En un papel anoté el recado telefónico: «Señora Gallardo. Tres de la tarde. Café Paula». Colgué. Tenía mi primer cliente como detective. Nos miramos con la Gertru como si hubiéramos descubierto petróleo en el jardín de la casa.
Como no tenía oficina, le había propuesto a la señora Gallardo que nos reuniéramos en el centro de Santiago. Mi abuelo siempre decía que iba al Paula, un café de la calle San Antonio con Agustinas. El café entero ya no es el mismo de antes, según mi abuelo, pero igual me pareció que sería un buen sitio.
Dos y media de la tarde. La ciudad parecía tranquila y vacía porque estábamos iniciando enero. El calor derretía. Salí de mi casa y en Irarrázaval alcancé una micro. El viaje fue largo. Entraba una brisa agradable por la ventana abierta y un rato conté los árboles que iban pasando y otro rato me preocupé pensado en la señora Gallardo y en éste, mi primer trabajo.
Cuando llegamos al centro, la micro entro directo por la alameda. Me bajé frente a la Biblioteca Nacional. En las escaleras de la biblioteca encontré mochileros sentados, hablando en inglés; me pidieron plata, pero seguí de largo. En ese momento me sentía un detective privado y no un guía turístico. Subí por Mac-Iver hasta calle Agustinas. El Teatro Municipal está en esa calle, en el camino del café. Una vez en el colegio nos llevaron allí a ver un fragmento de una ópera famosa. Me sorprendí cuando reconocí algunas de las arias: las había escuchado antes en comerciales de la televisión.
En el café Paula me senté a esperar a la señora Gallardo, la de la llamada telefónica. Entonces me di cuenta de mi primer error como detective: no tenia idea cómo reconocer a mi primer cliente. Sentadas en el café había dos parejas, uno de los hombres era un militar, seguro, aunque vestía de civil. Lo deduje porque llevaba el pelo cortado casi al rape y se sentaba derecho, como si se hubiera tragado una estaca. La otra pareja: un viejo y una vieja de más o menos cuarenta años tomaban helados en copas gigantes y se miraban como si recién comenzaran a enamorarse. El mozo se acerco a mi mesa y me vi en obligación profesional, para justificar mi estadía en el café, de pedir un helado doble de chocolate con una galleta y salsa de frutilla. Mientras esperaba pregunté equivocadamente a tres señoras que entraron si tenían el apellido Gallardo.
Me tomé todo el helado y me puse a jugar con la cuchara, esa largas y finas que ponen con las copas de helados, y ya estaba pensando que la señora Gallardo no existía, cuando el mozo que me atendió y que parecía simpático, se acercó a mi mesa con un diario y sin decir una palabra señalo una fotografía donde aparecía una mujer muy gorda, excesivamente gorda, como se ven en las películas de Estados Unidos, Donde todos parecen ser gordos por comer papas fritas y hamburguesas al desayuno. Un amigo que fue a Miami llegó contando que encontró McDonald's en todas las esquinas. Se justifica entonces la gordura porque la tentación es grande si está en cada esquina.
Debajo de la fotografía del diario pude leer: «Empresaria del año. Importante distinción recibió Rosaura Gallardo y su empresa Intermar». Con mi mejor cara de investigador mire otra vez al mozo y me encogí de hombros. El mozo, sin despegar esa sonrisa amable que parecía que venía con su uniforme, me indicó una puerta interior. Lo seguí. El pasillo llegaba hasta la cocina. A ninguno de los cocineros les interesó que yo pasará por ahí. Seguí al mozo hasta el patio de cemento, cerrado por las paredes de los edificios vecinos. La única manera de ver cielo allí era mirar recto hacia arriba. En la pared se veían algunas ventanas, los cajones del aire acondicionado y gatos paseándose por las cornisas. En el centro del patio, entre dos maceteros, estaba en un sillón la misma mujer de la fotografía del diario. Rosaura Gallardo tenía un cuerpo gigante, como si flotara en un saco lleno de agua. Ambos nos miramos sorprendidos. Ella arrugó la nariz y preguntó:
–¿Quique Hache?
Para no ser menos, también arrugué la nariz y pregunté:
–¿Señora Gallardo?

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Quique Hache, detective
RandomSergio Gómez Ilustraciones de Kuanyip Tangol Esas vacaciones fueron excepcionales para Quique. En lugar de irse a la playa con su familia, se queda en Santiago, en medio del caluroso verano. Pero no sera una temporada aburrida. Quique vivirá inten...