Martes

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          Lo primero que debe hacer un buen detective es describir la verdad, aunque suene obvio; de eso se trata todo. Buscar una verdad significa encontrar una mentira, eso dice Gertrudis.

          Mientras la Gertru iba a la feria que levantan los días martes en una de las calles de Ñuñoa, a comprar una sandía y melones, yo me duché rápidamente, me vestí y salí de la casa. Hice el mismo recorrido del día anterior, subí a una micro y seguí por Irarrázaval, pero esta vez bajé en el cruce con Vicuña Mackenna. Nunca antes había estado en Santa Familia, pero al menos sabía que la dirección era hacia el sur. Subí a otra micro amarilla, con un número grande en un costado y esperé a que el chofer me avisara cuando llegáramos al barrio. Veinte minutos después el chofer gritó «Santa Familia», mirando por el espejo que tenía enfrente, arreglado con banderines del Colo Colo y fotografías del papa Juan Pablo Segundo en Chile.

          Baje en Irasu, la calle principal del barrio. Todavía el calor de la mañana era soportable y la gente parecía alegre. Más tarde, con el sol del mediodía, las cosas cambiarían.

          La sede de Ferro Quilín estaba en la calle Sargento Aldea, escondida en medio de la cuadra, con un predio extenso hacia el interior. Por la misma calle, pero más adelante, se levantaba el estadio de Obras Santas. Entré a la sede que parecía abandonada. Al fondo de un salón vacío se abría un pasillo amurallado de vitrinas, donde se guardaban los trofeos obtenidos por el club. En la pared contraria se repetían las fotografías del equipo en distintas épocas. En el medio había un gran retrato de un viejito con cara de abuelo. Debajo decía Anselmo Gallardo, Fundador. Éste era, entonces don Chemo Gallardo. La última fotografía era la del equipo del año que terminaban. Traté de memorizar las caras de los jugadores. Por supuesto, destacaba el arquero con su ropa negra y guantes blancos. Cacho Ramírez en la fotografía tenia cara de buen arquero, ágil, delgado y muy alto. El largo pasillo desembocaba en una cacha de fútbol, con escaso pasto y una hilera de álamos al final. El equipo estaba entrenando a esa hora, mientras algunos curiosos miraban. Los jugadores no parecían muy activos, daban pasecitos cortos y remataban al arco sin ganas, con el entusiasmo de un velorio.

          Me acerqué a un viejito sentado en una silla de paja al borde de la cancha y le dije:

          –Venía por el asunto de Cacho Ramírez.

          –¿Periodista? –preguntó el viejo.

          No quise contradecirlo. Supuse que era más fácil presentarme como periodista de quince años que como detective de esa edad.

          –A mí los periodistas no me gustan –dijo–, mire como fueron a dejar a Lady Di.

          –Pero la culpa no fui directamente de los periodistas -rebatí arrepentido de la mentira.

          –Los periodistas pueden levantar a alguien y después, cuando ya no les sirve, lo dejan caer al suelo.

          –Puede ser.

          –Ahí tiene a Cacho Ramírez, siempre lo aplaudieron por sus voladas y payasas de arquero, porque Cacho era muy atrevido para jugar al fútbol. Valentón era para encarar, no como los arqueros de primera división que se dejan caer en el pasto blanco. No, Cacho era de carne dura y le daba lo mismo caer en la tierra con piedras, vidrios o clavos.

          Los jugadores de Ferro seguían con trotecitos poco efectivos y estirándose entre ellos los músculos de las piernas.

          –El asunto del periodismo... –quise intentar arreglar el enredo diciendo la verdad, pero el viejo me detuvo:

          –Sabe cómo le puse Martín Lucas a Cachito, ¿porque usted debe saber quién es Martín Lucas?

          –No, en realidad.

          –Se nota que es periodista joven. Martín Lucas es uno de los más importantes periodistas deportivos de este país . Escribía en la revista Estadio, una que ya no existe. Ahora Lucas escribe para los diarios. Un día se vino al estadio Obras Santas y vio jugar al Ferro. El día lunes escribió en su columna que había conocido un «Arquero Volador», así le llamó, después todos le repetían el apodo a Cacho Ramírez: el Arquero Volador. Flotaba en el aire, así parecía cada vez que Cachito se mandaba una volada.

          –¿Usted conocío a Ramírez entonce? –pregunté profesionalmente.

          –Ustedes los periodistas jóvenes, se les nota que saben poco, están muy nuevos en la profesión.

          –Sólo quería algunos datos de Cacho, algo que me sirva para un artículo –insistí.

          –Perdido está el arquero –repitió él.

          –Eso lo sé

          –Déjeme decirle algo off the record, eso quiere decir que usted no puede repetirlo por ahí y menos publicarlo, porque si no, lo demandó.

          –No sale de aquí, no se preocupe.

          –Secuestrado deben tenerlo, eso es lo que ocurre con Cachito. Mi teoría es que los del secuestro son los del Deportivo Malloco, lo hicieron porque quieren ganar el campeonato y subir a la segunda división.

          –Pero un arquero se puede reemplazar. ¿Qué seguridad podían tener de ganar el partido el sábado?

          El viejo abrió los ojos. Pensé que comenzaba a infartarse porque la cara le hirvió roja. Después masticó saliva y un poco más calmado dijo:

          –Carajo, como es la gente joven. No me macanee, señor periodista, usted no sabe nada. Cacho es vital en el arco, sin él perdemos este sábado y punto.

          –¿Por qué? –pregunté, aunque sabía la respuesta.

          –Cábala, mocoso, cábala. No todo en la vida se consigue por las formas tradicionales, también el Ferro tiene supersticiones, carajo. Durante los últimos tres años sólo hemos perdido los partidos en que Cacho Ramírez ha estado ausente -indicó hacia la cancha -. Vea las caras del equipo como están, deprimidos andan todos porque saben que sin Cacho la derrota es segura y nos quedaremos aquí en los potreros de la tercera división.

          –Pero es no tiene nada que ver con el rendimiento del equipo, es sólo una superstición.

          El viejo me miró, suspiró y dijo:

          –Todos sabemos que esas cosas de las supersticiones no existen, si somos gente civilizada, pero qué le vamos a hacer, cuando se creen se creen.

          Moví la cabeza y esperé un momento para preguntar.

          –Me podría decir su nombre, por supuesto no lo voy a nombrar directamente en mi reportaje.

          El viejito se río y dijo:

          –Homero Gavilán, entrenador del Ferro Quilín. Si quiere nombrarme, hágalo nomás no me molesta. Es con hache al principio en el nombre y acento al final del apellido.

Quique Hache, detectiveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora