gente que se encontraba a nuestro alrededor.

Al compartir edad, también teníamos un rango amplio de otros aspectos de nuestro entorno, así como los compañeros de clase e incluso, con más profundidad, nuestro grupo de amigos. El destino había decidido que no era suficiente haber compartido el útero de nuestra madre, el cuarto hasta los once años, y las clases en el colegio, que por lo tanto era necesario que nuestros amigos fueran parcialmente los mismos. Era cierto que la cosa había surgido de forma natural, ambos habíamos llegado nuevos al instituto por lo que nuestros contactos sociales se reducían a cero, así que no conocíamos a nadie en nuestra nueva clase, fueron dos compañeros quienes se acercaron a nosotros y quienes al día siguiente hicieron lo mismo. Tanto Evan como yo, jugábamos en equipos de baloncesto como actividad extraescolar y, por lo tanto aquellos amigos no coincidían.

Evan hizo un gesto de burla y continúo con la tarea de alimentarse. Desde aquella postura era evidente que necesitaba un corte de flequillo, ya que en ese instante molestaba a sus ojos. No hacía falta ser muy observador para percatarse del parecido que teníamos, la tonalidad de su cabello castaño, las facciones delicadas de la cara y aquellos ojos verdosos eran propios de los hermanos Taylor.

La cena no tuvo una larga duración, era tradición tomarse el postre todos juntos en el salón, por lo que enseguida nos trasladamos de sala. La televisión fue encendida y el sonido de un canal aleatorio se hizo presente en el ambiente de la casa, tras varios largos minutos de discusión sobre el canal que se debía escoger finalmente quedó impuesta una película de hacía varios años atrás. Sin mucho entusiasmo por la emisión, alcancé el móvil del bolsillo y la aplicación de mensajería quedó abierta. Durante la cena, los móviles permanecían prohibidos, a un nivel en el cual debían quedarse en el cesto del mueble que había antes de entrar a la cocina. Durante el tiempo ausente, mis amigos habían escrito un par de mensajes.

Amor entre libros (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora