–Le voy a ser sincera, creí que me encontraría con alguien más... -dijo la señora Gallardo trabada, sin terminar la frase, resoplando como ballena por el esfuerzo que le producía hablar en medio del patio del Café Paula.
–Quique Hache, detective –repetí mostré un papelito cuadrado, como carnet de identidad, sin plastificar aún. En el curso se decía que debía llevarse en la billetera todo el tiempo.
–Creí que... –siguió ella sin encontrar las palabras adecuadas.
–No se preocupe, señora Gallardo, lo que me cuente lo mantendremos bajo secreto profesional.
–No era eso sino... –seguía atorada. Después sonrió y dijo–: Es que no estoy acostumbrada a detectives privados, eso debe ser. Supongo que no tengo alternativa, nadie más ha querido ayudarme.
–Para eso estamos –dije con una sonrisa de vendedor de zapatos. Ella también volvió a sonreír y su cuerpo se estremeció, como si llevara olas de mar dentro de la ropa.
–Déjeme empezar por el principio, Hache –dijo.
–Así me gusta, desde el principio. Le recuerdo, para eso estamos, para escuchar lo que tenga que decir.
–Mi papá se murió hace tres años y me dejó su empresa de buses. Yo la administraba desde hacía algunos años. Mi papá estaba viejo ¿sabe?
–Mmmm –Dije poniendo cara de intensa atención. La señora Gallardo me miró un segundo, como dudando si seguir o no. Suspiró, miró hacia lo alto del patio y continuó:
–Él comenzó con una micro viajando hasta Cartagena. Treinta años mas tarde tenía una flota importante de buses que recorrían el litoral central, la empresa Intermar, ¿la conoce?
–Si –mentí.
–La empresa ha tenido un repunte con mi administración, aunque suene feo que lo diga yo. Hemos obtenido importantes logros y avances. Desgraciadamente mi papá no vivió lo suficiente para verlo; hoy día se sentiría orgulloso de mi gestión. Pero antes de morir hizo uno de sus más extraños negocios. Se le ocurrió comprar un equipo de fútbol semiprofesional. Don Chemo, mi padre, era un fanático del fútbol. Si me pregunta a mí, tengo que responderle que casi no entiendo ese deporte. Pero mi papá era llevado a sus ideas. Compró el Ferro Quilín Fútbol Club, un equipo moderno de tercera división, popular en santa familia el barrio donde nació mi padre, al sur de Santiago. Se compraron jugadores y planifico todo para que en un plazo de tres años el equipo subiera a la segunda división y de ahí, probablemente, al fútbol grande –la señora se detuvo un momento y me pregunto–: ¿Esta seguro de que usted es el del anunció en el diario?
–Seguro: Quique Hache, detective –insistí.
–Entonces sigo. Él éxito del Ferro Quilín fue avasallador, aunque mi padre apenas alcanzó a disfrutarlo.
–Una lástima.
–Yo pensé que con su muerte se terminaba el asunto del equipo de fútbol.
–¿No fue así?
–No lo fue. Don Chemo era un hombre astuto. Antes de morir agrego una clausula final en su testamento, ¿la adivina?
–No –dije sinceramente.
–De acuerdo a los plazos que él estableció para que se distribuyeran sus bienes, si en tres años el equipo de Ferro salía campeón y ascendía, todas sus propiedades, incluyendo los buses, serían mías, de lo contrario se repartirían en obras de caridad.
–¿Y los tres años se cumplen ahora?
–Se cumplen.
–¿Cómo le ha ido al equipo?
–Perfecto. El Ferro siguió con su racha ganadora durante todo el año pasado y se le daba por seguro campeón este año. Todo iba bien hasta hace unas semanas. Iba en primera ubicación, seguido de cerca por Deportivo Malloco, pero desde entonces perdió dos partidos claves y bajó al segundo lugar; queda sólo el último partido este sábado, justamente contra Malloco, donde se decide todo, el que gana es el nuevo campeón y asciende.
–No veo el problema, parece ser un asunto deportivo –dije.
–En todo hay un pero, Hache. El Ferro era el favorito, el mejor del campeonato, pero sucedió lo inesperado, lo que lo ha llevado a perder esos partidos. Qué terrible cuando lo pienso, me niego a creerlo.
–¿Que ocurrió?
–Voy para allá, no me apure. Desapareció el arquero, eso fue lo que ocurrió –bajó la cabeza y pareció que lloraba.
Algo tartamudo le dije:
–Te... Tendrían un reemplazante para el partido del sábado.
La señora Gallardo levantó la cabeza y me miró duramente.
–Claro que se puede reemplazar a Cacho Ramírez.
–¿Ése es el nombre del arquero desaparecido? –como la respuesta era obvia, la señora Gallardo prefirió seguir con la anterior idea.
–Podríamos reemplazarlo, podríamos sin problemas, pero si lo hacemos perdemos el campeonato, el ascenso y yo pierdo la empresa de buses Intermar.

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Quique Hache, detective
SonstigesSergio Gómez Ilustraciones de Kuanyip Tangol Esas vacaciones fueron excepcionales para Quique. En lugar de irse a la playa con su familia, se queda en Santiago, en medio del caluroso verano. Pero no sera una temporada aburrida. Quique vivirá inten...