En un servicentro nos indicaron cómo cruzar hacia el otro lado del río. Pará nadie era desconocido el antiguo molino Ramírez, aunque aseguraron que estaba abandonado desde hacía años.
Llegamos cansados y transpirando. La Gertru se quejó porque sus zapatos le estaban matando. León quería vomitar por el esfuerzo. Yo no podía hablar y sentía como si tuviera un canario en los pulmones, un canario que cantaba pésimo. Ante nosotros se levantaba una pequeña colina rodeada de un cerco de alambres. En el centro había una casa vieja, con dos grandes silos a los costados. Nadie parecía vivir allí.
Cuando traspasamos el portón, escuchamos una voz potente.
–Están en propiedad privada, un paso más y disparo mi escopeta.
Gertru se echó al suelo exageradamente, como si amenazaran con un bombardeo aéreo. Charo preguntó dudando:
–¿Cacho? ¿Eres tú?
No hubo respuesta.
Después de un momento, Charo volvió a gritar hacia la casa:
–Cacho, soy yo, Charo.
–Y León –Repitió León para que se le tomara en cuenta.
Yo estuve a punto de gritar mi nombre, pero pensé que no aportaría mucho, probablemente el arquero no tenía idea quién era. Escuchamos entonces un eco:
–Charo.
Y lo vimos aparecer en la puerta. Tenía la mirada baja, tristona, y la cara infantil que yo me había imaginado. Charo se adelantó, corrió hasta la casa y abrazo a Cacho Ramírez o como se llamara.
Nos sentamos bajo un parrón. Cacho comenzó a dar algunas explicaciones:
–Me vine hasta acá hace unas semanas. Todavía tengo las llaves de este viejo molino que era de mi familia. Pocas veces bajo al pueblo y sólo a comprar comida. Tampoco tengo ninguna escopeta, eso lo dije para asustar.
–A mí me asustó –dijo la Gertru.
Estábamos encantados escuchando, hasta que Charo nos despertó del trance:
–Tienes que volver con nosotros a Santiago.
–No puedo –respondió el arquero–, es peligroso para mí.
–Sólo será esta vez. Debemos denunciar a la señora Gallardo y ganar el campeonato con el Ferro.
–No quiero líos –dijo Cacho y se rascó la cabeza.
La Gertru entonces se adelantó y habló con voz firme, cansada de tanto enredo:
–Che, no sé lo que hizo y no hizo usted, señor Carlos o Cacho –como dije antes, cuando ella se enojaba se creía argentina–, pero aquí los presentes hemos arriesgado nuestras vidas para encontrarlo. Si se siente culpable de algo, che, mejor lo soluciona de una vez y se va con nosotros a Santiago, después puede volver a encerrarse en este pueblo. Yo vengo de Temuco, IX Región, y estoy de acuerdo con usted, Santiago no es la mejor ciudad para vivir.
Cacho miró a Gertrudis y debió enamorarse enseguida de ella, como les ocurre a todos los que la ven y la escuchan por primera vez.
–Es cierto, Cacho –dijo Charo sollozando.
–Falta aclarar algunas cosas –dijo Cacho y todos nos acomodamos para escucharlo hablar, mientras San José se veía a la distancia.

ESTÁS LEYENDO
Quique Hache, detective
RandomSergio Gómez Ilustraciones de Kuanyip Tangol Esas vacaciones fueron excepcionales para Quique. En lugar de irse a la playa con su familia, se queda en Santiago, en medio del caluroso verano. Pero no sera una temporada aburrida. Quique vivirá inten...