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          La Gertru me esperaba en la casa para tomar once. Había preparado panqueques con mermelada de membrillo porque sabía que a mí me gustaban. Me esperaba regando en el antejardín de la casa. A cada rato entraba a ver una novela que le gusta mucho porque el protagonista se parece a un antiguo novio que tuvo en Temuco. La Gertru dice que si el actor de esa telenovela no fuera mexicano, juraría que es el mismo, además porque su antiguo novio se fue a recorrer el mundo. A veces recibía postales de lugares tan extraños como Sri Lanka por ejemplo, siempre con las mismas frases: «Aquí estoy en Sri Lanka, gorda, echándote de menos» y firmaba Manolo.

          La Gertru, a pesar de todos los novios que ha tenido, dice que prefiere a Manolo, el viajero, porque fue su primer amor. Dice que al final él volverá a chile y la buscará. Mientras tanto se conforma con su doble mexicano en la televisión.

          –No te hagas rogar, Quiquito, y habla –dijo la Gertru emocionada y curiosa por saber los detalles de mi entrevista con la señora Gallardo.

          Nos fuimos a calentar los panqueques al microondas. Primero le mostré el cheque de adelanto que me dio la señora Gallardo. Era el primer cheque que recibía en mi vida. Me prometió tres veces esa cantidad si encontraba al arquero perdido antes de las 5.30 del día sábado, hora y día en que empezaba el partido por la final del campeonato de la tercera división en el estadio municipal de Santa Familia. La Gertru miró varias veces el cheque tratando de multiplicarlo por tres sin creerlo.

          A Cacho Ramírez, el arquero del equipo, lo necesitaban ese sábado en la cancha, no bastaba con reemplazarlo. Hacía tres semanas que había desaparecido misteriosamente y nadie sabia de su paradero. Para el Ferro Quilín, además de atajar y evitar los goles, era un símbolo, una cábala para todo el equipo. Los dos últimos partidos, Ferro los había perdido y coincidía con la ausencia del arquero. Así también había ocurrido los pasados tres años: cada vez que Ramírez no jugaba por lesión o enfermedad, la derrota era segura. Por eso, el equipo, los seguidores y dirigentes, sabían que todo estaría perdido si él no aparecía el sábado en la cancha.

          Gertrudis, que todo lo sabe, por supuesto conocía a Intermar, la línea de buses y la fortuna de don Chemo Gallardo. De fútbol no sabe mucho, aunque asocia fútbol a dos palabras: «Pedro Carcuro», a quien vio en persona en una ocasión. Probándose un vestón en Falabella. La Gertru dice siempre que la única persona famosa que conoce es Pedro Carcuro.

          Después que descargue la información y cuando la mermelada de los panqueques comenzó a parecerme intolerante en el estómago, nos quedamos en silencio con la Gertru, pensando lo mismo: qué haríamos a continuación para encontrar al arquero, qué haría en este caso un detective privado para resolver el misterio. Permanecimos más de quince minutos sin decir una palabra, pensando intensamente, mirando hacia el techo sin ninguna razón, como esperando que desde arriba cayera la ayuda.

          Gertru concluyó que mejor renunciáramos a ser detectives y, que por otra parte, la playa Concón, los primos...

          En cambio yo dije:

          –Ahora o nunca –sin saber qué quería realmente decir con esa frase para el bronce, que algo tenía que ver con la constancia necesaria para hacer todo, para lograr algunas metas.

          De tanto pensar me bajaron el sueño y el cansancio. Antes de las once de la noche me fui acostar, a pesar del calor que se conservaba en las parades de la casa. La Gertru se quedo mirando la Reportera del Crimen en la televisión.

Quique Hache, detectiveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora