Volví al descampado de la industria Bayer. Recorrí de regreso toda la calle Irasu hasta la placita Alférez Mayor. No encontré a Charo ni a su grupo, habían desaparecido como si nunca hubieran existido. Nadie sabia de ellos en el barrio. Caminé hasta que sentí hambre. Pasadas las tres de la tarde y como no aguantaba sin comer, estiré un billete de mil pesos que me regaló la Gertru antes de salir por la mañana. Pensé enseguida en papas fritas con ketchup. Pero inmediatamente vi la cara de la Gertru regañándome si gastaba los mil pesos en papas fritas con ketchup. En la calle Antenao encontré un restaurante con un letrero arriba que decía: «El Pollo Pechuga». Me senté en unas de las mesas y una mujer me atendió amablemente. Pedí una porción grande de papas fritas con ketchup.
– ¿Estas seguro que no quieres para almorzar algo más contundente? –dijo la mesera, con la misma voz que la Gertru, incluso creí que se trataba de una doble que me vigilaba y me prohibía comer papas fritas con ketchup.
–Para mí las papas fritas son contundentes –respondí.
–Pero no te alimentan y se nota que tú estas en crecimiento. ¿Qué te parece un plato de arroz con bistec? Es el plato de colación, con ensalada de tomates, un postre de gelatina y hasta un tecito reponedor al final; todo por mil pesos.
Lo pensé. Supongo que otra característica de los adultos, además de su risa, es su obsesión por la comida. No los entiendo: comen pésimo, engordan descomunalmente, se les cae el pelo, y lo único que parecen interesados es en que los demás coman equilibradamente.
Como la mesera me miraba con ojos de lástima, de madre sin hijos, sólo por quitarle la sonrisita tierna que tenía, le pedí:
–Un plato de papas fritas con ketchup.
Se enojó, se dio vuelta sin decir nada y desapareció en la puerta que daba a la cocina.
Después de almorzar me fui a sentar a la placita de Alférez, que parecía el lugar más central de Santa Familia, Allí llegaban los colectivos y la gente daba vueltas.
No estaba seguro si continuar con la búsqueda de Cacho Ramírez y de Charo. A esa altura, ambos parecían más imaginarios que reales.
A las cuatro de la tarde, como habíamos acordado con la Gertru, me reporté desde un teléfono público en la esquina de la plaza. Gertrudis contestó feliz e intentó un nuevo soborno diciéndome que estaba dispuesta a prepararme un fantasmal heladito para el calor si llegaba luego a la casa. En alguna parte he dicho que un fantasmal es una bebida que inventamos con la Gertru. No caí en la trampa. Volvería más tarde.
–Si mi mamá llama desde Concón, dile que ando en el Planetario o en el museo de Artequín.
Son los lugares que a ella le encanta que yo visite, aunque a mí me aburren.
–O dile que estoy en la casa de Rolo.
Tengo que agregar que Rolo es mi mejor amigo, pero ese verano me traicionó. Se fue con su familia al sur de Chile, a Puerto Saavedra, donde firmaron hace años una película chilena, que a mi papá y a mi mamá les gusta mucho; se emocionan cada vez que la repiten en la televisión.
La Gertru, antes de colgar el teléfono, me dijo, con una vocecita de campanilla, remendona, que había recibido un recado telefónico de una tal Charo, era importante, me esperaba a las cinco de la tarde en la estación de trenes de Santa Familia.

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Quique Hache, detective
De TodoSergio Gómez Ilustraciones de Kuanyip Tangol Esas vacaciones fueron excepcionales para Quique. En lugar de irse a la playa con su familia, se queda en Santiago, en medio del caluroso verano. Pero no sera una temporada aburrida. Quique vivirá inten...