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      Cuando yo era niño le temía a la oscuridad. Me dejaban dormir con la luz del velador encendida. La Gertru decía que se me pasaría cuando creciera. Crecí, ahora tengo quince años, una edad como para no tenerle miedo a la oscuridad en teoría, pero en la práctica sigo igual. 

      Con Charo estábamos amarrados en la oscuridad de la bodega. Escuchábamos detrás de las cajas a alguien que nos vigilaba y al mismo tiempo intentaba sintonizar una radio, pero no quedaba conforme, hasta que encontró una canción de Juan Gabriel que le interesó. De más lejos llegaba el ruido de voces haciendo llamadas urgentes por teléfono. Después se acercaron hasta nosotros.

      –Tenemos al detective privado también –se rió indicándome uno de los empleados–. Estamos todos entonces, el único que falta es Cachito. Por lo tanto, si quieren salir de esto nos dicen dónde lo podemos encontrar a él. 

      Charo respondió por los dos:

      –Será mejor que nos suelten antes de que me enoje. 

      Los demás se rieron con ganas.

      –Llamen a la señora Gallardo –les dije–, ella me contrató y es la dueña de todo esto. 

      Otra vez se escucharon las risas. Nos hicieron levantar y caminamos amarrados. A mi espalda sentía el calorcito de Charo que me quitaba el miedo. Salimos al patio y subimos por una escalera corta a uno de los camiones repartidores. Se cerró la puerta metálica y otra vez la oscuridad. Charo dijo: 

      –No te preocupes, vamos a salir de esto.

      –Espero que sí –dije asustado.

      –No es a nosotros a quienes buscan. La señora Gallardo necesita a Cacho Ramírez urgentemente, pero por otros motivos de los que te contó cuando te contrató.

      –Eso ya me lo habían dicho.

      –Buscan a Cacho para retenerlo como a nosotros.

      –¿Y el partido de mañana?

      Charo movió la cabeza y dijo:

      –Lo único cierto es que Cacho es la cábala del equipo para ganar, pero a la señora Gallardo y a su empresa les da lo mismo si gana o pierde Ferro mañana.

      –¿Entonces para qué me contrató?

      –Tenía que agotar todas las posibilidades, quería encontrar a Ramírez, Y también tenía que demostrar a los dirigentes y al entrenador de Ferro que hacía todos los esfuerzos.

      –No entiendo qué esta ocurriendo. Ni siquiera sé por qué estamos los dos amarrados en este lugar.

      –A la señora Gallardo no le conviene que aparezca Cacho, haría cualquier cosa para que no apareciera nunca, eliminarlo si es posible. 

      –¿Eliminarlo? –pregunté como un idiota–. ¿Dónde está Cacho en este momento?

      –No estoy segura. Tengo una idea vaga de donde encontrarlo, pero nada más. Es mejor que siga escondido antes de que lo descubran los empleados de Intermar.

      –Pero no me has explicado por qué quieren eliminarlo y qué relación tienes tú con todo esto.

      –Hace tres años, antes de que Cacho Ramírez se convirtiera en arquero, era un chófer de buses. 

      Charo se detuvo, escuchamos unos ruidos alrededor de la carrocería del camión.

      –¿Escuchaste? Suena como si alguien golpeara con el canto de Ferro –dijo ella.

      –¿Qué canto?

      –«Dale Ferro, pero dale Quilín» –entonó ella. 

      Tenía razón, los golpecitos sonaban iguales. Charo se alegró y dijo: 

      –León. ¿Como habrá llegado hasta aquí?

      –Quedamos de encontrarnos –respondí orgullosos de tener algo que ver. 

      Volvimos a escuchar los golpes sobre la carrocería del camión. Charo se arrastró hasta uno de los costados y con los dedos repitió lo mismo: «Dale Ferro, pero dale Quilín». Esperamos en silencio. Un minuto después se abrió la puerta de la cabina y se cerró enseguida. Alguien, debía ser León, dio vuelta la llave de contacto del motor, que se negó al principio a arrancar. En ese momento también oímos los carrerones desde el interior de la bodega, los gritos y silbatos de los empleados y del guardia. El motor del camión por fin arrancó con un ruido potente. Pasaron el cambio y el camión pareció que se desinflaba al desengancharse. Escuchamos la voz de León que gritaba hacia atrás:

      –Agárrense que nos vamos. 

      Charo y yo, instintivamente, nos arrojamos al piso. El camión dio un salto hacia adelante, las ruedas patinaron y quemaron el suelo de cemento. Aceleramos sólo unos segundos y enseguida nos estrellamos contra el portón metálico. El ruido fue tremendo y pareció que quedábamos detenidos, pero sólo fue un momento. La puerta saltó por el aire y cayó hacia adelante. Con Charo rebotamos como carga. El camión aceleró. Alejándose escuchamos varios disparos y los últimos gritos. Luego, nada más que el motor del camión. En la cabina León silbaba una canción del grupo Queen sobre campeones, campeones mundiales. 

Quique Hache, detectiveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora