Jueves

868 10 1
                                        

13

      Al otro día, la Gertru quise llamar a un médico, dijo que yo tenía cara de enfermo y que toda la culpa era de ella por dejarme trabajar de detective privado. Debo haber estado pálido del susto del andén que todavía no se me pasaba, pero en realidad, más que mi salud, a la Gertru lo que le interesaba era que le contara lo ocurrido el día anterior; se moría de ganas por saberlo.

      Las mismas ganas que le daban todos los días al seguir las telenovelas. La Gertru prefiere las de las dos de la tarde. Las telenovelas nacionales no le gustan, dice que son sólo para reírse y es no puede ser, las telenovelas son para sufrir, tal como ocurre en la vida real donde todo es una gran sufridera. En las nacionales los galanes son todos muy jóvenes, unos niños que todavía no se afeitan. 

      A la Gertru le gustan los hombres peludos, como el sargento Suazo de la comisaría.

      Aunque tiene otro novio secreto: Armando Alarcón, un librero de la plaza Ñuñoa. Para Gertrudis ambos pretendientes son muy distintos, y su hombre perfecto es la combinación de los dos. Uno representa la fuerza, el otro, la poesía.

      No estaba dispuesto a contarle tan fácilmente todo lo ocurrido en la estación de Santa Familia; yo estaba analizando intensamente mi parálisis en el andén. ¿Por qué no hice nada para salvar a Charo? ¿Por qué no moví ni un dedo? Y peor todavía: ¿Qué estaría pensando Charo de mí? Que era un cobarde, claro. O peor: que era un traidor.

      Las cosas estaban complicándose, no sólo Cacho Ramírez era el desaparecido, ahora se sumaba el secuestro de Charo. Ambos hechos se relacionaban. La solución de cualquiera de los dos conduciría a resolver el otro. Eso me lo decía mi instinto derectivesco.

      La Gertru seguía preguntándome por lo que había pasado el día anterior en Santa Familia, pero yo no quería contarle. Para convencerme, dijo que ella también tenia una pista a través de su comadre de Santa Familia. Averiguó que en el partido de fútbol del próximo sábado se apostaba mucho dinero, lo que aumentaba la sospecha de que el secuestro de Cacho era por motivo de dinero. 

     –Probablemente lo liberarán después del partido y de la derrota del Ferro Quilín –dijo, muy sentenciosa. 

      Yo escuché atentamente, pero no dije nada. Seguía preocupada por Charo y sin saber que hacer. Desesperada, la Gertru intentó un cruel soborno: me ofreció ñoquis para el almuerzo si le contaba las últimas novedades. Acepté. 

      Después de comer los ñoquis, nos fuimos a ver las telenovelas para reposar el almuerzo. Cada dos minutos, sin despegar los ojos de la pantalla, sugerimos en voz alta alguna hipótesis sobre el caso, pero todas resultaron absurdas. mirábamos Árbol torcido, la preferida de Gertrudis. Al protagonista de la telenovela, un hombre pobre, casado con una mujer de familia adinerada, lo obligan a separarse de su mujer y dejar a sus hijos. El protagonista es madurón y canoso, con acento mexicano, que no es nada de extraño porque la telenovela es mexicana. El hombre llega todas las tardes a un parquecito, donde observa, a la distancia, a sus hijos que no le permiten ver. El hombre, triste y melancólico, los mira desde un árbol torcido, que le da el nombre a la telenovela. Como los galanes mexicanos son los hombres que le gustan a la Gertru, con caras redondas, algo gordos y con abundantes pelos por todas partes del cuerpo. Cuando vimos al protagonista recostado en el árbol torcido, mirando a sus hijos, la Gertru lanzó un grito:

     –Liceo Makario Cotapos, de Santa Familia, segundo B.

      No sabía de qué estaba hablando y me quedé mudo. Ella agregó:

     –Allí hay que buscar, en el Makario Cotapos, obvio.

Quique Hache, detectiveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora