El año 1994, Charo y su hermana Leticia cursaban el segundo medio en el liceo Makario Cotapos, de Santa Familia. Ambas eran buenas alumnas y su familia parecía normal y unida. Los padres eran profesores, Charo y Leticia eran mellizas y nada les faltaba en la casa. Ambas crecieron muy unidas e independientes.
Todo cambió el verano del 94. El segundo medio del liceo preparó un paseo de fin de semana a la playa. Se alojarían en unas cabañas que tenía el colegio cerca de Algarrobo. Como había ocurrido en años anteriores, se contrataron los servicios de Intermar, la línea de buses, para trasladar al grupo a la costa. En una tarde de diciembre de ese año se reunieron en las puertas del liceo. Allí los esperaba un bus color crema con una franja azul y el nombre de Intermar con una gaviota dibujada sobre las letras. Viajarían esa tarde de jueves para aprovechar completo el fin de semana.
Antes de subir al bus, alguien tomó la fotografía instantánea del curso, donde aparecían todos sonrientes, excepto Charo. La misma fotografía que se publicaría unos día más adelante en los diarios. La misma que tres años después llevaba yo en el bolsillo de mi camisa.
Mientras Charo acomodaba un bolso en el maletero del bus, vio por primera vez a Cacho Ramírez. Vestía una camisa blanca, unos pantalones grises y una gorra de capitán de barco que identificaba a todos los chóferes de Intermar.
Los primeros kilómetros fueron lentos, deshaciéndose del tráfico de salida de Santiago. Arriba del bus a nadie le importó, cantaban felices y conversaban despreocupados. Charo escuchaba música en su personal y trataba de dormir.
Una hora después, el viaje parecía tranquilo y aburrido. Las risas, la música, todo había acabado. Sólo se escuchaban algunos grupos conversando. Charo despertó para ver cómo atardecía completamente y llegaba la oscuridad a la carretera. No tenía ganas de ese fin de semana en la playa, pero lo prefería a quedarse sola en la casa y separada de su hermana Leticia. Ambas se llevaban muy bien, se contaban todo y se tenía confianza. Sabía, por ejemplo, que a Leticia le gustaba Juan Carlos, el handbolista del curso, pero él era muy tímido para declararse. Después de recados, avisos y cartas secretas, esperaban que Juan Carlos se atreviera ese fin de semana en Algarrobo.
Fue en una curva, antes de llegar a la costa. Cacho Ramírez, el chófer del bus, declararía más tarde que un automóvil que venía en sentido contrario lo encegueció con hasta un barranco, la máquina se dobló y cayó algunos metros al vació. Los vidrios explotaron y los fierros del techo se doblaron. Cuando los rescataron, diez estudiantes estaban gravemente heridos. Una ambulancia logró trasladarlos rápidamente hasta Valparaíso. A Charo nada le ocurrió, sólo un corte sin importancia debido a los vidrios rotos. De los heridos graves, siete de ellos debieron esperar más de un año para recuperarse completamente. Tres fallecieron esa misma noche en el hospital. Entre los muertos estaba Leti, la hermana de Charo.
La vida de Charo cambió desde ese día. Durante meses no quiso hablar con nadie. Sus padres se distanciaron cada vez más, hasta que finalmente se separaron. El padre se fue de la casa. La relación con su madre era tensa; ambas, sin proponérselo, se culpaban de la muerte de Leti. Todo culminó cuando, en contra de su voluntad, a Charo la dejaron internada en el Hogar Isabelita Astaburuaga, de Santa Familia. Pero fue lo mejor para ella. Allí encontró nuevos y diferentes amigos y algo de tranquilidad.
En ese tiempo, Charo se interesó por los detalles del accidente. Sabía que el chofer del bus, Cacho Ramírez, había pasado seis meses en la cárcel y que más tarde lo dejaron salir, cuando concluyeron que su responsabilidad era mínima. Charo averiguó que Cacho abandonó luego la empresa de buses y, curiosamente, se convirtió en el arquero del equipo de fútbol del barrio. Sin embargo, según en la nómina de los empleados de Intermar, recibiendo un sueldo con el que arrendaba una pieza.
Poco a poco Charo había ido ordenando sus recuerdos sobre el accidente. Y algo no calzaba. Minutos antes de que ocurriera, se había levantado para ir al baño en la parte de atrás del bus. Al salir, recordaba haber visto, en los últimos asientos reservados a la tripulación, a Cacho Ramírez durmiendo. Pensó que lo reemplazaba el asistente. Minutos después se produjo el accidente. En el sumario e investigación de los hechos aparecía Cacho Ramírez como conductor en el momento del accidente. Ese detalle sospechoso le hizo buscar al ex chófer. Por un tío abogado que había estado en el juicio del accidente, sabía que había salido de la cárcel y se enteró de que ahora jugaba fútbol, en el equipo del barrio Santa Familia. Un día lo encontró después del entrenamiento del Ferro Quilín. Al principio, él se sorprendió de todas las preguntas y no quiso seguir hablando, dijo que sólo le interesaba olvidar el trágico asunto. Charo Insistió y después de varios intentos el arquero comenzó a soltarse y a sentir confianza. Terminaron haciéndose amigos. Se encontraban por la tarde en la placita del Alférez, tomaban helados y conversaban. Charo llegó a apreciar a Cacho. Nunca había hablado con nadie como lo hacía con el arquero. Después de algunos meses. Ramírez tuvo la confianza suficiente para contarle la verdad.
Cuando ocurrió el accidente no era él quien manejaba el bus, pero la señora Rosaura lo convenció para que se inculpara. Le prometió un sueldo seguro. Cacho aceptó. Charo presionó al arquero durante semanas hasta que por fin éste se decidió a contar la verdad del accidente ante las autoridades. Pero justamente antes de que esto ocurriera, Cacho desapareció misteriosamente. Charo sospechaba de Rosaura Gallardo. De alguna manera se habría enterado de las intenciones de Cacho y no le convenía que se divulgaran las irregularidades en la investigación del accidente. La señora Gallardo llevaba una exitosa gestión a la cabeza de Intermar, había logrado importantes avances comerciales y un escándalo en esos momentos no era bueno para le negocio.
Charo tampoco sabía dónde se encontraba el arquero. La única pista era un familiar el único que le conocía. En una ocasión había acompañado a Cacho a visitar a una tía, la tía Solícita, que vivía en La Reina Alta, en una casa vieja, rodeada de gatos.
Charo terminó de hablar. Amaneció completamente y la luz iluminó con colores el comienzo del día.
Los cuatro, sentados alrededor de la mesita de plástico en el Esoo Market, tratábamos de entender la historia que acabábamos de escuchar. Ninguno se atrevió a decir nada. Mi taza de café estaba fría. León parecía cabecear de sueño sobre la mesa. Gertru se atrevió y dijo:
–¿Qué esperamos? Estamos cerca de La Reina y con ganas de conocer a la tía Solícita.

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Quique Hache, detective
RandomSergio Gómez Ilustraciones de Kuanyip Tangol Esas vacaciones fueron excepcionales para Quique. En lugar de irse a la playa con su familia, se queda en Santiago, en medio del caluroso verano. Pero no sera una temporada aburrida. Quique vivirá inten...