Domingo

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          Domingo. Nos quedamos con la Gertru en el patio de la casa de la calle Juan Moya. Llevamos toallas, bronceador y una radio con casetes de Yubilda Rubilar, que a la Gertru le encanta. Decidimos no salir y descansar. Nos estiramos en las toallas a broncearnos, repasando la larga semana que se acababa.

          La tarde anterior, en el estadio Obras Santas, Cacho Ramírez, como era su costumbre, se transformó en la figura de Ferro Quilín. El delantero estrella de Ferro, Chamaco Ortúzar, se inscribió con los dos goles con los que dejó campeón a Ferro Quilín. Antes de que el sol cayera detrás de los techos de zinc del barrio, él árbitro piteó el final del partido y comenzó la celebración en Santa Familia. Se entregó la copa y todo Ferro, encabezado por Cacho, dio la vuelta olímpica. Cuando el equipo se acercó al palco de honor a recibir las medallas, la señora Gallardo fingió una sonrisa. Ese fue el momento que eligió el arquero para aceptar las entrevistas que le pedían los reporteros. Declaró que sería ése su último partido, su futuro ahora era ser entrenador de jugadores de divisiones inferiores en su pueblo natal. Se iría de Santiago porque prefería una vida sin complicaciones. Se llevaban el mejor recuerdo de Ferro Quilín, de don Chemo y del entrenador Homero Gavilán. Aprovechó además los micrófonos para invitar a una conferencia de prensa después de la ducha. La señora Gallardo escuchó desde arriba las palabras del arquero y su sonrisa dibujaba con fuerza, se fue derritiendo como mantequilla caliente. Se levantó con dificultad de su sillón especial. La cara le hervía y echaba el aire por la nariz, como un caballo de carrera. En ese momento, Gertrudis, el sargento Suazo y varios carabineros la rodearon:

          –¿Qué significa esto? –preguntó.

          El sargento le sonrió con amabilidad y le respondió:

          –Tiene que acompañarnos a la comisería, hay una denuncia en su contra por el secuestro de dos menores.

          Los carabineros la hicieron bajar por las escaleras. Esa fue la última vez que vi a la señora Gallardo. Miento. La vi al otro día, en una de las fotografías publicadas en el diario, junto a otra de Cacho Ramírez que contaba la larga historia de accidente, de don Chemo Gallardo, su padre, y de cómo destinaría el dinero de la herencia de le correspondía a entrenar equipos de tercera división.

          –Y pensar que yo creía que lo habían secuestrado o que estaba muerto –dijo la Gertru echándose bronceador en las piernas–, cuando no era sino un lío de dinero. Esa gorda Rosaura que no quería compartir su herencia con Cachito.

          La Gertru concluyó que pensando positivamente, todo lo ocurrido no estaba mal como recuerdo de ese verano, mientras que mis primos sólo podrían contar de aburridos partidos de baby fútbol, asados interminables y lánguidos atardeceres a la orilla del mar.

          Todo esto lo recuerdo también hoy, un domingo, pero algunos meses más adelante. Estamos en invierno ahora, y parece tan lejano el verano del 98.

          Con Charo nos seguimos viendo. Algunas veces vamos al cine en el centro y pasamos la tarde mirando alguna película. Luego paseamos por el parque Forestal hasta la Fuente Alemana.

          A veces León llega a tocar mi ventana, tarde en la noche, y se queda con nosotros a comer. Sigue comiéndoselo todo. A mi mamá y a la Gertru les da gusto verlo comer.

          A veces con Charo conversamos del futuro, lo que vendrá más adelante. Sobre el tema hablamos lo justo, sin exagerar, esa es la gracia de esperar el futuro, no saber lo que vendrá. Yo le digo que por mi parte en el futuro estoy esperando un llamado telefónico que pregunte por el detective privado de la casa. Entonces voy a ponerme al teléfono y responderé: «Quique Hache, detective, ¿en qué le puedo ayudar?».

Quique Hache, detectiveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora